Capítulo 2

1011 Words
Una semana transcurre, un par de encuentros "fortuitos" dan la oportunidad para que Ricardo invite a Violeta a tomar algo; mientras cada uno degusta un helado, él se interesa por conocer de sus gustos, sueños y aspiraciones, a medida que ella habla se convence de que es una mujer de sonrisa fácil, espíritu aventurero y poseedora de una personalidad cariñosa que cautiva; no dejará que se vaya de su vida es el pensamiento del joven de ojos grises que escucha con atención el parloteo de la rubia... La chica llega del trabajo, ha sido un día complicado, debido a las bajas ventas en el concesionario automotriz para el que labora, sus jefes les asignaron a los agentes, cuotas extra para alcanzar este mes y eso la tiene estresada. Una vez que pasa el umbral de la puerta, se quita los zapatos de tacón que ya le tienen los pies cansados y continúa su camino con ellos en las manos. —¡Mamá ya llegué!— dice en un tono alto, en ese momento, una voz la sorprende. —¿Violeta?, ¿Tú vives aquí?— pregunta Ricardo con sorpresa, en tanto, deposita la tasa de café en la mesa de centro y se prepara para saludarla. —Si— hace una pausa achicando los ojos —¿qué haces en mi casa?— inquiere. —Hija, no seas descortés — reprende Ágata, su madre, con un poco de vergüenza. —Disculpa, no lo dije de mala forma, solamente que me sorprendió encontrarte aquí— habla dirigiéndose al chico, apenada por su reacción. —No pasa nada, es una muy grata casualidad— contesta restándole importancia a la falta de tacto de la chica —me encontré a esta hermosa señora a la salida del supermercado, cargada de bolsas y me ofrecí a ayudarla, no sabía que es tu mamá— agrega simulando inocencia. Él habla con una hermosa sonrisa tan convincente, que nadie dudaría que son ciertas sus palabras, y la simpatía por parte de Ágata hacia este muchacho, comienza a crecer. La madre identifica de inmediato, la forma en la que el amable y guapo chico mira a su hija, ella está consciente de que su insuficiencia renal puede tener un desenlace fatal y le gustaría dejarla en buenas manos, si eso llegara a ocurrir. —Como ya se conocen, aprovecho de ir a descansar un poco— dice levantándose del sofá, sacando esa excusa para dejarlos solos —gracias por la ayuda, es maravilloso saber que todavía existen personas como tú— enfatiza mirando directamente al joven. Está convencida de que la primera impresión es la que importa y Ricardo le parece un buen hombre para su hija. Por su parte, Violeta no se ha planteado una relación más allá de la amistad, ni con él, ni con ningún otro hombre, aunque sabe que no tiene sentido amarlo, Rodrigo sigue siendo el dueño de sus suspiros. Los días siguen pasando y él se hace un visitante asiduo de la casa, fácilmente se convierte en uno más en aquella pequeña familia, se ofrece a prestar ayuda sin que se la pidan, juega con el hermanito menor, además de llevarlo a sus entrenamientos de fútbol; la sorprende esperándola algunas veces en la entrada del trabajo con algún detalle mínimo, de esos que ella no podría despreciar, como el día que llevó un cuaderno de bitácoras para sus viajes o el arreglo frutal de cuando Ágata necesito unas sesiones de diálisis. Ricardo Amaya continúa ganándose el cariño y la simpatía de Ágata, Violeta y el pequeño Diego, hasta que se siente con la confianza suficiente como para declarársele a la chica y proponerle que sean novios. Ya la rubia ha venido planteándose dejar a Rodrigo en el pasado y darse una oportunidad con él, le gusta lo especial y única que la hace sentir por lo que acepta tener un noviazgo. Tan pronto como iniciada la relación, le propone presentarle a su madre, pero a ella le parece precipitado. —¿No crees que es muy pronto?— cuestiona ella y ve cambiar el semblante de su novio dejándose ver dolido. —Si así lo crees, no hay problema en que no quieras conocer a mi mamá— esas palabras hicieron sentir culpable a Violeta. —No es eso, claro que me encantaría conocerla, pero, como recién estamos empezando— dice tratando de relajar la tensión invisible que se formó, cediendo tácitamente, sin darse cuenta de que era su entrada a un terreno de manipulación... Violeta despierta y como cada día, ve en su teléfono el acostumbrado mensaje de buenos días, esto se convierte en un hábito y por correspondencia ella también lo toma, alternándose algunos días quien envía el primer texto; anoche después de dejarla en su casa, la llamó para informarle que ya estaba en su residencia y continuaron hablando largo tiempo hasta que el sueño los venció. De pronto los sentimientos por Ricardo despertaron y aunque no se compara con ese torbellino que llegó a sentir por Rodrigo, reconoce que está enamorada... Al otro lado del Atlántico, un hombre maduro mira a través del ventanal de su oficina, los recuerdos de aquel verano invaden su mente de manera constante y se pregunta qué será de esa chica que le acaparó el pensamiento a pesar de su juventud. Apenas la vió, no pudo evitar ser atraído por ella y pese a que desde un principio dejaron en claro que sería solamente un romance veraniego, no pudo evitar amarla y entregarse; sin embargo, él deseaba que ella diera indicios de querer quedarse, que diera un paso más, lejos está de saber que ella moría porque le pidiera que se quedara. Su único recuerdo tangible, es un dije con su inicial que compraron juntos, se pregunta si aún conservará el suyo y de inmediato niega, ella es una mujer demasiado hermosa y vivaz, de la que cualquiera se puede enamorar. —Es imposible que aún pienses en un viejo como yo— susurra para si mismo en la soledad de su oficina.
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