Capítulo 17: Las Consecuencias

1367 Words
El portazo de la mansión Visconti resonó como un disparo en la noche silenciosa. Tiziano entró tambaleándose, con el olor a whisky y tabaco impregnando su ropa. Sus ojos vidriosos barrieron el vestíbulo vacío con desprecio. No había nadie para recibirlo, ni sirvientes, ni su madre sobreprotectora. Solo el silencio y la penumbra. —¡Madre! —gritó, su voz pastosa por el alcohol—. ¿Dónde diablos está todo el mundo? Sylvana emergió del salón contiguo, su rostro un mosaico de preocupación y urgencia. Al ver a su hijo, su expresión se tiñó con una mezcla de alivio y desesperación. —¿Dónde estabas? —susurró, agarrándolo del brazo con fuerza—. Tienes que irte de aquí. Ahora mismo. Tiziano se liberó de su agarre con un gesto brusco. —¿Irme? ¿De mi propia casa? ¿Qué estás diciendo? —La policía te está buscando por toda Roma. La borrachera de Tiziano pareció evaporarse instantáneamente. Sus ojos se enfocaron con una claridad repentina y peligrosa. —¿Qué? ¿Por qué? No entiendo lo que dices. —Sabes bien de lo que hablo, hijo. Esa chica... la que secuestraste. Por un instante, algo se contrajo detrás de los ojos de Tiziano. Luego, una leve sonrisa se dibujó en sus labios. —Yo no hice nada. No sé de qué me hablas. —Conmigo no necesitas negarlo, Tiziano —Sylvana se acercó más, bajando la voz hasta convertirla en un susurro áspero—. Hiciste bien. Esa mocosa se lo merecía, por ser quien es. Pero tu hermano... Basilio no lo entiende. La sonrisa de Tiziano se congeló. —¿Basilio? ¿Qué tiene que ver él? —¡Te ha entregado! —la voz de Sylvana se quebró de rabia—. Dice que debes enfrentar las consecuencias. Él mismo fue a la policía. Le dijo a Rossi que procediera. Que no intercedería. —¡¿Mi propio hermano...?! —rugió, golpeando la pared con el puño. —Sí, cálmate, hijo. Baja la voz —confirmó Sylvana, con un nudo en la garganta—. Por eso debes irte. Ahora. —¿Dónde está? —exigió Tiziano, ignorándola—. Quiero saber por qué mi propio hermano elige a esa gente. ¡A la hija del asesino de nuestro padre! Sylvana se acercó, colocando sus manos sobre su pecho en un gesto apaciguador. —Escúchame, Tiziano. Basilio no te escuchará si llegas así. Déjame hablar con él primero. —¿Hablar? —Tiziano soltó una risa amarga—. ¡Ellos nos hicieron daño primero! ¡Yo solo me estoy vengando como deberíamos haberlo hecho desde el principio! —Te entiendo, hijo —susurró Sylvana, tratando de calmarlo—. Pero ahora no es el momento. La policía te busca. —¡Que me busquen! —rugió Tiziano—. Y Basilio también que me busque, ahora que se puso del lado de ellos seguro querrá cazarme, pero no dejaré que eso pase. —No digas eso, Tiziano. Buscaremos la forma de que esto se arregle. Su hijo emitió una risa seca y amarga. —¿Y qué vas a hacer? Solo estás aquí para darme la noticia. Seguro estás de su lado. Sylvana retrocedió un paso, herida. —Le rogué, Tiziano. Amenacé a Rossi. Pero tu hermano... Jamás te haría algo como eso, hijo. Yo siempre te protegeré, tú lo sabes. Por eso debes irte ahora. A la cabaña del lago. Escóndete hasta que esto pase. —No —Tiziano se liberó bruscamente—. No voy a huir. Quiero verlo. Quiero que me explique por qué prefiere a esa familia que a la suya propia. —¡No lo hagas! —suplicó Sylvana—. En este estado, solo empeorarás las cosas. —¿Qué puede empeorar? —preguntó Tiziano con amargura—. ¿Acaso hay algo peor que tener un hermano traidor? Los pasos de Basilio resonaron en las escaleras. —¿Tiziano? —llamó, con voz grave. —¡Sí, soy yo! —gritó, empujando suavemente a su madre a un lado—. ¡El hermano al que entregaste a la policía! Basilio apareció en el vestíbulo, imperturbable. —Te buscan por secuestro, Tiziano. ¿Qué esperabas? —¡Esperaba que estuvieras de mi lado! —rugió Tiziano—. ¡Son los Palumbo! ¡Los que mataron a nuestro padre! —Eso no te da derecho —replicó Basilio, fríamente. —¡Claro que me lo da! —Tiziano avanzó hacia él—. ¡La sangre se paga con sangre! ¡Tú eres el que ha olvidado eso! —Basta —cortó—. Te entregarás a la policía. —¿O qué? —desafió Tiziano—. ¿Me llevarás tú mismo? —Si es necesario —asintió Basilio. Sylvana intervino, colocándose entre ellos. —¡Por favor! ¡Son hermanos! —Ya no —murmuró Tiziano, con los ojos llenos de odio—. Un hermano no hace lo que tú has hecho —lo señaló con el dedo. En ese momento, llamaron fuertemente a la puerta. Una de las sirvientas fue a abrir. Los hermanos seguían discutiendo en el vestíbulo. —Es tu última oportunidad —dijo Basilio—. Entrégate con dignidad. Tiziano miró a su hermano con desprecio. —Prefiero que me arrastren esposado que aceptar cualquier cosa de ti. En eso, cuando la joven empleada abrió, una voz de un hombre llegó hasta el vestíbulo. Tiziano y Sylvana se miraron a los ojos, él furioso, ella preocupada por su hijo. Después volvió a ver a su hermano, manteniendo el mismo ardor en sus ojos. —¿Les avisaste? —No era una pregunta. Sin embargo, Basilio no había llamado a la policía, pero no lo desmintió. Un detective entró acompañado de un par de policías. —Buenas noches —saludó el hombre. —No sé qué tiene de buenas —escupió Sylvana, viendo al agente con desprecio. Se sentía decepcionada consigo misma por no haber logrado sacar a su hijo a tiempo de ahí. Ahora estaban esos hombres presentes para llevárselo y encerrarlo. Sin embargo, no iba a quedarse sentada a lamentarlo. Iba a pelear con uñas y dientes para salvar a su hijo de ese encierro. —Lamento informarles que el joven Tiziano Visconti debe acompañarnos a la comisaría —anunció el detective con firmeza. Al instante, hizo una seña a los dos policías que lo acompañaban. Estos se acercaron a Tiziano y, tomándolo de los brazos, lo giraron con brusquedad. Uno de ellos sacó las esposas. —¡No hice nada! —gritó Tiziano, resistiéndose—. ¡Suéltenme! —Por favor, no se lo lleven —suplicó Sylvana, acercándose—. Dejen que mi hijo les explique todo. No lo encierren. Pero los policías, siguiendo las órdenes del detective, ignoraron sus súplicas. Colocaron las esposas en sus muñecas con un click sordo que resonó en el silencio del vestíbulo. —¡Es inocente! —insistió Sylvana, con lágrimas en los ojos. El detective hizo otra seña, y los agentes guiaron a Tiziano hacia la puerta. Antes de cruzar el umbral, Tiziano se giró lo suficiente para clavar una mirada cargada de odio en Basilio. Era una promesa silenciosa de venganza, un rencor que traspasó la distancia entre los hermanos. —¡Yo te sacaré de ahí! —gritó Sylvana desde la entrada—. ¡No te preocupes! ¡No pasaras más de un día en ese asqueroso lugar! ¡Te lo juro, hijo! Cuando la puerta se cerró y el ruido de la patrulla se alejó, Sylvana se volvió lentamente. Sus ojos, ahora secos y fríos, se clavaron en Basilio. —Tú —susurró con voz temblorosa—. Les llamaste. Les entregaste a tu hermano en bandeja de plata. Avanzó hacia él y, con un dedo tembloroso, le clavó su uña en el pecho. —Óyeme bien, Basilio. Esta no te la voy a perdonar nunca —su voz era un hilo cargado de veneno—. Y si no consigo sacar a tu hermano de ahí, si lo encierran en una celda de por vida, vete olvidando de que tienes una madre.
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