Esa noche llevé a Verónica a un bar tranquilo, y estaba espectacular. Llevaba el pelo rubio hasta los hombros recogido en una coleta, una blusa escotada realzaba su busto, y su falda ajustada me daba a mi polla más que suficiente para excitarme, lo que me emocionó de que mi polla se excitara.
Nos lo estábamos pasando bien viendo a una banda de jazz tocando viejos éxitos; sin embargo, me costaba no obsesionarme con mi hermana, ya que estaba bastante sensible por cómo le había hablado, aunque sabía que se lo merecía. Le había dado la virginidad a su novio, y ese era el precio que tenía que pagar: que la odiaría para siempre.
"¿Estoy lo suficientemente bonita para ti?", preguntó Verónica con una sonrisa tímida.
"Oh, sí. Te ves deslumbrante."
Se veía deslumbrante. Su belleza era su don est
