El miércoles a las 8 de la tarde, toqué la puerta de Brooke, aunque no me había escrito para que la acompañara. No me habría arriesgado; me esperaba, y no iría. "Ingresar." Me esperaba en su cama con aspecto de ángel. Estaba guapísima en pijama, con su cabello castaño dorado cayendo en cascada sobre su hombro izquierdo y su pecho, su maquillaje más sensual que nunca y sus pies rogando por mi boca. Una mueca incómoda se dibujó en su rostro. "Siéntate." Terminamos nuestro juego de póquer doble de dos horas igual que la semana pasada: yo ganando el primero y permaneciendo en absoluto silencio durante todo el tiempo. Ella se hizo a un lado y yo me acosté contra sus almohadas. —Eh, Brooke —dije con aprensión—, si no te importa, me gustaría intentar conseguirlo... sin tu ayuda. Ella no re

