El frío no venía del viento ni de la noche: venía de él. De su presencia. De su historia. De ese anillo que brillaba como una maldición ancestral en el dedo de Marco Moretti. Alessia sintió el aire más denso que nunca. Cada paso que daba era como cruzar un campo minado emocional. Su cuerpo entero temblaba, pero no retrocedía. —¿Así saludas a tu padre después de tantos años? —preguntó él, con voz rasposa, pero sin perder esa falsa cortesía venenosa. —¿Mi padre? —repitió ella, con un hilo de sarcasmo en la voz—. ¿Tú sabes cuántas veces imaginé este momento? Pero en todas… tú estabas muerto. Marco sonrió. Un gesto que más que ternura, inspiraba náusea. Había algo profundamente podrido en él. En su forma de mirar. En cómo la observaba como si estuviera viendo un experimento que finalmente

