El cielo estaba cubierto de cenizas. No era solo el humo de la mansión que se había consumido entre gritos, sangre y mentiras. Era el eco de todo lo que Alessia no había dicho, de todo lo que Ezio se llevó a la tumba, y de todo lo que Dante no pudo proteger. Alessia se miró al espejo del baño de un hotel barato. Tenía las manos vendadas, los ojos hinchados, y el corazón… muerto. No había maquillaje que ocultara el dolor. No había silencio que calmara la rabia. Dante dormía en la habitación contigua, agotado, herido. Pero ella no podía. No esa noche. No con ese peso en el pecho. Se acercó al lavamanos, se echó agua en la cara y se obligó a respirar. Una. Dos. Tres veces. Y al alzar la vista, lo vio. No era un reflejo. Era una memoria que la golpeó con violencia. Ezio, sonriendo. E

