El amanecer llegó como un filo de hielo colándose por las ventanas.
Alessia se levantó antes que el sol, con el cuerpo tenso y los pensamientos desordenados.
No por miedo.
Sino por una sensación nueva:
Expectativa.
La cena de anoche no había sido una simple aparición. Había sido una declaración de guerra.
Y ella, sin saberlo del todo, acababa de firmar su primera amenaza pública.
Dante no dijo una sola palabra en toda la madrugada.
La dejó en su habitación con un gesto seco, pero su mirada…
Su mirada se quedó en su piel como una promesa no dicha.
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A las seis de la mañana, Alessia ya estaba en el campo de entrenamiento.
—¿Otra vez tan temprano? —preguntó Enzo, el hombre que ahora la guiaba con más brutalidad que delicadeza.
—No vine por gusto —respondió Alessia, cargando el arma como si fuera parte de su cuerpo—. Vine porque alguien tiene que aprender a no morir.
Enzo se rió.
—Ese “alguien” ya está empezando a dar miedo.
—Que den miedo los que no tienen nada que perder, Enzo —susurró ella—. Porque esos… no dudan.
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Las balas volaban.
El sudor recorría su espalda.
Pero la mente de Alessia estaba en otro lugar.
En su madre.
En su tío.
En el nombre Moretti como una maldición en su sangre.
La había llamado bastarda.
Habían dicho que no era digna.
Pero ella no estaba allí para heredar.
Estaba allí para reclamar.
Y si eso significaba ensuciarse las manos, lo haría.
Si eso significaba volverse tan fría como Dante, también.
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En la mansión, Dante observaba desde una cámara.
No hablaba.
No parpadeaba.
Solo la miraba.
Como si quisiera comprender no solo sus movimientos, sino su alma.
—¿Vas a seguir vigilándola todos los días? —preguntó Vittoria, su hermana, entrando con una copa de vino a esa hora imposible.
—La estoy moldeando.
—¿O estás esperando a que se rompa?
Dante no respondió.
—Sabes que esto no terminará bien, ¿verdad? —continuó ella—. Alessia tiene algo en los ojos que no se ve desde hace años.
—¿Qué?
—Rabia. Y hambre.
—Perfecto —dijo él—. Solo así sobrevivirá.
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Esa tarde, algo cambió.
Cuando Alessia salió de la ducha, encontró un sobre sobre su cama.
No era de su madre.
No era de Dante.
Era anónimo.
Y dentro, solo había una fotografía.
Ella, de niña… junto a su padre.
Un hombre que le habían dicho que estaba muerto mucho antes de que ella pudiera recordarlo.
Pero eso no fue lo que la hizo temblar.
Fue el mensaje escrito detrás.
> “Tu padre no está muerto.
Solo enterrado en secretos.
Sigue el nombre: Luca Bellanti.”
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Alessia guardó la foto con manos temblorosas.
¿Era una trampa?
¿Una advertencia?
No lo sabía.
Pero por primera vez en días, sintió miedo.
No por ella.
Sino por lo que podría encontrar.
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Esa noche, bajó a la biblioteca.
Y lo encontró allí, como siempre:
Dante, bebiendo whisky frente al fuego.
—¿Conoces a Luca Bellanti? —preguntó, sin rodeos.
El silencio se alargó.
—¿Dónde escuchaste ese nombre?
Ella no respondió. Solo le mostró la foto.
Dante la miró.
Por primera vez… su rostro se quebró un poco.
—Tira eso al fuego —ordenó.
—¿Quién es?
—No preguntes lo que no estás lista para oír.
—¿Y si quiero saberlo todo?
—Entonces prepárate para odiarme.
Ella se acercó.
Dejó la foto sobre la mesa.
Lo miró a los ojos con una mezcla de desafío y fragilidad.
—Ya odio muchas cosas, Dante. Pero a ti… aún no.
Él la observó en silencio.
Y por un segundo, no fue el mafioso ni el amo de su destino.
Fue solo un hombre…
Uno que cargaba demasiados pecados.
—Vete a dormir, Alessia.
—No puedo.
—¿Por qué?
Ella se inclinó. Sus labios cerca de su oído.
—Porque me estoy acostumbrando al infierno… y eso me asusta.
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En su cuarto, Alessia volvió a mirar la foto.
Y sintió que su corazón se dividía entre dos nombres:
Dante Moretti.
Luca Bellanti.
Uno era su presente.
El otro… tal vez su verdadero pasado.
Y en medio de ambos… estaba ella.
Una chica con sangre en las manos, secretos en los ojos, y un destino que empezaba a resquebrajarse.
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El infierno no avisa... solo arde"
La noche cayó como un cuchillo envuelto en terciopelo.
Desde su habitación, Alessia miraba el reflejo de la luna en el ventanal, pero en su pecho… solo había sombras.
No sabía si confiar en lo que había leído.
No sabía si confiar en Dante.
No sabía si confiar en sí misma.
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Dante había desaparecido.
Desde la conversación en la biblioteca, no lo había vuelto a ver.
Ni en la cena.
Ni en el salón de entrenamiento.
Ni en los pasillos en los que su presencia siempre parecía ensuciar el aire.
Y eso, de alguna forma, era peor.
Porque cuando Dante Moretti desaparecía… algo estaba a punto de estallar.
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A las dos de la madrugada, el rugido de un motor hizo temblar la mansión.
Alessia se asomó.
Varios hombres bajaban armados, corriendo hacia la parte trasera del terreno.
No gritaban.
No pedían refuerzos.
Solo actuaban.
El infierno no da advertencias.
Solo llega.
Se puso un abrigo sin pensarlo y bajó descalza por las escaleras.
Enzo la detuvo en seco, sujetándola del brazo.
—No, principessa. Quédate aquí.
—¿Qué está pasando?
—Alguien entró. La seguridad fue cortada. Tenemos un intruso.
—¿Y qué clase de intruso detiene a los Moretti?
Enzo bajó la mirada.
—Uno que sabe dónde hacer daño.
Y con eso, ella supo exactamente a dónde ir.
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La encontró ahí.
En el invernadero.
Su madre, sentada en medio de los cristales rotos, sangrando del brazo, con los ojos más fríos que nunca.
—Mamá… ¿quién fue?
—No importa. Estoy bien —susurró ella, apretando los dientes.
—¿Quién fue?
Ella la miró.
Y por un segundo, no era la madre rota ni la mujer arrepentida.
Era una Moretti.
—Esto fue un mensaje para ti, Alessia. No para mí.
—¿Qué…?
—Van a intentar romperte donde más duele. Quieren asustarte. Alejarte. O peor… hacerte reaccionar.
Alessia tragó saliva.
Sintió que todo dentro de ella comenzaba a arder.
—¿Por qué no me dijiste que mi padre podría estar vivo?
Su madre se quedó en silencio.
—¿Lo sabías?
—No lo sé —respondió con voz quebrada—. Lo creí muerto. Me lo dijeron. Me lo hicieron creer.
Pero en esta familia, hija mía, la verdad es un arma.
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Horas después, Dante apareció.
Entró con la ropa manchada de sangre.
No suya.
Pero suficiente para que el silencio hablara por él.
Alessia lo esperó en su estudio.
Estaba sentada, derecha, con una copa de vino que no había probado.
Él entró y la miró.
Y fue como si dos tormentas se reconocieran.
—¿Dónde estabas? —preguntó ella.
—Matando a quien mandaron a matarte.
—¿Por qué no me dijiste que ese era el precio?
—¿De qué hablas?
—De estar a tu lado. De pertenecer a esto.
De que un día amaneces y tienes enemigos… sin siquiera saber su nombre.
Dante se acercó.
No con ternura.
Con oscuridad.
—Tu nombre pesa, Alessia.
Tu sangre es un maldito trofeo.
¿Creíste que podías quedarte aquí, jugar a ser fuerte, sin que alguien quisiera verte sangrar?
Ella se levantó, con la mirada encendida.
—¡Creí que si estaba contigo, estaría a salvo!
Silencio.
Dante se acercó aún más.
—Yo no protejo.
Yo entreno.
Yo arrastro.
Y si sobrevives… entonces mereces quedarte.
Ella le dio una bofetada.
Y él… no reaccionó.
—¿Y si no quiero merecer esto?
Dante se inclinó, rozando su mejilla con los labios, sin besarla.
—Entonces… muere.
Alessia se quedó sola.
Pero algo había despertado en ella.
Ya no era la chica perdida que llegó a esta mansión.
Ahora tenía un enemigo sin rostro.
Un padre con un nombre prohibido.
Y un hombre que la entrenaba entre el deseo y la destrucción.
Esa noche, no durmió.
Solo escribió una frase en su diario, con letras firmes y temblorosas a la vez:
> “Si el infierno me quiere, tendrá que abrirme las puertas.
Porque yo no voy a tocar.”
NOTAS 💬
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