Le besa con intensidad, entre beso y beso entraron al camarote, como una pareja de recién casado, llevándola a la cama, dejando enormes marcas en su cuerpo, demostrándole que en ese momento ella le pertenece y disfrutándola durante la semana que duro el viaje. Ella meditaba que argumentos utilizaría para que Kevin la perdonara su imprudencia. Lucrecia no le convenía terminar con Kevin, por eso meditaba que lucharía para recibir su perdón, pero por los momentos, disfrutaría el crucero con otro hombre.
A bordo del crucero, ella se entrega a la pasión, una fuga momentánea de su realidad con Kevin. Sin embargo, su mente no descansa; está en un constante torbellino de estrategias y excusas, buscando la manera perfecta de enmendar las cosas con Kevin, de tejer una red de palabras que lo envuelva y lo convenza de perdonarla.
—Concéntrate, cariño.
—No te preocupes, te haré olvidar tu nombre.
—Eres una mujer exquisita, no sabes cuánto envidio a tu novio.
—Me imagino que con estos encantos él volverá a mí.
—No lo menciones en este momento, concéntrate en mí y mis caricias. —ella gemía fuerte en cada embestida que él le daba, haciéndola olvidar todo lo de su alrededor. Lucrecia sentía rico y la verdad que el hombre era todo un semental, lo único malo que no le gusta la responsabilidad, solamente una aventura.
Mientras tanto, Kevin, sumido en su desolación, encuentra consuelo en la compañía de viejos amigos y en las calles de su infancia, donde cada esquina le recuerda a Lucrecia y a los momentos que compartieron. No puede evitar preguntarse si alguna vez realmente la conoció.
Lucrecia, regresando del crucero, su piel aun llevando el calor del sol y del pecado, se para frente a la puerta del apartamento de soltero de Kevin. Su corazón late con fuerza, no por el hombre que dejó en el barco, sino por el hombre que espera detrás de la puerta. Con un suspiro que lleva el peso de sus acciones, toca la puerta.
John, el amigo de Kevin, abre la puerta, y por un momento, el mundo se detiene. Las palabras se quedan cortas, y en la mirada de Lucrecia, el joven ve a la mujer. Sin una palabra, él da un paso al costado, permitiéndole entrar.
—¿Quién demonios eres tú? ¿Dónde está Kevin? —pregunta Lucrecia con voz tensa.
—Él no se encuentra en este momento —responde John, mirándola con curiosidad.
—¿Dime dónde está? Quiero hablar con él.
—Él viajó a México. Estoy cuidando su apartamento mientras está fuera.
—¿Cómo? ¿Con quién se fue? — Lucrecia, con el corazón aun latiendo con fuerza, se adentra en el apartamento de Kevin. Las paredes parecen susurrar recuerdos, y el aroma familiar de su perfume flota en el aire. John la sigue, observando con curiosidad mientras ella se mueve por la sala de estar—¿Por qué Kevin viajó a México? —pregunta Lucrecia, tratando de ocultar la preocupación en su voz.
John se encoge de hombros. —No estoy seguro de los detalles. Solo sé que recibió una llamada urgente y decidió partir de inmediato. No ha compartido mucho conmigo.
Lucrecia se siente atrapada entre la necesidad de saber más y el deseo de respetar la privacidad de Kevin. ¿Qué podría haberlo llevado a abandonar todo y viajar tan lejos? ¿Y por qué no le dijo nada antes de irse?
—¿Crees que volverá pronto? —pregunta Lucrecia, mirando por la ventana hacia la ciudad que se extiende más allá.
John se rasca la cabeza. —No lo sé. Kevin es impredecible. A veces, incluso yo me pregunto si lo conozco realmente.
La tarde se desvanece en sombras, y Lucrecia se sienta en el sofá, perdida en sus pensamientos. El apartamento está lleno de fotografías: Kevin con su familia, con amigos y también del rancho “El Águila”, y una en particular que la hace meditar. Es una imagen de él con una joven, tomada hace años durante una de las fiestas en el rancho. Kevin la sostiene en brazos, y ambos ríen mientras el sol se pone detrás de ellos.
—¿Crees que Kevin volverá a ser el mismo cuando regrese? —pregunta Lucrecia, sin apartar la vista de la foto.
John se sienta a su lado. —No lo sé, Lucrecia. A veces, las personas cambian cuando enfrentan decisiones difíciles. Pero también creo que hay algo especial entre ustedes dos. Quizás este viaje sea una oportunidad para que ambos encuentren respuestas.
Lucrecia asiente, sintiendo la mezcla de esperanza y temor en su corazón.
— ¿Quieres dejarle algún mensaje?
—No, yo vendré cuando él regrese. —Lucrecia se retira de ahí, molesta. La tensión en el aire es palpable, y el misterio de la ausencia de Kevin se cierne sobre ellos.
Lucrecia al llegar a su apartamento se sienta en el sofá de su pequeño apartamento, la imagen de Kevin y la misteriosa joven grabada en su mente. El corazón le late con fuerza, y la rabia se mezcla con la tristeza. ¿Cómo pudo Kevin irse sin decirle nada? ¿Quién era esa mujer en la foto? Las preguntas la atormentan, y la soledad de su hogar parece más abrumadora que nunca.
Decide tomar una ducha caliente para relajarse. El agua cae sobre su piel, y Lucrecia cierra los ojos, tratando de alejar los pensamientos negativos. Pero la imagen de Kevin y la joven persiste, como una sombra en su mente.
Al salir de la ducha, se envuelve en una toalla y se sienta frente al espejo. Su reflejo le devuelve la mirada, ojos oscuros llenos de incertidumbre. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Buscar respuestas o simplemente dejarlo ir? No, dejarlo nunca, es un prospecto que me trae muchos beneficios.
Decide llamar a su mejor amiga, Samy. Samy siempre ha sido su confidente, la persona a la que acude en momentos de confusión. Marca el número y espera mientras el teléfono suena.
—¿Lucrecia? —la voz de su amiga suena preocupada al otro lado de la línea.
—Samy, necesito hablar contigo. Kevin se fue de viaje sin decirme nada, y encontré una foto de él con otra mujer. No sé qué hacer.
Samy suspira. —Lucrecia, respira. Primero, ¿dónde fue Kevin?
—A México. Al parecer, recibió una llamada urgente y partió sin decirme nada.
—¡Mm!, eso es extraño. Pero no saquemos conclusiones apresuradas. ¿Y la foto?
—La encontré en su apartamento. Kevin está abrazando a una joven, y parecen muy cercanos. No puedo evitar sentirme herida.
—Lucrecia, antes de sacar conclusiones, necesitas hablar con él. Puede haber una explicación lógica. Tal vez sea una amiga o una prima. No asumas lo peor. —Lucrecia asiente, agradecida por la sensatez de Samy.
—Tienes razón. Debo hablar con Kevin cuando regrese. Pero, ¿y si las cosas han cambiado entre nosotros?
—El amor verdadero supera las pruebas, Lucrecia. Si hay algo especial entre tú y Kevin, encontrarán la manera de resolverlo. No te precipites.
Lucrecia se siente un poco más tranquila. —Gracias, amiga. Eres la mejor amiga del mundo. «Es cierto, no puedo tenerlo por perdido, Kevin me pertenece» Se dice mentalmente.
—Lo sé. Ahora, ve y descubre la verdad. Y recuerda, mereces ser feliz.
Lucrecia cuelga el teléfono y se seca el cabello. La determinación se enciende en sus ojos. No importa lo que encuentre en México, enfrentará la realidad. Kevin puede haberse ido, pero su corazón sigue dividido entre el pasado y el presente. Y Lucrecia está decidida a descubrir qué significa eso para ambos. De todos modos, ella puede inventar que su amigo es un primo lejano y que todo fue rápido, que no tuvo tiempo de avisarle, se le ha ocurrido la mejor excusa, ahora solamente a esperar que él regrese.