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1804 Words
El Almuerzo En La Villa Ashcombe El comedor había sido dispuesto con esmero. Las ventanas abiertas dejaban pasar la brisa perfumada del jardín de lavanda, y los arreglos florales en jarrones de plata realzaban la atmósfera refinada. La vajilla de porcelana, traída desde Londres, resplandecía bajo la luz dorada del mediodía y el mantel de lino bordado con hilos de marfil daba el último toque de elegancia. Rowan fue el primero en recibir a los invitados en el vestíbulo con la cordialidad de un anfitrión seguro y encantador. Vestía un traje oscuro, sobrio pero impecable y sonrió con calidez al ver llegar al vizconde Weatherby y su esposa, Lady Annis, seguidos por los Greystone, una pareja mayor con años de dominio sobre las tierras vecinas. - Bienvenidos a Ashcombe Hall - dijo Rowan, estrechando manos con gesto firme - Es un honor recibirlos. Sé que han oído poco de nosotros desde el matrimonio, pero espero que esta visita sea el comienzo de nuevas amistades. Isabella descendió la escalera un instante después y fue imposible no voltear a mirarla. Llevaba un vestido de muselina celeste que hacía juego con el salón azul, recogido apenas en los hombros y su cabello caía con suavidad en ondas sobre la espalda. Rowan cruzó el vestíbulo para ofrecerle el brazo. El gesto, aunque esperado, fue ejecutado con naturalidad, como si no pudiera evitar ir hacia ella. - Mi esposa, la condesa de Ashcombe. - anunció con una sonrisa sutil, orgullosa, mientras sus ojos se posaban en ella más de lo necesario. No era sólo cortesía: era devoción fingida, practicada con maestría. Isabella hizo una inclinación grácil, consciente de las miradas que la evaluaban, y saludó con voz clara y medida. A su lado, Rowan sostuvo la mano en su espalda baja mientras los guiaba hacia el comedor, sin retirar el contacto. - No se dejen engañar por su juventud. - comentó con un dejo de afecto durante el paseo - Isabella ha traído orden y luz a esta casa. Incluso Lady Dunley se ha rendido a su eficiencia y eso no es poca cosa. El comentario fue recibido con sonrisas corteses. Lady Annis asintió, observando a Isabella con ojos calculadores, mientras el vizconde comentaba algo sobre la necesidad de manos firmes en las nuevas generaciones. Durante la comida, los sirvientes desfilaron con platos perfectamente dispuestos: sopa de cordero con romero, ensalada de peras y nueces, pasteles de ave con salsa de vino y, al final, una tarta de crema de limón. Isabella había supervisado el menú con La señora Dunley y cada elección estaba pensada para mostrar sofisticación sin caer en la ostentación. Rowan no dejó que su atención se deslizara ni un momento. Escuchaba las conversaciones, respondía con ingenio, pero cada tanto inclinaba la cabeza hacia Isabella para susurrarle una pregunta o elogiar su elección de vino, o simplemente para mirarla como si el resto del mundo hubiese desaparecido. Ella desempeñaba su rol con elegancia, aunque por dentro aún le costaba acostumbrarse a la cercanía pública. No era timidez. Era conciencia. El saber que todo en ellos era observado, medido, juzgado. - ¿Planean pasar el verano completo aquí? - preguntó Lady Annis, llevando su copa a los labios. - No. Sólo venimos por unos días. - respondió Rowan antes de que Isabella pudiera hacerlo - Quiero que Isabella conozca bien su nueva casa y, además, es tiempo de que los negocios locales reciban la atención que merecen. Ella tiene un ojo excelente para los números. Estoy convencido de que esta propiedad brillará bajo su guía. Isabella enrojeció, no tanto por el cumplido como por el calor en su voz. Rowan no exageraba: hablaba como un hombre verdaderamente impresionado por su esposa. Y, aunque ella sabía que gran parte era parte del juego de estrategia social... había una pizca de sinceridad. Le gustaba que él la admirara. Aunque fuera por conveniencia. - Eso es raro en los matrimonios jóvenes. - intervino Lord Greystone - Muchos esperan años antes de involucrar a sus esposas en las finanzas o la administración. - Sería un desperdicio de talento. - replicó Rowan con tono decidido - Y soy hombre de negocios, Lord Greystone. No desperdicio lo que puede hacer prosperar mi casa. Isabella bajó la mirada, disimulando una sonrisa. No sabía si sentirse halagada o utilizada. Tal vez ambas cosas eran ciertas. Cuando el almuerzo concluyó, Rowan ofreció un paseo por los jardines antes del té. Se mantuvo cerca de Isabella, ayudándola a levantarse, ofreciéndole el brazo y guiándola con calma por el sendero que bordeaba los rosales. Los invitados hablaban entre sí, pero las miradas seguían regresando a ellos. La nueva pareja. La condesa joven y su esposo que, al parecer, la adoraba. - Estás haciendo un trabajo impecable. - susurró Rowan cerca de su oído, fingiendo ajustar una hebra suelta de su vestido - Incluso Lady Annis está desarmada. Lo has hecho magnífico. - ¿Y tú? ¿También estás desarmado? - preguntó ella en voz baja, intentando imitar su tono de juego. Rowan ladeó una sonrisa. Sabía que debía medir cada palabra. - Estoy exactamente donde quiero estar, Isabella. Y tú… estás haciendo que todo esto funcione. Mi abuela estaría encantada. Isabella contuvo la respiración un segundo. Era la primera vez que él mencionaba a Lady Honoria en público. Era también un recordatorio: todo era parte de algo más grande. Pero aun así… sentía su piel arder donde él la tocaba, incluso si era solo un roce en su muñeca. La tarde se despidió con elogios y promesas de futuras visitas. Cuando los carruajes se alejaron por el camino de grava, Isabella dejó escapar un suspiro y se recostó contra el pilar de la galería. - Espero que se hayan divertido. - murmuró con tono bajo. Rowan se acercó por detrás y sin que nadie los viera, le rozó el cuello con los labios. - No solo fue divertido. Fue perfecto. Y por un momento… ella casi lo creyó. El juego y el riesgo La lluvia seguía cayendo con suavidad sobre los cristales, un murmullo constante que llenaba los corredores de Ashcombe Hall con una melancolía tranquila. La casa dormía. Los sirvientes, agotados tras el agitado día de visitas, se habían retirado temprano. Solo algunas velas permanecían encendidas, lanzando sombras tenues sobre los muros y alfombras. Isabella salió de la habitación con la intención de buscar agua, sus pies descalzos apenas haciendo ruido sobre la alfombra azul grisácea del corredor. Llevaba una bata ligera sobre la camisola de dormir, el cabello recogido en un moño flojo y el rostro todavía cargado con el rubor de las conversaciones, sonrisas y atenciones que había ofrecido durante todo el día. Lo último que esperaba era encontrarlo a él. Rowan estaba de pie junto a una de las ventanas del pasillo, vestido con una bata negra de terciopelo y una copa de brandy en la mano. Al verla, dejó el vaso sobre una consola cercana y se acercó a ella con una lentitud medida. No había prisa en sus gestos, sino intención. - ¿Te desveló el ruido de la tormenta o el exceso de elogios que recibiste hoy? - bromeó, su voz baja, acariciante. Isabella sonrió, algo incómoda. - Solo tenía sed. - respondió -No esperaba verte despierto. - Tampoco esperaba encontrarte aquí… así. - añadió él, con una mirada que se deslizó brevemente sobre su figura. Sin embargo, en lugar de retroceder, ella permaneció en su sitio, sorprendida por el modo en que él acortaba la distancia entre ambos. Rowan la rodeó con el cuerpo, dejándola entre la pared tapizada y su calor. No la tocó de inmediato, pero la proximidad fue suficiente para que el aire pareciera más denso, más íntimo. - Estabas hermosa hoy. - dijo en voz baja, casi un susurro -Te movías entre ellos como si hubieras nacido para esto. No podía dejar de mirarte. Isabella bajó la mirada, entre confundida y ruborizada. Había palabras que sonaban verdaderas, aunque algo en ella se resistiera a creerlas del todo. El joven levantó una mano y le apartó un mechón de cabello del cuello, luego la rozó con los nudillos apenas, como si aún midiera sus gestos. Pero cuando ella no se apartó, Rowan bajó la mano por su espalda, despacio, hasta la curva de su cintura y luego la estrechó con una dulzura medida. No era posesión, sino ternura fingida. - ¿Puedo? - preguntó contra su oído, como si pidiera permiso, como si jugara a ser el esposo considerado que debía ser. Ella asintió. No supo por qué. Su mano descendió un poco más, tocándola por encima de la tela fina de la bata. No había urgencia en su gesto, solo exploración. Rozó el borde de su muslo, deteniéndose apenas y luego subió lentamente, rozando su piel con los dedos abiertos. Isabella contuvo un suspiro que escapó de todos modos. Su cuerpo reaccionaba antes que su mente pudiera detenerlo. Rowan apoyó la frente sobre la suya, con los ojos entrecerrados, respirando su aliento. - Eres fuego bajo la calma. - murmuró -Me enciendes con una sola mirada y no sabes el poder que tienes sobre mí. Su voz temblaba levemente, como si lo conmoviera su propia confesión. Pero era control. Era actuación pulida. Con la otra mano, acarició su mejilla, luego su cuello y dejó un beso casto sobre su clavícula antes de retirarse un poco. Isabella lo miró, confundida por la mezcla de caricias, palabras dulces y la tensión que le palpitaba entre las piernas como si la hubieran dejado a medio camino. - Podría hacerte mía aquí, contra esta pared. - dijo en tono bajo, con una sonrisa ladeada - Pero no quiero que pienses que todo lo nuestro se reduce a lo físico. Hay cosas más profundas entre nosotros. Lo sé… aunque aún no estés lista para aceptarlas. Isabella lo miró, sorprendida por la suavidad de su tono, por la aparente sinceridad. - ¿Cómo puedes decir eso si apenas nos conocemos? Rowan bajó la mirada, con ese gesto perfectamente ensayado de vulnerabilidad masculina. - Porque cuando te toco, lo sé. Cuando me dejas ver tu cuerpo… cuando no lo escondes ni con tus silencios. Yo sí te veo, Isabella. Ella tragó saliva. Quiso decir algo más, pero él le besó la frente con afecto, como si sellara una promesa invisible. - Ve a dormir, mi condesa. - dijo con suavidad - Te esperaré mañana. Quiero desayunar contigo… sin testigos. Y entonces, como si temiera quebrar la magia de la noche, se apartó. Recolectó su copa de la consola y con una mirada que decía todo y nada, se alejó por el pasillo, dejando detrás una estela de brandy, deseo y confusión. Isabella apoyó la espalda en la pared, aún con el corazón desbocado. Lo amaba Y eso era lo más peligroso de todo.
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