SANTIAGO
—Señor, Sahara está aquí.
—Haz que pase, Alicia.
La gran ceremonia está muy cerca y los preparativos deben comenzar.
—El artículo que escribiste ya está en manos del editor en jefe, a él también le parece extraordinario. Será todo un éxito.
—¿Solo me llamó para eso, señor?
—Te considero una persona creativa, quiero que me ayudes con algunos detalles de la celebración.
—¿Creativa yo? No creo que eso sea correcto, señor.
Me cercioro de que la puerta de mi oficina esté completamente cerrada.
—Me bastó con ver cuando te probaste aquella faja, eres creativa.
—Eso no es creatividad. Honestamente no quiero recordar aquel día.
—Pues yo sí, ya que te pude encontrar, ama.
—Hicimos un acuerdo donde nuestros roles estaban prohibidos en el trabajo.
—Lo sé, pero ya no aguanto. Necesito que me grites.
—¿Qué no tienes palabra? Eso es una falta a nuestro contrato.
—He hecho mal, mi señora, por favor, castígame.
—¡Maldición, pedazo de imbécil! Te voy a enseñar a cumplir tu palabra —me toma con fuerza de la corbata y me arrastra hasta el escritorio—. ¡De rodillas!
Obedezco, me palpita el corazón. Es tan exitante saber que afuera están Alicia y los demás trabajadores.
Levanta su pierna y coloca su tacón sobre mi entrepierna. Presiona con fuerza, el dolor me produce un placer enorme. Muerdo los labios, quiero más de eso.
Toma de mi escritorio una regla de metal y me golpea los brazos.
—¿Qué tienes que hacer, estúpido?
—Todavía no entiendo, ama.
—La mirada en el suelo —me vuelve a golpear con la regla—. Tienes que cumplir tu palabra.
Lanzo un par de gemidos.
—Pégame, ama.
Suelta la regla y me toma con fuerza de los cabellos. Coloca mi rostro sobre sus tacones color azul cielo.
—Lame mis zapatos.
Saco la lengua y comienzo a lamer el borde. Lo recorro hasta llegar a su piel.
El pequeño sobresalto que da me hace saber que no se lo esperaba, pero le gusta. Sigo hasta llegar a su tobillo, quiero lamer sus piernas hasta provocarle una explosión.
Me sigue el juego, coloca su mano izquierda en su intimidad y comienza a tocarse mientras que con la otra mano aprieta con fuerza sus pechos.
Un golpe inesperado nos saca del juego, Alicia toca la puerta.
Ambos volvemos a la realidad. Me pongo de pie y le acomodo la ropa y el cabello. Corro hasta mi silla para ocultar bajo el escritorio la tremenda exitación que levanta mi pantalón.
—Adelante —le ordeno a Alicia con un tono de voz medio alto—. Hace falta apoyo en el área de decoración.
—Podríamos hacer un collage de las portadas de todas las revistas en la pared principal, la que está atrás de escenario.
—Le dije que era usted muy creativa, me gusta la idea.
Alicia se acerca con una visita inesperada.
—Santiago, ¿cómo estás? —Aurora mira con sospecha a Sahara.
El rostro de mi ama sigue colorado. Y yo... yo sigo tan entusiasmado y rígido como hace unos minutos.
—Cecilia me pidió que te ayudara con los preparativos.
—Tengo el personal suficiente para ello.
Aurora vuelve a mirar a Sahara, pero está vez sonríe con ironía.
—¿Quién es ella, querido?
—No te incumbe y no me llames querido. Pensé que todavía estarías en duelo.
Suspira profundamente.
—Lo estoy, querido. Pero Ceci me dijo que poner mi atención en otro lado me ayudaría bastante. Por eso vine, necesito comenzar a familiarizarme con la editorial, después de todo, en un futuro no muy lejano me haré cargo de ella.
—Si eso es todo, entonces me retiro, señor —dice Sahara con expresión molesta.
—Gracias.
Sahara sale de mi oficina.
—¿Por qué una chica así trabaja en la editorial?
—¿Qué tiene de malo?
—Ella es... bueno, no es muy bonita y su cuerpo...
—Tiene mucho talento, el físico de mis empleados no te concierne. Debes tener a los mejores para ser el mejor, la estética es algo superfluo y estúpido.
—¿Superfluo y estúpido? ¿No sé supone que es una revista de moda y belleza? Con razón veo porque Ceci no quiere que estés al frente de la revista, eres un hombre y no entiendes de belleza ni de moda. No te preocupes, tesoro, yo lo voy a hacer bien. He aprendido mucho de mis viajes a Europa, tengo una noción muy amplia de la moda.
—¿Por qué lo haces?
—¿Por qué quiero ayudar?
—Lo nuestro pasó hace mucho tiempo, juraste que me odiarías por siempre.
—Sabes muy bien lo que sucede con la gente de nuestro círculo social. Papá murió y soy su única heredera. No sé mucho acerca de empresas ni nada por el estilo. Tú y yo y todos los jóvenes de nuestra sociedad estamos destinados a contraer nupcias con el mejor postor. El matrimonio es un negocio, querido.
—¿Entonces aceptaste casarte conmigo por negocios?
—Sí, hay algo de eso. No lo dudé porque prefiero casarme con alguien que conozco a compartir toda mi vida con un extraño.
—No me conoces del todo, querida. Yo no me voy a casar contigo.
—¿De verdad piensas renunciar a todo por un estúpido capricho de libertad y rebeldía? Tú también eres hijo único, ¿sabes quién heredará todo si no aceptas está propuesta?
—A la directora no le queda más remedio que aceptar mis condiciones, ya que como dijiste, soy su único hijo.
—¿Estás seguro de que no existe nadie más?
—Totalmente seguro.
—Te equivocas, cariño. No te creas tan importante, después de ti, hay un candidato perfecto para dirigir la editorial.
—¿De qué diablos hablas? ¿Estás loca? Mejor ve a descansar, todavía estás muy afectada con la muerte de tu padre.
—Me voy, pero mañana voy a volver y no me podrás negar nada.
Sale molesta de mi oficina. No sé por qué, pero pienso que aquí hay algo extraño. O quizás no, Aurora solo estaba molestando.
Sahara_11:40.
Te veo en la sala de descanso.
Estoy en serios problemas, pero eso me gusta. Ya quiero ver cuál será su castigo.
Me dirijo a la sala de descanso, al entrar cierro la puerta con seguro. Las luces están apagadas, es mejor así, es más emocionante.
Miró alrededor, no veo a nadie. Tal vez todavía no llega. Me acomodo el uno de los sillones reclinables para esperar con calma.
—¿Quién te dijo que podías descansar, maldito perro rabioso? —Sahara sale del armario.
—¿En qué le fallé, mi señora?
—¿Quién es esa bruja esquelética que apareció en tu oficina?
—Ella es una buena amiga de la directora, ha venido para molestarme. Yo soy suyo, ama.
Cambia su expresión de enojo por media sonrisa coqueta.
—Demuéstramelo.
Me levanto del sillón y me pongo de rodillas. Avanzo a gatas hacia ella. Comienzo a gemir como perro regañando. Frotó mi rostro contra sus piernas.
—He sido muy blanda contigo, a partir de ahora no habrá más ama buena. Eres un rebelde y eso se tiene que corregir. Habrá ciertas modificaciones en el contrato que tendrás que aceptar. Primero, tendrás que acudir a donde yo diga a la hora que yo diga sin importar qué estés haciendo. Segundo, llevarás el collar oculto bajo tu camisa en todo momento, solo te lo podrás quitar cuando el contrato haya vencido.
Asiento con tranquilidad, esta es justo la emoción que tanto estaba esperando. Por fin comienza a actuar como una verdadera ama.