Capitulo 2

2149 Words
Agitó el vaso con los hielos a medio derretir, cambiando su peso de una pierna a otra. Hundió los hombros e inclinó su cabeza de lado a lado para relajar los músculos de su cuello. Estaba cansado, las fiestas no eran lo suyo y mañana tenía que trabajar. Desde el suceso legal con su padre se vió obligado a congelar sus estudios universitarios por falta de dinero. Tenía dos trabajos de mierda donde lo explotaban y le pagaban el sueldo mínimo. —Así que... —Enfocó su atención en al chico a su lado. Ni si quiera recordaba su nombre, y había estado ignorándolo toda la noche, pero ahí seguía. —¿Vienes mucho por aquí? —No —el otro asintió, sonriendo incómodo. —Yo tampoco. La verdad es que... —Me voy a casa —interrumpió bruscamente. Era cierto que era gay, pero no por eso se acostaría con cualquier imbécil, el amaba a Erick. La mirada apenada del chico le hizo sentirse un monstruo insensible. —Lo siento, es que no me encuentro bien. Un placer conocerte —añadió más suavemente. Ni si quiera esperó a que le respondiese. Paseó la mirada por el club —el cual estaba en todo su apogeo con decenas de personas bebiendo y riendo—, y buscó a Bruno, un compañero de trabajo con el cual se llevaba bastante bien. Lo encontró bailando con una chica en uno de los lados de la pista, aunque cuando se fue acercando se dio cuenta de que había más manoseo que baile entre ellos. —Oye —llamó sin remordimiento por haber interrumpido lo que parecía ser un sustancioso intercambio de saliva—, me voy a casa. —¿Qué? Pero si solo son... ¿Qué hora es? —Las dos de la madrugada. —Respondió bruscamente. —¡Solo son las dos! —Exclamó su amigo con voz chillona. —Tengo que trabajar mañana. —Pero es mi cumpleaños —se quejó Bruno—, solo cumplo veinticuatro una vez. No seas aburrido, Deivis. —Estoy cansado —dijo, sin dar un paso atrás—. Y ya celebramos tu cumpleaños ayer. —Dime al menos que si te vas es porque tienes una gran polla esperándote en casa. —La sonrisa pícara de su amigo hizo sonreír a la chica que lo acompañaba. Deivis puso los ojos en blanco, escuchando como la chica que acompañaba a Bruno se carcajeaba con fuerza. —Eres un asqueroso. —Y tú un amargado. —Me voy. Feliz cumpleaños. —¡Dile a ese tal Erick que te folle de una vez! Le enseñó el dedo corazón a su amigo mientras se daba la vuelta y salía de la discoteca con prisa. Caminó hasta una calle próxima y se acercó la paradero de taxis más cercano, tuvo suerte de tomar uno casi de inmediato. La oscuridad de la calle se trasformó en la oscuridad de la diminuta sala de estar de su claustrofóbico apartamento. Encendió la luces con un suspiro, quitándose los zapatos, dejando la chaqueta que llevaba puesta en el respaldo del sofá y se encaminó hacia la cocina. El ruido de la música aún permanecía dentro de sus tímpanos, provocándole dolor de cabeza. Llenó una taza de agua y la calentó en el hervidor, para luego añadir una bolsita de té. Volvió al salón para sentarse en el sofá, dejando caer su cabeza hacia atrás y apoyando los pies en la mesita de café. Si su padre le viera le daría un discurso sobre modales y saber comportarse como un hombre de clase y sociedad, pero su padre estaba en prisión con su madre y Deivis no tenía a nadie con el que tuviera que guardar las formas. Ya no era un hombre rico ni de sociedad, ¿qué más daba su maldito comportamiento? En momentos como ese le era imposible no sentirse solo. Con su apartamento medio a oscuras, totalmente en silencio, sin nadie que le arrastrase a la cama, sin nadie con quien desayunar o pasar el rato. Tenía a sus amigos, sí, pero ellos tenían sus propias vidas, sus relaciones y Deivis muchas veces se encontraba ajeno a todo eso. A veces le gustaba imaginar que Erick estaba a su lado, que lo de ellos era algo mucho más serio y no que solo era una relación basada en el sexo dos veces a la semana. Era mejor así, pensaba siempre. Estaba bien solo la mayor parte del tiempo, se centraba en su trabajo, en mantener su estabilidad y en que nadie le rompiese la pequeña burbuja de tranquilidad que había creado a su alrededor. Quiso convencerse a si mismo con aquel pensamiento, pero la realidad era que anhelaba con el alma una estabilidad en su vida. Sopló su bebida, intentando que el silencio no se hiciese demasiado incómodo a su alrededor. Sabía que la soledad desaparecería tan rápido como saliese el sol al día siguiente, así que lo mejor era no pensar en ello. Bebió su infusión con calma hasta que se sintió lo suficientemente relajado como para irse a dormir. Fue a la cocina para dejar la taza vacía, se quitó con pereza los zapatos y la chaqueta para luego apagar la luz, dirigiéndose hacia su habitación. Cayó dormido tan pronto como se puso ropa cómoda y se tumbó en la cama. ••• Había tenido un día de mierda, se sentía cansado tanto física como emocionalmente y lo único que deseaba era llegar a la destartalada casa de "San Sebastián" y fundirse entre los brazos de Erick. Erick, era todo lo que necesitaba para sentirse mejor, al menos, esas horas que pasaban dentro de esas cuatro paredes amándose sin límites él era feliz. Después de una larga caminata llegó a la vieja casa de San Sebastián, se adentró en la propiedad y subió perezosamente las escaleras. ¡Dios, estaba tan agotado y tenía tanta hambre! Al llegar a la habitación del ático se encontró con Erick, el castaño estaba recostado en la cama con la mirada fija en el techo. —Hey, —saludo Deivis mientras dejaba su mochila en el polvoriento piso. —¿Hace cuánto llegaste? —Hace un rato. ¿Qué tal tu día? —Se incorpora en la cama y fija la mirada en su amante. —¡Ha sido u día tan maravilloso! —Exclama con notorio sarcasmo para luego dejarse caer en la cama junto a Erick. —¿Qué fue lo que pasó, Deivis? —La voz de Erick se oyó preocupada. —Me despidieron de uno de mis empleos... —Las palabras salieron temblorosas de sus labios. —Hice todo lo que me pidieron, jamás me quejé por la explotación de mi jefe, aprendí rápido y fuí eficiente. ¿De qué sirvió? Simplemente me despidió por que daba una pésima imagen al bufet de abogados, me dice esa mierda como si hubiese sido una figura importante dentro del bufet, solo era el puto mensajero y él idiota que preparaba los cafés y limpiaba sus mierdas. —Las primeras lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas. —Hey, no llores... Puedo ayudarte a costear tus gastos. —Erick acunó las mejillas de Deivis con sus manos y secó las lágrimas con sus pulgares. —No necesito que me ayudes a costear mis malditos gastos, Erick... Solo te quiero aquí conmigo, necesito que me comas la boca de un maldito beso y me folles, me empotres contra la maldita cama y te metas tan profundo en mi interior que duela... Te necesito para olvidar toda esta mierda que me rodea... —La voz de Deivis sonaba desesperada, necesitada. Erick no respondió nada al respecto, las palabras eran innecesarias en ese momento, simplemente le entregó el consuelo que tanto necesitaba. Lo besó con rudeza mientras aprisionaba el estilizado cuerpo de Deivis contra la cama. Erick gimió contra sus labios, oprimiéndolos duramente con la lengua, buscando un hueco por donde colarse. Sus manos, fuertemente aferradas de la camisa de Deivis, arrugando con fuerza la tela y sin dejar duda alguna de lo mucho que el estúpido lo estaba deseando. Deivis tampoco pudo negarlo más, ya no había pensamiento que lograda evadir la realidad. Estaba jodidamente enamorado. Dejándose llevar por la oleada de sensaciones levantó las manos para quitarle las gafas a Erick, quien parecía no dispuesto a dejar de oprimirse contra sus labios así le cayera la casa encima, con todo y los malditos manzanos que había alrededor. Deivis aventó las gafas al suelo, cerró los ojos y abrió la boca para darle la bienvenida a la lengua demandante que exigía entrar y que parecía querer metérsele hasta la garganta. Eso era justo lo que necesitaba. Ante la respuesta positiva de Deivis, Erick gimió aún más y de un solo tirón, abrió la camisa del rubio provocando que los botones volaran por todos lados, haciendo eco por el vacío lugar. La pasión que ambos sentían en ese momento era irrefrenable, Erick le quitó la camisa deslizándosela por los hombros y brazos, pasando las manos por el torso y la espalda sudorosa de Deivis. Se separó un momento, mirando a Deivis a los ojos, sin dejar de mover sus manos hasta llegar a sus rosados pezones. —Eres tan jodidamente hermoso, Deivis. Nunca creí que dijera eso de ti, pero… El rubio jadeó y entrecerró los ojos cuando los dedos de Erick pellizcaron sus ya rígidas tetillas. Pudo haber respondido que él siempre había pensado que Erick era atractivo, pero se abstuvo de hacerlo. No iba a otorgarle eso tan pronto. Erick inclinó la cabeza y clavó los dientes en el cuello del rubio haciendo que se doblara hacia atrás de lo bien que se sentía. Ráfagas de placer recorrieron todo su cuerpo poniéndole la piel de gallina. Sintió las manos de Erick acariciarle el pecho, sus dedos toquetear su colgante durante un momento, sus movimientos dirigiéndose hacia el broche del cinturón. Sin dejar de mordisquear y besar la sensible piel de su cuello, Erick se las arregló para abrir el pantalón de Deivis. Comenzó a sentir la suave tela resbalar por sus piernas, la anticipación haciéndole bullir la sangre. Las manos del castaño se introdujeron bajo sus calzoncillos y, presta y eficientemente, los mandaron a hacerle compañía a la prenda anterior. —Mis… mis botines, Erick —jadeó Deivis, respirando agitado, los mordiscos de su amante haciéndole ver estrellas debajo de los párpados. —Ahora me encargo —le respondió el moreno entre besos y mordidas. Se separó de Deivis y lo empujó hasta hacerlo caer sentado sobre la cama. La repentina lejanía de Erick le dejó a Deivia una enorme sensación de vacío y de frío a pesar del intenso calor. Respirando entrecortado y sintiendo gotas de sudor escurrirle por la sien, Deivis pudo mirar su propia erección casi pegada a su vientre, y vagamente se hizo la pregunta de en qué momento su excitación había alcanzado semejante punto de no retorno. Erick, de pie frente a él, pasaba sus intensos ojos verdes por todo su cuerpo, como si no pudiera creer que tenía a Deivis ahí en la cama, casi desnudo y a punto de dejarse follar por él. No era de sorprenderse, el mismo Deivia tampoco podía creerlo. Las veces anteriores jamás llegaron tan lejos, solo se habían pajeado mutuamente y nada más. La ávida mirada de Erick se detuvo en la erección de Deivis y éste lo observó relamerse los labios. Dioses, si tan solo Erick usara esa sonrosada y húmeda lengua para algo más que sólo hablar… Como si hubiera adivinado su pensamiento, Erick se dejó caer de rodillas. No sin un poco de torpeza y nerviosismo, le quitó los botines a Deivis y, posteriormente, el pantalón y su ropa interior. Como si estuviera muriendo de hambre por él, Erick de inmediato abrió las piernas del rubio y se colocó entre ellas, pasando las manos por sus muslos con tanta delicadeza como si fuera de cristal y dejando caer su cabeza directo a su entrepierna. Deivis gimió y levantó las caderas cuando la boca completa de Erick devoró su erección. El empapado ardor de esa cavidad rodeó su m*****o haciendo que casi se corra tan solo con eso; los labios de Erick apretándose alrededor de la base de su erección formando un anillo increíblemente ajustado, medido, presionando y enloqueciendo, y Deivis dejó de pensar y casi de respirar. Lentamente, Erick fue retirando la boca, moviendo con presteza su lengua y raspando levemente con los dientes. El rubio, asombrado por la inesperada habilidad oral del castaño, abrió los ojos para llenarse la pupila con la imagen de la cabeza de Erick sobre su regazo desnudo, con sus labios enrojecidos rodeando su hinchada erección y sus ojos verdes clavados en él. —Por Dios… —Murmuró sin querer, deseando de corazón que Erick no lo hubiera escuchado.
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