—En realidad —le dijo él—. Creo que el dinero inteligente debería apostar por alguien como tú.
—¡Por amor de Dios! Si se te dan tan bien las apuestas como las inversiones, vas a perder hasta la camisa, Henry —replicó ella muy enfadada—. Ahora, vete. No quiero oír más tonterías.
—Bueno, creo que voy a apostar por ti, Sam. Nadie parece creer que tengas ninguna posibilidad, claro, por eso, si consigues el puesto, ¡me voy a hacer de oro!
—Vale, Henry, ¡ya vale! Es hora de que te vayas a trabajar. ¡Sal de mi despacho ahora mismo! —le gritó Sam, cansada ya de tanta tontería.
Sin embargo, no era ninguna idiota. Sabía perfectamente que muchos de sus colegas habían estado conspirando para conseguir el puesto de Paul. Pero aquella era la manera de comportarse en el mundo de los negocios, aunque
