CAPÍTULO 3

1611 Words
Cuando sabes que morirás el arrepentimiento es uno de los factores más importantes en tu lecho de muerte ya que cuando es tu fin tu conciencia crea una tormenta de "hubieras". Hubiera hecho esto, hubiera hecho aquello, hubiera dicho lo mucho que lo quería. Así estaba Arlene cuando la metieron a la camioneta pensando que era su fin hasta que se quedó dormida en el asiento trasero de la camioneta. Ahí estaba algo cálida por el calor que le brindaba su cuerpo y la tela de los asientos. Había llorado mucho, pero después sus ojos le suplicaron un descanso placentero. Eran las cuatro de la mañana cuando la camioneta se detuvo en un estacionamiento en la parte de enfrente de una gran casa pintada de un color anaranjado y blanco al estilo mexicano. —Chore, mete a la chica. Un muchacho de unos veinte años abrió la puerta del lado de Arlene lo cual provocó que casi se cayera ya que estaba recargada ahí. Chore la alcanzó a tomar de los brazos luego la cargó y se la echó a la espalda como costal de papas haciendo que Arlene se despertara. —¡Suéltame! ¡No! ¡Por favor! Pataleaba y gritaba a todo pulmón, había muchos más hombres por todas partes con armas y chaquetas negras. La observaban con diversión y otros con lujuria. Entraron a la casa y el chico subió unas escaleras. Todo estaba oscuro y era difícil caminar. Después de unos minutos Chore abrió una puerta y la dejó caer en el piso e inmediatamente cerró con seguro. —¡No! ¡Por favor! Así pasó una hora más haciendo escándalo, pero después de un rato se dio cuenta de que nadie vendría a su rescate, nadie la escucharía y nadie le haría caso al menos por ese rato, así que se subió a la cama que había en la habitación y se tapó con las sabanas donde lloró un rato más antes de caer en los brazos de Morfeo.  ... —¿Qué pasó con la avioneta? ¿Pero, llegó? Entonces no estés chingando y mándame el dinero, ya sabes que me gustan las cosas bien hechas. Se escucharon voces en el pasillo y en cuanto Arlene las escuchó se levantó de golpe cayendo al piso. Se quedó ahí unos segundos antes de levantarse y asomarse por la ventana. Ya había amanecido por lo que pudo ver mejor donde se encontraba. Pensó que si hubiera descubierto esa ventana hace unas horas pudo haber escapado, pero aun así no tenía oportunidad con todos esos hombres allá fuera cuidando y vigilando cada rincón. Miró a su alrededor y vio que no está nada mal la habitación, la cama era cómoda y las sabanas estaban limpias. Había un baño, un armario y una televisión. No se sentía como secuestrada, al contrario, parecía como si estuviera de vacaciones, claro si no fuera porque unos asesinos la tenían ahí encerrada. Inmediatamente abrió el armario y tomó una chaqueta negra, se la puso al igual que unas botas del mismo color que le quedaban algo grandes, había unos cuantos pantalones, pero todos le quedan grandes. Conforme con la chaqueta que le cubría hasta los muslos entró al baño y buscó algo con que defenderse, pero no encontró nada útil, regresó al cuarto y abrió los cajones. —¡Dios! —exclamó. Tomó la pistola que estaba en uno de ellos y la observó como si tuviera una joya en sus manos. Era pesada y reluciente. La primera vez que tomó una fue cuando les disparó a aquellos dos criminales amigos de Gerardo, pero fue tan rápido que no tuvo tiempo de sentirla bien y ahora que tenía otra pistola en sus manos podía sentir lo segura que se sentía. Con mucha confianza avanzó a la puerta donde trató de abrirla despacio, pero como era de suponer estaba cerrada. Fue a la ventana y abrió las cortinas, pero no se podía abrir porque solo eran un cristal, para poder salir tenía que quebrarlo y eso causaría mucho ruido. Pero había algo mejor. Una puerta que estaba detrás de una cortina café, gruesa hasta el piso, que daba a un balcón. No había nadie en el patio, todo el lugar era de pasto y muy hermoso. Sacudió la cabeza tratando de concentrarse y abrió la puerta, salió despacio y salió al fresco aire de la mañana. Miró a un costado y vio muchas plantas caer desde el techo, la casa era de cuatro pisos y ella estaba en el tercero. Era muy grande y hasta parecía una mansión. Jaló las plantas comprobando su resistencia, se subió al barandal del balcón y se agarró de una rama grande luego fue bajando poco a poco con las manos sudorosas y los pelos de punta. —Tranquila Arlene, todo está bien... La pistola la tenía entre el resorte del calzón y mientras bajaba cuidaba que no se le fuera a caer. Una rama se rompió y lanzó un pequeño grito mientras al mismo tiempo se sujeta de otra. Un hombre abajo pasó caminando y miró a su alrededor, más no arriba. Arlene aguantó la respiración como si su propio aliento la fuera a delatar, cuando el hombre se fue lanzó un suspiro. Pero en eso el ruido de una puerta se escuchó y ella volteó a su lado derecho donde había un balcón a cinco metros. —Demonios... Susurró la chica y el muy apuesto chico volteó. Era de piel clara, aunque no tanto, con tan solo unos pantalones puestos y un abdomen bien marcado. Los dos se quedaron mirándose el uno al otro sin ninguno hacer nada. Luego de quince segundos más Arlene comenzó a bajar rápido y el chico corrió dentro de su habitación. A tres metros de altura dio un brinco y cayó sorprendentemente bien. Comenzó a correr por entre unos árboles y con la pistola en mano. Corrió y corrió y los gritos ya se escuchan a sus espaldas. Llegó a un claro grande donde había canchas de fútbol de pasto a lo lejos, un comedor con un techo de plantas y con piso en el suelo muy reluciente. Un lugar muy bonito al aire libre. —¿A dónde vas hermosa? Ella se dio la vuelta y retrocedió varios pasos corriendo, apuntando con el arma al frente. —¡Alto o les juro que les disparo! —sostenía el arma con fuerza para que todos los hombres que estaban ahí ya presentes no vieran que todo su cuerpo le temblaba. —Vamos no eres capaz —dijo Gerardo quien acaba de llegar con una sonrisa. —¿No soy capaz? ¿Por qué no les preguntas a tus dos amiguitos que mande a la cárcel con balas en las piernas? —Eres una perra —avanzó enojado, pero alguien lo detuvo. —Vamos Ezra, ella ganó —dijo el chico de piel blanca sonriendo—. Te ves muy sexy con mi ropa. Aunque las botas te queden algo grandes. Arlene se volteó a ver de reojo viendo con asco la ropa sabiendo que le pertenecía a él. —Soy Ezra —dijo él amablemente. —Me importa un carajo —soltó Arlene retrocediendo—, y no te acerques. A Ezra se le borró la sonrisa y avanzó hacia ella muy seguro de sí mismo tan rápido que quedó su frente justo a unos centímetros de la pistola. Ella no reaccionó a tiempo y ahora tenía que disparar lo cual no quería, pero si tenía que hacerlo para salir de ahí lo haría. —Vamos dispárame, Guerra —dijo él burlándose— ¡Dispara! —¡Ezra, no! —¡Cállate, Gerardo! —exclamó Ezra y apretó sus puños—. ¡Vamos Guerra, dispárame! Ella cerró los ojos con miedo, respiró hondo y entonces disparó. —Eres una distraída. Abre los ojos y apretó el gatillo de nuevo, pero no pasó nada tan solo se escuchaba el clic. —Debiste de tomar las balas del cajón de hasta bajo —dijo Ezra tranquilo. La tomó de las greñas y la tiró al pasto. Luego les ordenó a todos sus hombres que se retiraran. Pero justo en eso se escuchó a lo lejos un ruido y todos voltearon, pero Arlene fue mucho más rápida y logró captar todo. Se levantó rápido y se puso en frente de Ezra. Luego la bala entró a un costado de su estómago. La chica cayó al pasto casi inconsciente. Todos comenzaron a disparar protegiendo a su jefe quien ya estaba arrodillado con la chica en sus brazos. —¡Vallan por él ahora! ¡YA! Gritó con todas sus fuerzas rojo de la cara y con las manos llenas de sangre. Sus hombres incluyendo Gerardo quien los guiaba a lo lejos en el campo corren a disparar al bosque donde se encontraba un enemigo. —¡Vaquero envíen a la enfermera! Informó Ezra por su radio luego volvió su atención hacia la chica con curiosidad preguntándose el por qué lo había hecho. Dar su vida por la de él. —¿Por qué? Arlene Guerra. ¿Por qué? Entonces la chica se desmayó y Ezra la levantó y cargándola la llevó hacia la casa corriendo. Al llegar, subió a la habitación donde momentos antes estaba Arlene y dejó sobre la cama. La enfermera llegó con todo lo necesario, le pidió a Ezra que saliera de la habitación y así comenzó con el proceso de curación para salvarla. —¿Qué paso Ezra? —le preguntó Daniel quien fue el que la vio escapando desde el balcón y dio el aviso. —Ella... Ella me salvo.      
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