Capítulo 2. El día después del caos.
El hombre desconocido no la alejó, al contrario, llevó su propia mano y tomó la de Brisa, llevándola hasta la parte baja de su cremallera, al lugar donde su m*****o viril comenzaba a despertar.
-- ¿Estás segura? – le preguntó sorprendiéndose de su actitud, nunca antes habría caído en los brazos de alguna desconocida, pero Brisa tenía algo que lo comenzaba a enloquecer.
-- Más que nunca. Eso es, quiero despertar a este dormilón – le dijo ella y el hombre sin poder alejarla y sin saber quién era debido a la poca luz, la acercó más a él.
-- No te vas a arrepentir después. Parece que estas ebria – susurró muy cerca de su oído, pero Brisa negó, esa voz y su aliento habían despertado su deseo, no solo de lo s****l sino también de venganza... quería a ese hombre y lo tendría para ella, aunque debiera pagar por él.
-- No estoy borracha y no, no me voy a arrepentir –
-- Eso mismo dice la gente que está ebria – le dice él, intentando alejarla un momento para mirarla bien, pero Brisa no lo deja, pegando su cuerpo más a él, oliendo su perfume, caro y varonil, como madera con especias mesclado con el olor de un whisky de alguna marca imposible de pronunciar.
-- ¿Me vas a dar un sermón o te vas a acostar conmigo? – le preguntó Brisa muy cerca del oído, consiguiendo que todo su cuerpo reaccione nuevamente, algo que nunca ninguna otra mujer había logrado conseguir con él.
-- ¡No pienso sermonearte más cariño!, solo voy a hacer lo que tú quieras… así que dime ¿Qué deseas? –
-- ¡Venganza! – exclamó en un susurró ella,
-- ¿Venganza? – le pregunto sin conseguir una respuesta a cambio.
-- ¿Y cómo piensas conseguirla? – le preguntó al fin.
Brisa se alejó un centímetro, intentó mirarlo, pero le fue imposible, sus ojos no llegaban a enfocar el rostro de su interlocutor. Él tampoco se apartó de ella, en lugar de eso la sostuvo con más fuerza, como si entendiera lo que aquella mujer necesitaba y luego como si el destino hubiera jugado a su favor Brisa se lanzó sobre él.
Besando sus labios con una pasión infinita.
El hombre que también había bebido, la levantó en sus brazos, con sus labios unidos a los de ella caminó por el pasillo, no se detuvo hasta su llegar a su habitación.
No encendió la luz, no lo necesitaba. Los besos llenos de pasión de Brisa lo tenían embrujado.
La ropa comenzó a caer sobre la alfombra, los jadeos de placer se comenzaron a escuchar, nada tenía sentido, pero si lo tenía al mismo tiempo.
Brisa hizo cosas que nunca antes había hecho, pero que la llenaron de satisfacción.
Cuando Brisa despertó la luz le caía sobre una parte de la cara, todavía no llegaba a amanecer del todo, pero por una rendija de la cortina en la habitación la luz se filtraba llegando justo a donde ella estaba acostada.
Brisa abrió un ojo y luego el otro, el techo que veía frente a ella era de un blanco intenso, su departamento no tenía los techos asi, tampoco eran tan altos, al menos eso recordaba... movió su cabeza y el dolor que sintió era proporcional al desastre que había sido su noche en la fiesta de su promoción.
Se sentó lentamente, las sábanas cayeron a un lado mostrando su piel desnuda. A su lado un hombre dormía dándole la espalda... Brisa se sobresaltó.
-- ¡Oh Dios! – quiso gritar, pero no pudo, las palabras no salían de su boca.
Ella miró bien la habitación y se dio cuenta que no era su departamento, ni nada que se le parezca y ese hombre obviamente no era Franco... pero al recordar a su novio una imagen apareció en su mente, la misma que todos sus amigos vieron la noche anterior... la misma donde sonreía feliz al lado de Luna.
Intentó mirar al tipo que estaba de espaldas a ella. pero era demasiado grande, demasiado alto, y mucho más atlético que Franco y por lo que comenzaba a recordar sobre esa noche de pasión, el hombre estaba muy bien dotado.
Su cabello castaño claro estaba completamente desordenado y su respiración tranquila le indicaban que seguía dormido, en la espalda tenía arañones que ella misma se los debió hacer.
-- Me tengo que ir… ¿Qué carajo me pasó anoche? – susurró nuevamente para sí.
Brisa se levantó con extremo cuidado, no quería que él la sintiera, menos que despertara en ese momento, no tenía cara para enfrentar a ese desconocido.
Al conseguirlo miró la habitación, su ropa junto a la de él, estaban tiradas por toda la alfombra, Brisa se sonrojo al recordar cómo llegó hasta ahí. Recogió cada prenda y se la iba poniendo en completo silencio, caminando de puntitas para no hacer ruido, la alfombra de la suite la ayudo con eso.
Al llegar a la puerta se dio cuenta que no tenía su bolso, miró a todas partes, pero no estaba ahí, luego recordó que lo había dejado en el salón donde fue su reunión. Anoche salió despavorida luego de aquella humillación, solo esperaba que alguna de sus amigas lo hubiera tomado antes de irse.
Le dio un último vistazo al hombre acostado en la cama, caminó hasta la puerta, pero antes de salir, volvió hasta él... quería ver el rostro de ese desconocido, recordando las palabras que dijo él y la forma como se refirió a su m*****o viril, supuso que podría tratarse de algún Gigolo... al menos debía dejarle algo de dinero por haberla satisfecho la noche anterior pero no tenía nada, aunque al intentar buscar su bolso ella vio un pequeño cubo con papeles del hotel, tomo una hoja y escribió algo breve como agradecimiento, antes de dejar la nota en la mesita, salir sin ver al hombre que te hizo vibrar hubiera sido lo mejor... pero su curiosidad fue más fuerte y antes de voltear miró el rostro del hombre que dormía complacido...
Mientras estiraba su cuello un poco más, pudo ver el perfil de él, en ese momento Brisa se detuvo en seco.
Ese perfil era inconfundible para muchas, ella se acercó un poco más sin siquiera respirar. Y entonces lo vio con claridad.
Ahí durmiendo en la cama como un bebé estaba quien sería su jefe oficial en solo unas semanas... el nuevo CEO de la empresa donde trabajaba desde hacía doce meses, el mismísimo heredero de la familia Esquetini…
“Alonso Esquetini Moore”
-- ¡No puede ser! – jadeo sin voz.
Brisa se cubrió la boca con las manos y retrocedió dos pasos, tropezando con la alfombra y la billetera del hombre, ella la miró y la recogió del suelo, estaba repleta de billetes, tal y como el CEO de una empresa como la suya acostumbraba a andar.
Sin pensarlo tomo un fajo de billetes y lo dejó al lado de la nota. Luego lanzó la billetera en otra dirección. Caminó apresurada hasta la puerta, no podía dejar que él se despertara, no después de descubrir quién era él.
-- ¡Tengo que irme y ya! – susurró.
Si su nuevo jefe descubría que se había acostado con su secretaria… ¡seguro la despedirían! ¡quizás hasta la demandarían! ¡publicarían su rostro como persona no grata en la empresa!, que empresa con su poder la podía convertir en persona no grata en la ciudad...
En solo dos semanas sería nombrada secretaria oficial luego de terminar un periodo de prueba, con él. Y estar ahí, en esa habitación no la ayudaría para nada.
Tomó las sandalias del suelo y las coloco en su mano, caminó hasta la puerta y huyo descalza de ahí, preguntándose en todo momento como era posible que no la haya reconocido… y después de salir recordó que el pasillo había estado a oscuras y la habitación donde pasaron la noche también.
-- ¿Por qué hice esto? – sé reclamó mientras bajaba por el ascensor. Y su mente misma le daba algunas respuestas:
Porque estaba ebria.
Porque estaba oscuro.
O quizás porque su cerebro decidió apagarse en ese momento y el universo tenía una forma cruel de desquitarse con ella.
O fue porque en realidad quería vengarse de su ex, porque desde ese momento Franco se había convertido en ese, en su ex...
Llegó hasta la salida del hotel y estiro la mano, se subió sin pensar en el primer taxi que pasó por ahí, dejando a un confundido Alonso... quien comenzaba a despertar solo en su habitación.
El CEO unos minutos después, se despertó preguntándose quién era esa mujer con quien había pasado la noche y que lo había vuelto loco.
Brisa ya estaba en el taxi, no recordaba la última vez que había corrido descalza por un hotel cinco estrellas. Probablemente nunca, pero esa mañana, con sus sandalias de tacones en una mano, la dignidad colgando de un hilo y el corazón latiendo como una locomotora fuera de su carril, no tuvo otra opción.
La pobre recordaba como rezó para que la puerta del ascensor se cerrara antes de que su jefe saliera al pasillo en su búsqueda. puerta que tardo segundos en cerrarse, segundos que a ella le parecieron minutos eternos, como si quisiera que ella fuera descubierta. Imaginando que en cualquier momento su jefe el mismísimo Alonso Esquetini saldría envuelto en la sábana blanca diciendo algo así como “Olvidaste tus bragas aquí señorita Piaggio”