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3498 Words
    La voz seca y molesta del baterista hizo que mi enojo aflorara a más no poder. Estaba vestido diferente, llevaba unos pantalones negros ajustados y una de esas camisas cortadas excesivamente por debajo de sus mangas, pero era de color diferente.     —Lárgate. —Pero antes de que pudiera cerrar la puerta en sus narices cruzó el marco a zancadas entrando sin permiso a mi habitación—. ¿Quién te crees que eres? —dije ya enojada hasta el infierno.     —No estaba borracho —habló molesto.     Su rostro bajo la luz de la lámpara era totalmente distinta a como lo había visto hace unas horas; estaba despierto, alerta, y el color había vuelto a sus mejillas haciendo que luciera más vivo y jovial.     —Vete de aquí. —Tuve que hablar más fuerte para poder despertar de mi trance al verle en su nuevo desplante, pero no se movió—. ¿Y dices que no eres un imbécil? Espera, ¿cómo sabes mi habitación? Llamaré a seguridad.     La alerta recorrió mi cuerpo. No conocía a ese tipo, ya sabía que era un borracho sin sentido y un imbécil y ahora estaba en mi habitación. Pasé rápidamente por su lado para tomar el teléfono del cuarto, pero su mano tomó mi codo inmovilizándome a centímetros de él, era más alto de lo que imaginé y pude ver como los músculos de su brazo se flexionaban al apretarme fuerte, pero sin hacerme daño.     —Quiero que me digas lo que pasó —exigió.     Me solté de su agarre y lo miré furiosa. Sopesé mis opciones; gritar. Salir corriendo. O solo contarle rápidamente lo que pasó para que me dejara en paz. Me decidí por la última opción.     —Te vi en las escaleras, borracho, y te ayudé, pero por lo que veo creo que no debí hacerlo.     Todo mi ser echaba chispas, su rostro analizó el mío por unos segundos y se suavizó sin saber por qué, sus ojos profundos dejaron ver una pizca de desesperación. Caminó dos pasos hacia atrás y se sentó rendido en mi cama.     —Por la mierda —lo escuché decir bajo.     Al verlo con la guardia baja le pregunté más calmada, pero aún molesta.     —¿Me puedes explicar qué haces a las cuatro de la mañana en mi habitación?     —No estaba borracho —repitió, al fin levantando la cabeza para mirarme.     —Sí, sí lo estabas, apestabas a whisky —le dije sentenciándolo, pero él solo se limitó a mover la cabeza en negación.     —No lo estaba, me tomé un vaso de whisky y no recuerdo qué… —Pero no terminó la frase.     Sus ojos parecían perdidos, tratando de entrelazar los recuerdos en su cabeza mientras se clavan en los míos. Verlo así produjo algo muy conocido en mí, mi enojo se había disipado y comenzaba a sentir lástima por esa persona con la mirada confundida. Conté hasta diez y me tranquilicé completamente. Me senté en la cama que no estaba usando, posicionándome frente a él.     —Quizás un vaso es lo suficiente como para que te emborraches —dije con la esperanza de calmarlo.     Rio algo apenado bajando su cabeza.     —Créeme, un vaso es como tomarme una taza de café para mí.     —Quizás tu borrachera no deja que te acuerdes, pero estabas bastante ebrio. No te podías levantar ni hablar sin arrastrar las palabras —le dije ya totalmente tranquila y continué al ver que me estaba prestando atención, pero aún con cabeza suelta entre sus hombros—. Te encontré solo, tirado en las escaleras, pensaba que habías tenido un accidente y me acerqué para ayudarte, pero sentí el olor a alcohol en tu aliento y supe que estabas borracho.     Shawn se quedó pensativo un momento.     —¿No pasó nada más? —Levantó su cabeza para mirarme de lleno.     Su pregunta hizo que me ablandara más con él, pues recordaba que en alguna ocasión había bebido más de la cuenta y necesitaba a alguien que me dijera que no había hecho el ridículo, o no había vomitado las paredes como la exorcista, solo para así bajar un poco esa resaca moral del día después.     —Mira, hay veces cuando uno no come antes de beber y tiene el estómago vacío, y así el alcohol puede hacer de las suyas. Quizás fue tu caso.     —Comí justo antes de sentarme en la barra. —Su voz parecía cansada y su mirada aún se veía perdida, buscando en su cabeza esos recuerdos faltantes.     —Quizás el whisky tenía muchos grados de alcohol —hablé buscando una explicación a su raro actuar.     Sabía que él había estado borracho, pero no estaba tomando ninguna de mis sugerencias y explicaciones. Se estaba comportando como el peor ciego; el que no quiere ver.     —Bebí el mismo whiskey que siempre pido.     Suspiré, mi paciencia se estaba agotando.     —No lo sé, Shawn, quizás te dieron otro.     —Conozco el sabor de mi whisky —dijo algo molesto.     —Jesús. Si no estabas borracho, entonces estabas drogado hasta la mierda.     —No consumo drogas.     —Bueno. Entonces alguien más te drogó —dije ya burlándome de él y su barata excusa para buscar redención, pero no dijo nada. Volví a mirarlo y vi como me miraba alarmado—. Hey, estaba bromeando. Estabas borracho, lo vi con mis propios ojos. —Levanté las manos un poco asustada por la mirada que me dedicaba.     —Carolina —su voz áspera diciendo mi nombre, como si le hablara a alguien a punto de partirle el rostro hizo que se me erizara el vello—. No estaba borracho.     —¿Y qué estás pensando? ¿Qué te drogaron en la barra? ¿Qué él que te sirvió el trago puso algo en el vaso? Por favor, no seas el tipo de persona que culpa su borrachera con algo tan irreal como eso —dije cansada.      No podía creer que estaba sentada a las cuatro de la mañana frente a un completo desconocido que alegaba haber sido drogado.     —No sabes el tipo de persona que soy, pero yo sí. Me he emborrachado un centenar de veces, y aunque ya no lo hago, ¿crees que no sabría si lo estoy?     La convicción en su voz hizo que se me pasara la idea por la cabeza y un escalofrío recorrió mi nuca, pero la deseché, no podía ser que alguien ande drogando a la gente por ahí.     ¿Cierto?     —Vamos, Shawn.     —No hay otra explicación —concluyó penetrándome con su mirada.     Me miraba como diciendo algo que no había articulado en voz alta, como si buscara la respuesta de todas sus preguntas en ella. Repasé su rostro y mis ojos se quedaron en los suyos, oscuros como la noche.     Los cabos sueltos se armaron en mi cabeza.     —Espera un momento… —mi voz era apenas audible—. ¿Crees que yo te drogué?     Y calló.     No podía ver mi propio rostro a su acusación silenciosa, pero me imaginé que lucía como si alguien me hubiese pegado justo en la nariz. Sabía que no me conocía y podía dudar de mí como de cualquier otro desconocido. Pero que duden de ti cuando hiciste algo correcto hizo que me doliera el estómago, más si era una acusación como esa. Le tomó un minuto entero responder.     —No recuerdo mucho, recuerdo el vaso, recuerdo que me sentí mal y luego apareció tu rostro.     —¡Porque te encontré tirado en las escaleras! —alcé la voz.     —¡¿Y qué hacías en las escaleras?! —su voz acusadora hizo que me hirviera la sangre nuevamente y reí sarcásticamente.     —¿Ahora me estás recriminando por usar las escaleras? ¿Después que te ayudé?     Las lágrimas comenzaron a quemarme la garganta, una estupidez que pasaba siempre cuando me enojaba tanto al límite de la frustración. Y que me estuvieran acusando de drogar a alguien no ayudaba en nada.     —Dime qué hacías en las escaleras. —Ya no sonaba a una pregunta.     —¡Eso no es de tu puta incumbencia! Ahora dime algo tú, imbécil, ¿por qué llamaría a tu hermano si te hubiese querido drogar y hacer quizás qué? —dije echando humos. Su rostro enojado y confundido trabajaban a mil por hora. No podía creer nada de lo que estaba ocurriendo—. ¡¿Por qué mierda me daría el tiempo de hacerte un favor si te hubiese querido drogar en primer lugar?!     —¡No lo sé! —gritó fuerte.     Ya estaba.     El tipo me había quemado el último nervio.     —Lárgate —dije parándome de la cama y escondiendo una lágrima traviesa que corría por mi rostro—. Esto es demasiado. Si me quieres culpar por algo que no hice, hazlo, piensa lo que quieras. Es mi culpa, eso pasa por ayudar a imbéciles como tú.     No se movió un centímetro. Intenté secar otra lágrima que se escapó sin mi consentimiento para que no notara como me había afectado, pero el sorbete de mi nariz me delató. Shawn me miró asustado, sus ojos habían cambiado completamente a como estaban hace unos segundos.     —¿Carolina? —escuché.     —Lárgate, por favor —mi voz ya había soltado toda la rabia que sentía y solo quedaba cansancio en ella, cansancio y pena.     —Lo siento —la suya apenas se escuchó.     —Vete al diablo —contesté.     —Lo siento. No sé qué hacer, esto me está superando. —Se levantó de la cama y se paró frente a mí, vio como me sequé otra lágrima y su rostro se demacró—. Lo siento, no llores, por favor. —Shawn pasó su mano por su pelo, frustrado, como si se preparara mentalmente para explotar—. Por la mierda. Mi hermano y Thomas piensan que volví a ser el mismo de antes, que volví a ser un borracho de fraternidad, pero no es así. No quiero pensar lo que me pudo haber pasado, me desespera no saber qué sucedió. —No sabía por qué me estaba soltando cosas tan personales, pero no lo interrumpí—. Ya no soy así, y lo he dado todo para demostrar que ya no soy así, para que me crean, ellos, porque son ellos los que me importan, y el futuro de la banda, pero esto me tomó por sorpresa y no sé a quién culpar —su voz sonaba totalmente distinta a todos los tonos que había escuchado salir de él.     —Shawn… —Intenté decir para defenderme nuevamente, pero me detuvo.     —Lo sé, lo sé, no fuiste tú, ahora lo sé. Sabía que no estaba borracho, pero nada tenía sentido. Repasé en mi cabeza las cosas que había hecho, lo que había tomado, todo, hasta lo que me dijiste tú; el whisky, los grados de alcohol, todo. Nada tenía encajaba. —Se sentó en el marco de la ventana, rendido hasta la médula—. Cuando fuiste a buscar a mi hermano revisé tus pertenencias, pensaba que, no lo sé, algo tenías que ver en todo, y si era así tenía que hacer algo. Encontré tu llave de la habitación en el suelo y recordé el número y apenas comencé a sentirme mejor vine hasta acá, quería respuestas, pero no sabía las preguntas.     Estaba petrificada en mi lugar con los brazos cruzados en mi pecho. Presencié como Shawn se derrumbaba frente a mis ojos con cada palabras que salía de sus labios. Sus dedos entrecruzadas tomaron su nuca bajando su cabeza, y mi corazón se cayó a mis pies; estaba perdido, y le creía, creía todo lo que me decía, nadie se abría así sin estar desesperado, menos a una extraña a la cual culpaba de algo ilegal solo unos minutos antes. Me acerqué cautelosa, me senté a su lado y le pasé la mano por su espalda para tranquilizarlo. Shawn levantó la vista y me miró sorprendido por mi movimiento, aun así no quité mi mano.     —¿Realmente crees que te drogaron? —dije asimilando completamente la idea.     —No le veo otra explicación. —Shawn estaba tan sorprendido como yo.     —¿Te robaron algo? —pregunté y negó con la cabeza.     —Siempre reviso mis pertenencias. Una manía que solía hacer cuando me despertaba de una borrachera. —Me sonrió apenado, y no pude evitar imaginarme la magnitud de sus borracheras como para tener que hacer eso cada vez que su conciencia quedaba en coma debido al alcohol.     —¿Qué tipo de imbécil anda por los bares de hoteles lujosos drogando gente?     —Imbéciles hay en todos lados.     —Ni que lo digas, me topé con uno en las escaleras hace unas horas —bromeé para aliviar la tensión que había dejado la conclusión a la que habíamos llegado.     Shawn me miró y se rio por primera vez con ganas. Su sonrisa era perfecta y parecía que su rostro había rejuvenecido diez años, y por primera vez pude notar lo apuesto que era. Me contagió y ambos reímos por un momento, para luego seguir mirándome por unos segundos.     —Gracias. —Su agradecimiento sonó más a mi disposición por haberlo escuchado, pero sabía que era por la ayuda que le brindé. Fruncí el ceño.     —No fue nada, tú hubieses hecho lo mismo. Creo —dije entrecerrando los ojos, divertida aún.     —De verdad, gracias, no sé que hubiera pasado si no me hubieses encontrado.     Algo cruzó mi mente como un relámpago. La alarma que ya se había apagado con su confesión volvió a encenderse, pero por otro motivo.     —Shawn, no sé cuánto tiempo estuviste en esa escalera. Le dije a tu hermano y a Thomas que no era probable que alguien te haya encontrado antes, pero ya no puedo estar segura, no con todo esto del… —hablé preocupada, asustada, y sus ojos se endurecieron—. ¿Crees que hayan ab...? —No pude terminar la frase.     —No —contestó serio e incómodo, interrumpiéndome.     —¿Cómo puedes estar seguro?     —Porque lo estoy.     Me paré de su lado y caminé para aclarar mi cabeza y dejar que toda la información se adentrara más. Hace unas horas podía jurar que el tipo que estaba en mi habitación estaba borracho a más no poder, pero toda la seguridad que tenía había dado un giro sin igual, sin mencionar el hecho que el mismo tipo, un completo extraño, se había abierto a mí sin pensarlo dos veces.     El fin de semana se había transformado de un simple empleo cancelado a algo que ni siquiera lo pude haber imaginado. Me senté en mi cama y me cubrí con las mantas.     —Te ayudaré en esto —dije al fin. Shawn levantó la cabeza para mirarme—. ¿Recuerdas la hora que fuiste al bar?     Se levantó de su lugar y se sentó en la cama de al lado. Pensó unos segundos y respondió.     —A las 10:30.     Cuando contestó sonreí al recordar algo.     —Dato curioso; estuve a tu lado sin saberlo por no más de media hora. Llegué a eso de las 10:50 al bar para tomar una cerveza.     —La pelirroja guapa —dijo asintiendo y sonriendo.     —¿Ya sabías que había estado ahí? —pregunté confundida.     —Es algo difícil pasar por alto a una ginger con el pelo que cae hasta sus caderas.     No sé por qué sentí que el color subió a mi rostro y agradecí que la luz tenue de la habitación me ayudó a esconderlo.     —Colorinas hay en todos lados —lo reté.     —No naturales como tú, más si son el paquete completo; naturales y pecosas. —Volvió a sonreír por un momento antes de continuar—. ¿Notaste algo raro mientras estabas ahí?     —Sinceramente no te presté nada de atención —dije levantando los hombros.     —Ouch.      —Después me fui a las reposeras, a eso de las once pasado.     —¿Qué hacías en las reposeras?     —¿Sueles preguntar lo que hace la gente a menudo?     —Sí —respondió divertido.     —Jesús. Salí a fumar un cigarro.     Shawn levantó una ceja.     —No te imaginaba como alguien que fumara —dijo sorprendido.     —No me conoces. —Y entrecerré los ojos haciéndole entender que teníamos que volver a la conversación inicial. Me sonrió y asintió con la cabeza para que continuara—. A las 00:15 tomé las escaleras y te encontré en el tercer piso. ¿Recuerdas si terminaste tu vaso cuando te paraste?     —Lo había terminado —contestó seguro.     —¿Solo tomaste uno?     —Solo uno. Mucha gente me pidió fotos y autógrafos haciendo que me tomara bastante tiempo terminarlo.     Había olvidado por completo que me encontraba frente a una persona famosa. Mis suposiciones de ellas se habían desmoronado conociendo a los miembros de la banda y a él.     Bueno. Al verdadero él y no al imbécil de unas horas.     Miré al techo por unos minutos.     —Si alguien te drogó hace cinco horas, significa que la droga aún está en tu organismo. Si quieres presentar cargos debes sacar una muestra de sangre, si no nadie podría corroborar que lo estabas. Hay una clínica a unas cuadras de aquí, quizás podemos ir ahora y esperar que te hagan un examen.     —No es necesario, puedo hacerlo aquí —dijo confiado y lo miré confundida.     —¿También eres médico? —me burlé. Shawn sonrió     —Viajamos con un paramédico, tocar cada tres noche tiene sus consecuencias. Cuando amanezca le pediré que me saque una muestra de sangre, así me ahorro las filas en las clínicas.     —Ah sí, se me olvidaba que hablaba con una estrella de rock que no se puede mezclar con la gente plebeya —le dije divertida.     —Y que no se te olvide nunca más. A todo esto, ¿quieres un autógrafo? ¿Una foto quizás? Esas son más populares hoy en día. —Me miró con una sonrisa digna de famoso.     —Vete al diablo. —Le lancé un cojín que se encontraba cerca de mí mientras me reía por su broma, pero lo detuvo en el vuelo.     —Ya me lo habías dicho antes.     Me gustaba mucho más la versión de Shawn divertido que el pesado de hace unas horas, pues hacía que todo el tema delicado en la que estábamos pasando no nos hundiera en la desesperación como lo estaba haciendo con él hace unos minutos. Cuando terminamos de reírnos aproveché de acomodarme en la cama y taparme más, el cansancio me estaba derrotando.     —Entonces en la mañana tendrás la muestra sangre —le dije. Shawn apoyó la cabeza en el cojín que le había lanzado y se acostó en la cama junto a la mía—. Mañana podrías presentar los cargos a la policía.     —¿Qué hacías en las escaleras? —me volvió a preguntar Shawn, pero esta vez algo divertido.     Su pregunta me tomó por sorpresa, sabiendo que no había prestado atención a lo que había dicho.     —No es de tu puta incumbencia —le volví a repetir con tono serio, pero mi sonrisa me delató.     —¿Estás segura de que no quisiste aprovecharte de mí al verme en esas condiciones?     Lo miré por un momento y vi como la suya se duplicó haciendo que sus ojos se volvieran más pequeños. Pude jurar que estaba coqueteando, pero estaba cansada y mi cabeza solía confundir cosas en ese estado.     —De hecho lo hice, te pegué unas cuantas cachetadas antes de que pudieras abrir los ojos. —Me hundí más en mi cama. Sentí como Shawn rio, pero no dijo palabra.     —¿Qué hacías en las escaleras? —repitió.     —Eres un verdadero fastidio, ¿sabías? Intento no tomar ascensores. No estoy haciendo ninguna actividad física y es lo único que puedo hacer, no es mucho, pero es algo. No quiero despertarme un día y ver que no necesito más ropa porque mi grasa corporal me abriga lo suficiente y muero por un ataque al corazón a los 30.     Su ceño se frunció divertido.     —Creo que no lo necesitas. —No sabía a qué se refería—. Estás muy bien como estás.     Me sonrojé.     —Gracias por el cumplido, querido, pero lo hago por mi salud, no por mi físico.     Sonrió satisfecho, lo seguí mirando un momento más a los ojos hasta que volvió a sonreír, confundido.     —¿Qué? —preguntó más con los ojos que con su tono de voz.     —Me alegra que no te haya pasado nada grave —le respondí honesta, con mis ojos pesados por el sueño.     —¿Carolina?     —¿Hmm? —Ya me había rendido.     Toda la información gruesa y pesada la guardé en un estante para ocuparme de ella por la mañana.     —Lamento haberte llamado zorra.
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