ADMITIRLO

935 Words
La cena es un desastre. No por la comida. Ni por la mansión. Ni por mí. Por Laura. Desde el momento en que Valentina entra, Laura deja de ser la mujer encantadora que suele mostrarle al mundo. Se vuelve… otra. Presume su carrera, sus campañas, sus viajes, su anillo. Deja caer cada palabra como si fuera una daga cuidadosamente afilada. Y aunque Valentina sonríe con cortesía, puedo ver perfectamente cómo esas palabras le pesan. Yo también lo veo. Demasiado bien. Y me molesta. Más de lo que debería. Cuando por fin logro escapar de la mesa, la busco por la casa. No sé si es una reacción lógica o simplemente… un impulso. La encuentro afuera, en el jardín, sentada junto a la piscina iluminada, los pies en el agua, la cabeza caída hacia atrás. Respira como si necesitara que el mundo se detuviera por un segundo. Me acerco. —¿Puedo? —pregunto. Se gira, sorprendida. Y cuando me mira así… siento algo en el estómago. —¿Y tu prometida? —pregunta, con una mezcla de ironía y genuina confusión. —Se marchó —respondo mientras me siento a su lado. No sé si lo entiende, pero en realidad, Laura se marchó porque estaba celosa. Terriblemente celosa. Me remango el pantalón, me quito los zapatos y dejo que el agua fría me envuelva hasta los tobillos. Necesito calmarme. Necesito pensar. —Creí que se quedaría aquí esta noche —dice. —Yo también —respondo sin mirarla. —¿No le gustó la casa? —bromea. Río. —La casa le encanta. Lo que no le gustó… fuiste tú. Ella me mira de inmediato. —¿Hice o dije algo que la molestara? Niego. —No. Laura es muy celosa. Y… bueno, cuando te conoció… —Cuando me conoció, ¿qué? —pregunta. La miro. No debería decirlo. Lo sé. Pero no miento. —Se puso celosa de ti, Valentina. No le agrada la idea de que vivas conmigo. Lo digo con calma, pero por dentro algo se mueve. Como si hubiera confesado demasiado. Valentina suspira y mira el agua. —Supongo que es normal. Esta situación es… extraña. No sé qué se le cruzó por la cabeza a mi padre al escribir eso en su testamento. —Tu padre sabía lo que hacía —respondo—. Siempre decía que todo tenía un porqué. Ella asiente, aunque sé que no entiende nada todavía. Ninguno de los dos lo hace. —Sigo sin entender por qué te hicieron armar ese guardarropa para mí —confiesa—. Me da vergüenza que conozcas todas mis medidas. Le sonrío apenas. Está nerviosa. Y sí, me gusta verla así. —La idea fue de tu madre. Dejó instrucciones exactas. Yo solo cumplí la orden. —Pues tienes buen gusto —admite. —No quiero sonar arrogante, pero… sí, lo tengo —digo, y cuando levanta la vista, sus ojos verdes chocan con los míos. Algo se enciende ahí. No sé qué. No sé si quiero saber. Ella intenta cortar la tensión. —Prométeme que no revelarás el secreto que te dejó escrito mi madre. —¿Cuál? ¿Que eres talle 2 y 0 de vestidos y pantalones? ¿7.5 en zapatos? ¿S en camisetas y bañadores, y 34B de sujetadores? —enumero sin esfuerzo—. Aunque aquí usamos medidas distintas. Su cara se pone roja de inmediato. —¿¡Te aprendiste mis medidas!? Me encojo de hombros. —Lo siento. Tengo buena memoria. Se cubre el rostro, avergonzada. —¡Dios, qué horror! Le tomo suavemente las manos para apartarlas. No debería hacerlo, pero lo hago. Porque quiero verla. —Ey… no te avergüences. Piensa que soy un sastre. —¡No es gracioso! —dice, empujándome. El empujón es leve, pero suficiente. Pierdo el equilibrio. Intento sostenerme, pero instintivamente la sujeto de la muñeca para apoyarme. Y los dos caemos al agua. El golpe del agua fría me corta la respiración. Cuando salgo a la superficie, me encuentro con la imagen más peligrosa que he visto en mucho tiempo. Valentina, empapada. Su cabello oscuro pegado a la piel. El vestido azul moldeando cada parte de su cuerpo. Sus labios entreabiertos en un intento de recuperar el aire. Ella me mira. Y yo… yo la miro como no debería. Recojo el cabello hacia atrás. Siento el agua resbalar por mi cara, por mi cuello. Mi camisa está pegada al torso, y sus ojos no saben dónde mirar. —Lo siento —digo, aunque no estoy seguro de sentirlo—. Espero que no te enfades conmigo. —No te preocupes —responde, intentando sonar segura—. Solo arruinaste mi ropa. Y la tuya. Nada grave. Trago saliva. ¿Qué diablos me pasa? —Ven, te ayudo a salir —digo. Me impulso al borde y salgo del agua. Le ofrezco la mano. Su mano es pequeña, fría, temblorosa. La tomo. La sostengo más tiempo del necesario. Ella se envuelve en una toalla. Me mira de reojo. Y sonríe. Esa sonrisa me atraviesa. —Nos vemos mañana —dice, casi huyendo. La veo correr hacia la mansión. La puerta se cierra detrás de ella. Me quedo solo, goteando sobre el mármol, respirando hondo, sintiendo cómo algo dentro de mí se desordena por completo. Y lo admito —aunque sea solo en mi mente—: Estoy jodido. Porque Valentina Ferrara es un problema. Uno que no puedo permitir que me afecte. Uno del que no puedo alejarme. Y esta noche, por primera vez, lo siento: Ella va a cambiarlo todo. Incluso a mí.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD