GENUINO

822 Words
El edificio de cristal se levanta frente a nosotros como un gigante familiar. Lo conozco de memoria: cada rincón, cada piso, cada decisión que se tomó aquí. Pero hoy se siente distinto. No es solo mi lugar de trabajo. Es el lugar donde Valentina va a descubrir quién fue realmente su padre. Y quizá también quién es ella. Abro la puerta del auto y le tiendo la mano. —No tengas miedo —le digo suavemente—. Hoy no habrá nadie. Así podrás recorrer todo sin prisa. Ella respira hondo y acepta mi mano. Su piel tiembla; su mirada también. No debería notar estas cosas. No debería importarme. Pero me importa. La ayudo a bajar y, sin pensarlo, mantengo su mano entre la mía un segundo más. Un segundo que dice demasiado. —No sé si soy capaz de esto —confiesa, con una sinceridad que la hace parecer más fuerte, no más débil—. Me da miedo no estar a la altura. Aprieto su mano. Su confianza en mí… me desarma. —Tu padre te dejó aquí porque sabía que podías con esto —respondo—. Y yo también lo sé. Nuestras manos siguen unidas y ambos lo notamos. Parpadeo, incómodo con mí mismo, y la suelto. —Perdón —murmuro. —No me molesta —dice enseguida, casi demasiado rápido. La miro un segundo, pero no debo quedarme en eso. No ahora. Nos acercamos a las puertas de vidrio. —¿Preparada? —pregunto. Asiente, aunque la veo respirar como si cargara un peso inmenso. Entramos. Marco, el jefe de seguridad, nos saluda. Luego el edificio nos envuelve: mármoles brillantes, luces cálidas, arte moderno, silencio absoluto. Salvatore en cada esquina. Salvatore en todo lo que toca la vista. Comienzo el recorrido. Y mientras le enseño los talleres de diseño, las salas de costura, los pisos de marketing, ventas y relaciones públicas, la voy observando. Pasa del miedo al asombro. Del asombro al interés genuino. Y yo… hablo más de lo que pensaba. Le cuento historias, detalles, decisiones que tomó su padre, cómo funcionaba todo. Y ella escucha. De verdad escucha. Me sorprende lo natural que se siente caminar así a su lado. Finalmente llegamos al piso doce. Las puertas del elevador se abren y el aire cambia. Se vuelve más solemne, más denso. —Presidencia —digo en voz baja, casi por respeto. Ella mira las dos puertas: la que fue la oficina de su padre… y la mía. —Él insistió en que yo trabajara a su lado —le cuento—. Decía que necesitaba a alguien que pensara diferente. Valentina asiente con una expresión que mezcla orgullo y tristeza. Abro la oficina. Y todo en ella se desmorona. La habitación es idéntica a como la dejó Salvatore: madera pulida, esculturas minimalistas, libros ordenados perfectamente, la enorme ventana con vista a la ciudad. Un altar sin nombre. Uno donde él sigue presente… y sin embargo, no está. Valentina da un paso y se queda quieta. Luego otro. Y otro. Se acerca al escritorio. Mira las fotografías. —¿No tenía fotos mías? —susurra. —No —respondo con toda la honestidad que puedo dar—. Nadie sabía de ti. Excepto yo. Ella baja la cabeza. Su respiración se entrecorta. —¿Por qué me ocultó? ¿Corría tanto peligro? —Eso parece —digo, sintiendo una impotencia que me duele más de lo que admito. Y entonces sucede. Su cuerpo cede. Sus piernas no la sostienen. El dolor la rompe por completo. Antes de que caiga, estoy ahí. No pienso. No dudo. La rodeo con mis brazos y la atraigo contra mí. Ella se derrumba en mi pecho como si fuera el único lugar seguro en este edificio vacío. Su llanto es profundo, desgarrador. No intenta disimularlo. No se esconde. Y eso… me golpea. —Llora —susurro, apoyando mi barbilla en su cabello—. Estoy aquí. Yo te cuido. Su frente se apoya en mi pecho. Sus manos se aferran a mi camisa, mojándola con lágrimas que no me importa sentir. Debería apartarme. Debería recordar que estoy comprometido. Que ella es la hija de mi mentor. Que esto es peligroso en muchas formas. Pero no lo hago. La sostengo más fuerte. Porque hoy, en esta oficina, rodeados de la ausencia de su padre y la verdad que ambos compartimos, entiendo algo que no quería ver: No estoy aquí solo por obligación. No la abrazo solo por deber. Mi corazón late demasiado fuerte para fingir que no hay algo más. Y lo sé. Ella me cambió. Aunque no lo buscó. Aunque no lo quiera. Aunque no pueda permitírmelo. Pero por ahora, mientras tiembla entre mis brazos, mientras su llanto se mezcla con mi respiración contenida… lo único que importa es que está a salvo conmigo. Y que, por primera vez desde la muerte de Salvatore, ella no está sola. Y yo tampoco.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD