C2: Desaparición misteriosa.

3336 Words
Actualidad. 23 mayo, 2020. LIAM WADSKIER El perfume de los crisantemos inunda la habitación y, junto al color naranja de la tarde filtrándose entre los doseles, medito en si he tomado la decisión correcta. A ver…, el matrimonio es como escoger el color de tu habitación o la universidad a la que aplicarás al salir de la preparatoria; en síntesis, es elegir con quien compartir tus aspiraciones y sueños, pero también los desaciertos y los errores. Admirando el panorama frente a mí, termino de colocarme el gel en el cabello de la mano del aura etérea del momento. Es difícil asimilar que estoy a pocos minutos de contraer matrimonio. Voy a casarme con la mujer que amo y es más de lo que puedo pedir. Eso es todo. Sobre el sillón más cercano vibra un objeto, mi celular. A regañadientes dejo caer el peso sobre los cojines y automáticamente el rostro de Chiara ilumina la pantalla. Los nervios calan hasta lo más hondo de mis huesos. Por ello, enfoco la vista en la lámpara de del techo. Suspiro como tonto. Por muy cursi que suene, ella es alma en la tormenta y rayo esperanzador. Es sorprendente luchar contra uno mismo para ser mejores humanos. Y, personalmente, llevo años luchando contra una tendencia mortal. No, no es una situación que pueda resolverse con facilidad. De hecho, implica la ayuda externa de especialistas en la salud mental. Psiquiatras, psicólogos. Aunque me cueste admitirlo, mentalmente estoy hecho trizas. Sacudo la cabeza de un lado a otro para deshacer el rastro de culpa que a diario me acecha. Por unos segundos disfruto del silencio de la habitación, estar en medio de la nada reconforta el alma. Los Alpes me incitan a la reflexión silenciosa hasta que toques suaves en la madera blanca de la puerta me traen de vuelta a la realidad. —Está abierto. Respondo después de aclararme la garganta. Me incorporo de golpe y, frente al cristal infinito, alineo la pajarita desecha alrededor de mi cuello. —Oi Liam, tudo bem? Identifico el acento portugués de inmediato. Una de las damas de honor entra a la habitación luciendo un espléndido vestido rosa dorado de satín: escote corazón ajustado en la parte superior, cayendo como cascada hasta sus talones. Un par de bucles le rodean el rostro en una especie de halo místico, su maquillaje es impecable y su fragancia natural a frangipanis lo llena todo. Está preciosa. —Tudo sim —escucho la risa suave de Cassandra por primera vez en el día—. ¿Cómo estás? Frunce el ceño, dibujándosele el vestigio de una sonrisa. —Bien, ¿por qué no habría de estarlo? La pregunta es: ¿cómo estás tú? Sin querer, exhalo una bocanada de aire. —Me refiero a, ya sabes, el ataque de pánico —me rasco la nuca—. La preocupación no me dejó tranquilo el resto del día. Ten presente que, si necesitas hablar, insultar o despotricar sobre lo que gustes, lo que sea, cuenta conmigo. Ella se humedece los labios, no puedo evitar mirarlos. —En serio no hace falta, estoy perfectamente bien. Miro sus ojos ambarinos a través del espejo. El delineado fino alrededor de sus párpados acentúa el color de sus irises, degradando el color en dos tonos más claros. Ratifico, ¡esta mujer luce hermosísima! —Te ves decente, Bradshaw —digo para molestarla. Por eso mi tono de voz es desdeñoso y arrogante. —¿Solo “decente”? ¿¡Acaso me has visto bien!? —a continuación, gira sobre su propio eje, muy lentamente. —Admítelo, Liam, tienen a la dama de honor más hermosa que alguien haya podido conseguir en la vida —se apresura a esbozar una sonrisa; acompaña el enunciado con expresiones faciales exageradas—, ¿confirmamos? Cassandra es una de las personas más gestuales que conozco, por eso le insistí en hacer teatro. Pero lo suyo es las palabras y el dibujo. Tiene un cuaderno repleto de girasoles, tulipanes y retratos aterradores de personas sin rostro. Le aviento un almohadón de gobelino que recojo del suelo. —Se te subió el ego, muchachita, Ruedo los ojos por el comentario. —Es algo que he aprendido mucho de tu futura esposa. ¿Qué tal los nervios? Pero que pregunta tan estúpida. —Bien, te dejaron saludos. —Pero que imbécil, Wadskier. —Lo aprendí de ti. Aplico pocas cantidades de perfume sobre mi piel. Soy consciente del poder que ejerce una loción masculina en las hormonas femeninas. Hoy quiero ser el rompecorazones de mi propia boda. —Ok, me siento ligeramente ofendida. —Cierra la boca. Muchas veces —por no decir siempre— Cassandra se convierte en una patada en el estómago. A ver, sus argumentos me tienen al borde del colapso. Es costumbre suya analizar los hechos partiendo de sus conocimientos psicoanalíticos y eso la lleva a establecer conjeturas falsas. Esta vez está en lo cierto, mis nervios se convierten en miedos e inseguridades. ¿Qué pasará después de casarnos?, ¿seremos felices?, ¿nos cansaremos del otro? No soy de los que se preocupa por el futuro, pero la ansiedad se apodera de mí cuando medito en la responsabilidad que estoy asumiendo. —Escucha —los tacones de aguja resuenan en la habitación, Cassandra se acerca—, es normal tener miedo. De hecho, ¡es buena señal! —leva el dedo índice para enumerar ideas que no existen—, el problema fuese descomunal si no los tuvieses. Liam, los nervios en el amor son fuegos artificiales, van de nada a todo y aunque duran poco, impactan la vida de muchas personas. Ladeo una sonrisa burlona. Cassandra Bradshaw es imprescindible en mi vida; sin su ayuda, difícilmente estuviese a punto de unir mi vida junto a la de Chiara. Le debo mucho, y aunque peleemos todo el tiempo, sé que nuestra amistad es inquebrantable. —Uy, pero que poética. —A veces me dicen Romeo. —Cásate conmigo —le propongo a modo de juego. Es un pensamiento que debo reservar, pero mi osadía es sorprendente. —En serio, ¿te gustaría ser mi esposa? Muevo las cejas de arriba hacia abajo varias veces, aprovecho la oportunidad para guiñarle el ojo derecho. —¿Quieres la verdad? —Bueno, lenta, si no la quisiera no te estaría preguntado. Un puñetazo suave es atestado contra mi brazo derecho y sus ojos cafeínados vuelcan en dirección al cielo. Ahora la luz del sol ilumina sus rasgos faciales aprecio el maquillaje luminoso, bastante parecido al que solía usar en nuestro último año universitario. —Idiota. Por eso jamás voy a casarme contigo. Aunque me halaga la propuesta, yo... —su risa suave inunda la estancia, llevándose la mano al pecho. Las bisagras rechinan a nuestras espaldas y los golpes contra la madera se intensifican a una velocidad acelerada. Por un momento pienso que veré el rostro de mis abuelos, pero cambio de idea al ver los brazos de un caballero rodear a Cassandra de la cintura. —Peeeero —alarga la primera vocal del conectivo—, ella es mía y no está disponible para un pobretón como tú —espeta, plantándole un beso en los labios. —Dime cielo, ¿este tipo está molestándote? ¿Qué hace él aquí? Oh, ahora recuerdo. Chiara insistió en añadirlo a la lista de invitados; accedí a regañadientes. Su presencia llena todo de oscuridad. Bradshaw niega con la cabeza mirándolo con una dulzura envidiable. Las hojas de una palmera lucen mucho más organizadas que la cabellera incipiente de Gareth Cadwell, tuerce una sonrisa que me da escalofríos. Les doy la espalda, crece la tensión invisible entre nosotros. Nuestra relación es complicada. Nos conocimos en la universidad, fuimos a fiestas y forjamos una estrecha amistad durante un tiempo... o al menos eso creí en ese entonces. En la vida las cosas no son lo que parecen ser. Con el tiempo sentí que algo no andaba bien en él, su aura se volvió oscura y empezó a actuar de forma extraña. De alguna forma, su oscuridad me arrastró consigo. Al principio le resté importancia a su errático comportamiento. Cuando me topé con personas que decía poseer, las cosas empezaron a ponerse feas. En segundo año fuimos a una excursión guiada a los Alpes; al llegar me enamoré de este lugar, en el fondo supe que sería un viaje que jamás olvidaría. Y así fue. Una vez dentro del bosque, Gareth mostró su verdadera esencia confirmándome en su versión más hostil, que los amigos no existen. Usó mis pensamientos suicidas como arma de doble filo y aunque me alejé… fue demasiado tarde. La amistad es una definición idealizada, gracias a él lo supe; un espejismo creado por el cerebro para etiquetar a personas que, creemos, serán importantes en nuestra vida. Pero una vez que abres los ojos, te das cuenta que ellos son quienes desean ver tu nombre cincelado a una lápida rota y fría. —No lo molestes, es el día de su boda. Bradshaw le reprocha halándole un mechón de cabello. —¿Y a mí qué? Con lo pendejo que es, te aseguro que su matrimonio dura menos que el de Kim Kardashian y el tipo que no recuerdo. Cass postra una mano sobre los belfos de caballo de su novio, obligándolo a callar. Las comisuras de mis labios se alzan con soberbia. Ansío que se marche; yo..., no sostenemos una buena relación. Al parecer, ella lee mi mente. Muestra su descontento y eleva la voz intensificando la ira: —Por una vez, por si quiera sólo una vez, sé un buen amigo y apóyalo en esto. —Le reprocha en una tonada altiva. —¿Y si la historia fuese al contario?, ¿si tú y yo estuviésemos en esa situación? ¡Dios mío, deja el egoísmo a un lado! Él niega con una sonrisa diabólica pintada en el rostro —No preciosa —afianza el agarre en la mandíbula de Cassandra—, tú y yo jamás llegaremos a este punto de inflexión porque la palabra matrimonio no está en mi diccionario —suelta de golpe zafándose del agarre de la portuguesa. Cass a desvía la mirada a una esquina de la habitación. —No me malinterpretes, dulzura, pero eso es para gente anticuada. Te quiero, pero no me veo en esta ridiculez contigo. Si bien Cassidy no dice nada, su mirada se ensombrece varios tonos. Con los años he aprendido a leer sus expresiones. La bomba estallará pronto. Conozco a Cassidy, y aunque debería estar acostumbrada al carácter áspero de su novio, luce como si le hubiesen pateado el estómago. Cadwell no suele ser gentil con las personas, y menos con las mujeres. Su actitud machista e intolerante es insoportable; además, su última novia falleció en circunstancias “extrañas”, ¿cómo puede ser eso cierto? Es cierto, lo vi con mis propios ojos, pero… había otras razones de por medio, estoy seguro. ¿Celos?, ¿infidelidades?, ¿secretos? Gareth es muy silencioso en lo que a su vida respecta. A excepción de la cuantiosa fortuna Diana y James Cadwell, poco sé de la historia tras la máscara. Meneo la cabeza en una negativa frenética. Quiero darle un abrazo cuando la fragilidad se arraiga a su rostro. Siento tanta impotencia que podría explotar en cualquier momento. Hundo los ojos en la alfombra beige de pelo corto. En el momento que entreabro los labios, escucho la voz de Chiara dentro de mi cabeza: «En problemas de parejas no debes inmiscuirte, Liam; no todos reaccionan de la misma forma cuando se trata de amor». Un silencio incómodo rebota en el cielo raso de la habitación y una algarabía atraviesa las paredes rasgando nuestro pacto de mutismo absoluto. —Voy a ver qué pasa —notifica Cassie, yéndose en dirección opuesta. —No tardes, por favor. Me sonríe apartándose los bucles del rostro. —Descuida, esto será rápido. —Me asegura antes de partir. Esquiva la mirada de Gareth, pero en ningún momento rompe nuestra conexión visual. Gritos histéricos propagándose a una velocidad alarmante. Dios, ¿qué habrá pasado? Mis ojos siguen la silueta hasta desaparecer en el umbral de la puerta. Ahora mi vista recae sobre Gareth quién se ha tumbado sobre el sillón. Pongo los ojos en blanco. No quiero meterme en problemas que no me atañen, pero siento la necesidad de intervenir: no es la primera vez que trata así en público. Humillar y doblegar pensamientos y acciones son sus pasatiempos favoritos. Todo un galán, ¿no? —¿Qué tanto ves? —Gareth escupe al cabo de unos minutos—, ¿te regalo una fotografía mía? Humecto mis labios con saliva antes de responder: —Si no estás interesado en el matrimonio, ¿entonces a qué juegas? —Cadwell me mira de reojo pretendiendo intimidarme con sus ojos verdes, por un momento creo que va a golpearme—. ¿Sabes que sueña con una boda a lo grande? Oye, sé que llevan años juntos; pero, deberías tratarla como se merece. Cassandra no es un juguete. Maldice en voz baja, luego me encara a medias. —Eres patético cuando defiendes mujeres —refuta, dejando escapar una carcajada burlona. —Mírate tan débil… tan emocional. ¿Dónde quedó el chico “fuerte” que conocí en el Sanatorio? —Enterrado en algún lugar. Gareth une las palmas de las manos meditando en lo que va decir. Después, una carcajada corta trepa las paredes de su garganta. —¿De qué te ríes? ¿Qué es tan gracioso? —La cosa es esta. Hasta donde sé, yo nunca me interpuse en tus problemas con Chiara y no me hice el héroe con ella. Así que, por favor, ¡deja de meterte en lo que no te importa! —exclama, enfrentándose a mí como en los viejos tiempos. La voz le tiembla de rabia y enojo—. Cassandra es mía y tengo la potestad de tratarla como se me venga en gana, ¿o acaso olvidaste lo que pasó la última vez que jugaste a Superman? —Estás enfermo —mascullo—. ¿Por qué hablas de ella como si fuese un objeto? —Porque lo es. —Gareth… —Mascullo, mis puños cerrándose a la par. —¿En serio crees que estoy “enfermo”? —ríe como si le hubiese contado un chiste—. No finjas conmigo, nadie puede hacerlo —camina hasta el ventanal empañado por la niebla—, sólo te advierto... no te metas en mi relación con Cassandra. Recuerda que allá afuera hay muchos peligros y no sabes en que momento tocarán tú puerta. Continúa paseándose por la habitación sin despojarse de la arrogancia que lo caracteriza; quiero borrarle la sonrisa de un puñetazo, por eso no quería que apareciera. Toda la paciencia y la estabilidad que construí con ayuda del doctor Meléndez se ha ido por el caño. Cruzo los brazos sobre mi pecho. —¿Estás amenazándome? —Pregunto. Me observa de soslayo. Centra la atención en un jarrón mediano que adorna la mesa central, creo que estudia las flores dentro del mismo. Hay tulipanes, los favoritos de Cass. Pedí que los trajeran aquí por ella e Isabella. Con lentitud, Gareth saca uno de los bulbos rojos del tarro; y creo firmemente que, si las miradas mataran, la pobre flor estaría disecada. —¿Eso crees que hago? Intentas impresionarla, ¿no es así? —No sé de qué hablas. —Oh no, Liam, sí lo sabes —gruñe por lo bajo. Con el puño derecho arropa los pétalos del tulipán—. Les mientes a todos repitiéndote que esto que eres es real, pero, ¿lo es? ¿Cómo aseguras que no es un espejismo que se desvanecerá pronto? No olvides a quien estas enfrentándote. Gareth levanta el jarrón con el dedo índice y pulgar de la mano izquierda. Soy consciente que detesta los tulipanes; su mirada crispa de repugnancia, desagrado. —¿¡Mentir sobre qué!? —inquiero, extendiendo los brazos ya extenuado de la situación. Es imposible razonar con una persona insensata. —Nada de lo que dices tiene sentido. —¿Cómo sabes que no lo tiene? — A continuación, viene la explosión. El francés ha dejado caer porcelana al suelo; los trocitos resaltan en la madera negra del piso. Centenares de astillas arcillosas traspasan los pétalos de los tulipanes, la locura no tarda en adueñarse de su cuerpo. El estruendo ensordece la estancia. —¿¡Qué demonios te ocurre, Gareth?! ¡Mira lo que hiciste! Lo oigo burlarse desde las tinieblas, puedo sentirlo. —Vamos, déjalo salir, Wadskier. No luches contra tu naturaleza… tarde o temprano él se apoderará de ti. El aire escapa por mis fosas nasales sin control. Estoy a punto de responder cuando Bradshaw entra de nuevo a la habitación. La expresión de acongojo matizada en su cara enciende una alarma silenciosa. Paso de Gareth y me aproximo al encuentro para enterarme de la novedad. Las manecillas del reloj marcan las dieciséis cuarenta y dos. En pocos minutos debo bajar al salón para recibir a Chiara…, cuando ese pensamiento aflora, la ansiedad detona en mi sistema. De pronto me siento inestable. —¿Por qué esa cara de perro regañado? —bromeo para aminorar la tensión—. ¿Pasó algo con los invitados? Ella niega en un movimiento lento, oxidado. Un gesto mecánico, sacado de una película de los años veinte. ¿Qué demonios le ocurre? —El alboroto viene de la habitación de Chiara y... Un torrente de sensaciones desagradable se agolpa en la boca de mi estómago. —¡¿Ella está bien?! Temo lo peor; no obstante, me tranquilizo cuando siente con la cabeza. —Quiso que tuvieras esto. Es lo único que articula antes de quebrársele la voz y dar un paso atrás. La felicidad abandona mi cuerpo. Siento el alma caérseme a los pies. No estoy bien; creí que había superado esta fase con mi terapeuta, pero estoy lejos de ser aquello que una vez fui. El miedo cobra vida dentro de mi ser, deja de ser una sensación y se transforma en un monstruo que se alimenta de esperanzas muertas. Tomo el sobre beige aromatizado con perfume de rosas, desdoblo la carta que guarda. Leo las dos primeras líneas y concibo la necesidad de sentarme. Chiara se ha marchado a Italia. No habrá boda porque acaba de plantarme. La cuestión es: ¿por qué no duele cómo realmente debería? ¿Qué está mal conmigo? —¿Por qué tanto alboroto? —la voz áspera de Brandon Cadwell martillea mis oídos. Viene acompañado de su flamante y despeinada prometida, Isabella Zehrfeld. —¿Todo en orden? Los invitados están impacientándose. —Qué pálido estás, querido —Isa toca mi frente con el dorso de su mano—. Déjame traerte a agua, no me tardo. Abro la boca para responder, pero alguien me interrumpe. ¡Dios! ¡Qué ganas de partirle la nariz cómo aquella noche en el bar! La habitación va llenándose poco a poco, menudo espectáculo estoy haciendo. Michelle, mis abuelos, los padres de Chiara —A ricitos de oro lo dejaron vestido y alborotado. El enunciado de Gareth destila ironía y veneno. Quisiera decir que no duele, pero la herida escuece, aunque no sea física. —Gareth, ahora no, por favor —Brandon le ordena. Soy medianamente consciente de los siguientes veinte minutos, todavía soy presa de las garras del pánico y otros efectos secundarios. Me limito a asentir, negar y viceversa. El mundo ha ralentizado su marcha. Acabo de un rato, el perfume de Cassidy impregna mis fosas nasales obligándome a levantar la cabeza. —Si necesitas hablar de esto —se encoge de hombros—, no sé, sólo hablar con alguien aquí… —Vete —escupo—, necesito estar solo. —Pero… —¿No me oíste bien? ¡Lárgate, Cassandra!
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