Entré a la habitación como si realmente no quisiera hacerlo. Ella estaba recostada, con el rostro vuelto hacia la ventana, los ojos abiertos y evidentemente aguados. Me quedé de pie, sin saber si avanzar o esperar a que me notara, la verdad es que me dolía verla así. —Puedes estar feliz —dijo de pronto, sin mirarme. —Ya no hay bebé. Su voz era baja, pero filosa como una cuchilla. Caminé despacio hasta la orilla de la cama y tomé su mano. —Lo lamento mucho, Azucena —dije apenado—Y lo dije de verdad, no por compromiso, si no por culpa. Ella giró apenas el rostro y me miró, tenía un evidente dolor dentro de si. —Yo también lo lamento, Demian. Tragué saliva, no sabía qué decir, no había palabras para llenar ese hueco. —Son cosas que pasan—intenté decirle pero la voz se me cortó. —S

