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Besame

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Blurb

Sophie Murphy es la más pequeña de la familia Murphy.

Los irlandeses que controlan la mayor empresa de seguridad del mundo.

Ella sabe lo que conlleva ese apellido, lo lleva con orgullo.

Pero algo, hará que su apellido se convierta en una carga para ella.

Algo por lo que jamás espero pasar.

Y que sera su mayor secreto.

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Capitulo 1
La luz del sol, entraba por mi ventana, respire hondo para cambiar de postura de yoga, cuando el despertador empezó a sonar. Suspiré hondo. Me puse de pie y lo apagué.  Me metí en la ducha, para limpiar mi cuerpo. Tarde bastante, estaba tranquila porque tenía tiempo de sobra. Tras salir, me envolví en una toalla para mirarme en el espejo del baño. Mi pelo n***o estaba totalmente mojado. Suspire. No me gustaba mi pelo n***o, era demasiado oscuro y no pegaba con nada, había intentado teñirlo muchas veces pero no era posible, era tan oscuro que nada podía aclararlo, me fastidiaba pero era lo único que tenía igual a mi familia. Tras reflexionar sobre mi aspecto, salí a mi habitación para vestirme. Me puse unas mayas largas, negras, y una sudadera rosa, con mis zapatillas rosas, y le hice una coleta alta con todo mi pelo. Salí de mi habitación y me dirigí a la cocina, donde estaban mi madre preparando el desayuno pero no estaban solos, también estaba mi hermano mayor, Bran, sentado en la mesa. —¿Qué haces tú aquí?—le pregunte, sorprendida. Mi hermano, Bran, vivía en Los Ángeles mientras que nosotros vivíamos en Fresno, que era el único lugar en California donde se podía hacer patinaje artístico, la disciplina que mejor que se me daba, y la disciplina en la que sobresalía. Era un viaje de tres horas, y por mucho que no era apenas tiempo, mi hermano no solía venir aquí, a casa. —He venido ha hablar con papa—me dijo tranquilo. Me senté en la mesa, y le mire. —¿Quién se ha muerto?—le pregunte. Él me miro, sin decir nada, le molestaba bastante mi actitud de ponerme en lo peor pero en nuestra familia era lo más común. Mi madre, empujo la silla de ruedas de mi padre. Varios años antes de que mi madre se quedo embarazada de mi, mi padre tuvo un accidente donde se quepo paralitico, no podía moverse de piernas para abajo y aunque tenía quemaduras por todo su cuerpo, y cara, no tenía más problemas, por suerte. —Espero que nadie—comento mi padre y acaricio mi mano. Las caricias de mi padre, se sentían frías, ya que no tenía sensibilidad en las manos, las tenía totalmente quemadas, por lo que aunque parecieran normales eran totalmente ásperas. —No ha muerto nadie—aviso mi hermano. Le mire, mi hermano no solía venir para pequeñas cosas, siempre que venía era porque algo importante pasaba o al menos algo que no quería que nadie se enterara. —¿Qué pasa?—le pregunte al ver su silencio. Mi hermano no era de dar tensión a las cosas, era directo y empezar ahora, no era una gran idea. —Creo que deberíais esperar a después de desayunar—comento mi madre y acaricio mi pelo. Mi madre, no quería que yo participara en los negocios familiares aunque mi padre, creyera que era importante que supiera de ellos e intentara meterme en ellos. —Mama—me queje. Ella beso mi mejilla sin decir más. —Aún eres muy pequeña—me dijo mi madre. —Tengo casi diecisiete—me queje. Quizás no era nada, Bran tenía veinticuatro, pero eso no le quitaba importancia a mi edad, era según me lo habían dicho todos mis profesores, muy madura para mi edad, por lo que me podían contar todo lo que pasara. —Anne—le llamo mi padre. Mi madre le miro. —Al tenerla, sabíamos que iba a participar, ahora que lo sabe, no la puedes echar—le dijo mi padre. Mi madre suspiro y se sentó a mi lado. —Solo quiero protegerte—me dijo mi madre. La mire tranquila. —No necesito protección—le dije y comí una fresa. No necesitaba que nadie cuidara de mi, era cinturón n***o en karate y era muy rápida, podía con todo, sola, no era una niña indefensa. —Los rusos y los italianos han hecho algún trato—dijo mi hermano y los tres le miramos. Mi padre se acomodo en su silla algo molesto, había algo que le molestaba de esta situación, demasiado como si no esperara esto. Nadie lo hacía. Los rusos eran demasiado fríos, y los italianos eran unos estirados, sus empresas no tenían nada en común, mientras que los italianos se dedicaban a la gastronomía, los rusos eran expertos en crear maquinas, y tecnología, la mejor del mercado. ¿Qué querían el uno del otro? —¿Por que lo harían?—pregunto mi madre, que fue la única que hablo, sin estar preocupada por el asunto, era demasiado calmada—No tienen nada en común—añadió. —¿No se odiaban?—pregunte. Por lo que recordaba, de alguna vez que estuve en algo con ellos, se odiaban, los fríos rusos apenas podían ver a los italianos. Si mal no recuerdo, terminaron a golpes en la ultima cena que tuvieron. —Por eso he venido cuando me he enterrado—me dijo mi hermano. Todos miramos a mi padre, que seguía en trance, seguramente pensando en la situación. —¿Cuál es la única cosa por la que dos enemigos se unirían?—pregunto mi padre. —Miedo—dije sin pensarlo. Solo el miedo, según mi opinión, haría que dos personas que se odian, colaboren, puede ser miedo a mil cosas, pero el sentirnos en peligro hace que hagamos locuras. —Dinero—dijo mi madre. También era buena. —Para destruir a un enemigo común—dijo mi hermano. Le mire. Era quizás, la razón más lógica de todas, y la más posible, ese tipo de gente, no solían tener miedo, si ganas de más dinero pero buscaban formas de tenerlo sin llamar la atención. —Las tres—dijo mi padre y estiro sus dedos—Solo el miedo a que alguien sea más fuerte que ellos, que sus ganancias se pierdan, le sharía unirse—comento mi padre. Le mire. —¿Qué quieren?—pregunte. La respuesta, seguramente era la más obvia, no tenía duda pero era la que menos deseaba oir y deseaba que mi padre supiera algo que fuer más importante que mi pensamiento. —Acabar con nosotros—dijo mi padre. Mire a mi hermano. Este se puso serio para no demostrar ninguna emoción, para evitar que su cara reflejara algo. —Papa—le llame y él me miro. —No harán nada—me dijo y le mire—Solo estaos haciendo suposiciones, voy a investigar para asegurarnos—me dijo tranquilo. Mi padre no iba a perder la calma, a menos de que fuera necesario por lo que yo tampoco debía hacerlo. Mi hermano saco una bolsa y me la dio. —¿Qué haces?—le pregunte sorprendida. —Vamos a cambiar de tema—me dijo y le mire sorprendida—No podemos hacer otra cosa—añadió. Me levante y abrí la bolsa para encontrarme un hermoso traje de patinaje azul, hecho a mano. Abrace al traje. Estaba demasiado feliz de tenerlo, aunque hubiera terminado la temporada oficial, en verano seguíamos entrenando, quizás hasta de forma más dura que en invierno ya que teníamos que estar preparadas para las competiciones, y para el equipo olímpico, del cual teníamos muchas opciones para participar. —Es precioso—dije feliz. Mi hermano me miro sonriendo y sin dudarlo bese su mejilla. —Gracias—le dije y él se encogió de hombros. —No es molestia—me dijo y mire el traje. —Papa—le llame y sin hacer preguntas me dio su tarjeta de crédito. Tenía pocas manías, pero la más importante era que todo debía conjuntar por lo que hasta la ropa interior debía ser del mismo color que el traje, en esas competiciones todo contaba y me daba suerte, por lo que no me iba a arriesgar. —¿Hoy vas a la pista?—me pregunto mi madre. Asentí. Siempre, estaba en la pista de hielo, era mi lugar seguro y en el único en el que era la mejor, y era solo yo, sin importar lo demás. —Quiero mejorar mi giro—dije. Los tres asintieron. —Me parece bien—dijo mi padre y le mire—Si vas ha hacer algo, eres el mejor o no lo haces—me dijo. Era así, las cosas que elegía para mi vida, debía hacerlo perfecto, sino ¿Para que hacerlo? No estaba hecha para ser una del montón, estaba hecha para ser la mejor, la maldita diosa de ello y no iba a parar hasta serlo. —Lleva algo de comer—me dijo mi madre. Fui al salón y cogí mi bolsa, ya preparada. Mi madre se levantaba media hora antes para prepararme la bolsa, poniendo apunto todo lo que necesitara, afilaba las cuchillas y revisaba la ropa antes de lavarla, y me metía ropa limpia en la bolsa. Me acerque a la mesa y puse ahí mi bolsa. Ahí metí mi pequeño bolso con lo que toda persona necesitaba en el. —¿Me has metido los guantes?—le pregunte y ella me miro. —Y el gorro a conjunto—me dijo y sonreí—Tienes un tapar de frutas en la nevera—me dijo. Fui a la cocina donde cogí, mi botella de agua y el táper de frutas. —Bien—dije y metí todo en la mochila. Mi madre se levanto sin dudarlo y me coloco todo en la bolsa, para que todo estuviera bien. —Me llevo la furgoneta—les dije. Nadie me dijo nada. Salí de casa y me fui al coche para irme a la pista de hielo a entrenar un poco.

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