Prológo
Han transcurrido ya casi siete años desde que no observó a los ojos Uriel, por primera vez después de tanto tiempo decidí regresar a la ciudad. Merezco estar en su vida, aunque él no lo quiera las niñas también tienen derecho a compartir conmigo a conocerme. Es duro, no debí haberle fallado como lo hice, menos de la manera tan ruin en la que me comporte. Sin embargo ya el daño está hecho, solo deseo poder avanzar.
¡Necesito su perdón!, daré una gran fiesta, pero él no sabrá que se trata de mí o no vendrá. Es muy orgulloso, deseo limar las asperezas aunque sé que es un poco complicado por la forma en que terminaron las cosas entre ambos. Me comporté inadecuadamente, me arrepiento cada día de mi vida haber arruinado nuestra relación.
Camino de un lado a otro con nerviosismo, los invitados llegan uno a uno, sin embargo aún no lo veo entrar. Trueno mis dedos con ansiedad, suspiro con pesadez la idea que no venga me hace desilusionar, ya que está es mi única oportunidad, si lo hago de otro modo no me aceptara, tengo prohibida la entrada a su hogar y a su firma. Según él soy un peligro para el bienestar de su familia.
Lo contemplé entrar al salón de fiestas con su nueva esposa, después de tanto tiempo decidió casarse una vez más y comprendí sus motivos, me quedé prendado al admirar la belleza natural que derrocha su mujer. No pude evitar recorrerla de pies a cabeza, un vestido de seda rojo se ajusta como un guante a su cuerpo. Enalteciendo sus finos atributos, un pequeño bulto sobresale de su vientre, la cual la hace ver sensual y muy provocativa, nunca había sentido tanto deseo por acunar en mis manos la panza de una mujer embarazada.
Mis ojos se fijan en la abertura que asciende desde su tobillo izquierdo hasta su muslo. Mi pecho se aceleró cuando ella instintivamente cerró un poco su vestido, anhele ser esa fina tela para adherirme en su piel. Me deleité con la sonrisa más hermosa que en mi vida haya visto ¡La de ella! Detallo sus facciones ¿A qué sabrán sus labios? Es la pregunta que fugazmente viene a mi mente.
Lleve la copa que sostenía entre mis dedos a mi boca, sin perderla de vista, saboreo el fino sabor que estalla en mi paladar de manera sutil. Anhelando en este pobre intento que el sabor del champán distraiga mis sentidos. ¡La quiero para mí! Mi cuerpo se eriza producto a las ganas de poseer esos labios que ya tienen dueños, esa majestuosa mujer le pertenece a Mr. O’Neill.
Sentí envidia sin descaro, porque Uriel es quien la hace sonreír, quien la lleva de su mano cuidándola como cuál joya invaluable que no desea perder, es su dueño y eso me molesta de manera estúpida ¡Es su esposa! ¿Por qué siempre se queda con las mujeres más hermosas? Bebo otro sorbo organizando mis ideas, no lo puedo evitar, ella se convirtió en mi nuevo reto personal, supe que la quería en mi cama a mi merced, anhelo borrar de su piel los besos que Uriel ha marcado en cada centímetro de su cuerpo.
Quería el perdón de Uriel, ahora quiero poseer a su mujer, hacerla mía, besar sus labios, acariciar su cabello y si es posible ser el padre de su hijo. ¡Soy un demente! ¿Cómo le haré eso una vez más? Presiono la copa entre mis dedos quebrando el cristal en pocos segundos por lo fuerte que lo hice, algunas gotas de sangre emergen de mi palma, desaparezco ese tono intenso con un pañuelo.
La observó por más tiempo del que debería, pero es inevitable no hacerlo, es fácil perderse en sus lindos ojos, ella simplemente sin permiso se metió en mi conciencia. Bebo otro trago, respiro profundo y dejé la copa vacía a un lado, camino seguro hasta donde se encuentran, ella al verme se sorprende observa a Uriel y luego a mí. Él solo endurece sus rasgos, me mira desafiante, quiere asesinarme, sin embargo sé que no armará un escándalo, él cuida su imagen como nadie, sostiene a su esposa por la cintura.
—Uriel ¿Él es…? No termina de formular la pregunta, ya que el habla de una vez sin perder detalle de mi rostro, su expresión derrocha enojo, sorpresa y recelo.
—Nadie Amaia —Responde con disgusto. Me desafía con la mirada y yo sonrió ampliamente.
—No le niegues a tu esposa el derecho de conocerme, como lo hiciste con tus hijas, preséntale tu pasado, ese del cual yo formo parte.