Bajo la piel de la guerra

1342 Words
El agua caía sobre su piel como cuchillas calientes. Sayuri apretó la frente contra el mármol frío de la ducha, intentando borrar la sensación de él. El aroma de Kazuo Arakawa seguía impregnado en su cuerpo como un tatuaje invisible. Cerró los ojos y la noche anterior se derramó en su mente. Su respiración en su oído. El sonido brutal de su cuerpo reclamando el suyo. El momento en que su voluntad se quebró y gritó su nombre. El problema no era que Kazuo la hubiera tomado. El problema era que ella lo había recibido. Y lo había deseado. Un sollozo escapó de su garganta. Bajó las manos, temblando, y sus dedos encontraron la humedad entre sus piernas. No solo agua. El recuerdo de él seguía ahí. —Maldito seas… —susurró, con lágrimas rodando. Se masturbó llorando, furiosa consigo misma, intentando arrancar el deseo con cada movimiento. Pero cuando el orgasmo la atravesó, no hubo alivio. Solo una verdad que la destrozaba: Se sentía sucia. Y extasiada. El celular vibró en la mesita de noche. Sayuri salió envuelta apenas en una toalla, el corazón golpeándole las costillas. Miró la pantalla y su estómago se contrajo. Kazuo. Respondió sin pensar. —¿Qué quieres? Su voz en el otro lado era baja, cortante, con ese tono de orden que perforaba la piel. —Arriba. Estudio. Ahora. —¿Y si no voy? Una risa oscura, apenas un murmullo. —Desde cuándo tienes opción, Takahashi. La línea murió. Sayuri se quedó unos segundos con el teléfono en la mano. Luego dejó que la toalla cayera al suelo. No se vistió. No se maquilló. Subió las escaleras descalza, sintiendo que cada paso la acercaba a una hoguera que quemaba y llamaba a la vez. Kazuo estaba en el estudio, apoyado en el escritorio, camisa abierta, cigarro encendido. Cuando la vio entrar, una sonrisa peligrosa se dibujó en su rostro. —Buena chica. Ella apretó los puños. —No soy tu perra. Kazuo caminó despacio hacia ella, con el humo rodeándolo como una sombra. —No. Eres algo peor. —La tomó de la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos—. Eres mía. Sayuri le escupió al rostro. El cigarro cayó al suelo. Kazuo limpió la saliva con el pulgar y, sin apartar la vista de ella, se lo llevó a la lengua. —Sigue luchando. Me encanta verte romperte. La empujó contra el escritorio. La madera fría chocó con su abdomen. Sayuri trató de zafarse, pero él ya le había atrapado las muñecas, doblándolas detrás de la espalda. —Siempre tan terca —murmuró, deslizándole los dedos por la columna. —Vete al infierno. Kazuo la inclinó más, presionando su pecho contra la madera. —El infierno está aquí, Sayuri. Y soy yo. Su mano bajó sin aviso y se hundió entre sus piernas. Sayuri jadeó, odiándose por gemir. —Escucha bien. Si Renjiro vuelve a rozarte un cabello… —la penetró con dos dedos de golpe, arrancándole un grito ahogado— le cortaré las manos. —¡Kazuo! —Y si vuelve a meterse entre tus piernas… —hundió más los dedos, retorciéndolos dentro de ella— le cortaré la v***a y se la haré tragar. Sayuri trató de cerrar las piernas, pero su cuerpo la traicionaba. Estaba húmeda. Ardía. —Bastardo… Kazuo soltó sus muñecas solo para tomarla del cuello y obligarla a levantar la cara. —No te equivoques. No es amor. Esto es poder. Yo te marco. Y aunque me odies, tu cuerpo ya lo sabe. Ella quiso insultarlo. Lo único que salió fue un gemido. Kazuo bajó la cremallera de su pantalón, liberó su erección y la empujó dentro de ella sin aviso. Sayuri gritó, una mezcla de dolor y placer puro. La embistió con fuerza, sin dulzura, como si la estuviera destrozando por dentro para rehacerla a su imagen. —Di quién te folla así. —Vete… al diablo… Kazuo gruñó, clavando los dedos en su cintura. —Di. Quién. Te. Folla. El orgasmo la sorprendió como una descarga eléctrica. Su espalda se arqueó, su voz se quebró. —¡Kazuo! Él sonrió contra su cuello, hundiéndose hasta el fondo una última vez antes de correrse dentro de ella con un gruñido gutural. No hubo caricias. No hubo besos. Solo el sonido áspero de dos enemigos fundiéndose en guerra y deseo. Kazuo se apartó, dejándola temblando sobre el escritorio, la piel ardiendo, el alma hecha jirones. Se abrochó la camisa y susurró en su oído: —Recuerda esto cuando vuelvas a mirarlo. Tu cuerpo ya eligió de qué lado está la guerra. Y salió, dejándola desnuda, rota… y más encadenada a él que nunca. Ella tomo una bata de seda y salio de la habitación. El pasillo de la mansión estaba en penumbras cuando un guardia se acercó a Sayuri con un gesto rígido. —Señorita Takahashi, su padre solicita su presencia en el despacho. Inmediatamente. El estómago de Sayuri se contrajo. La voz del guardia era demasiado fría. —¿Ahora? —Ahora —recalcó él. Sayuri asintió, ajustándose la bata de seda mientras caminaba por el corredor hacia el garaje donde él guardaespaldas la esperaba, eeco de sus pasos resonaba como si entrara a una trampa. Cuando la puerta del despacho se abrió, la primera sensación fue el olor metálico del whisky fuerte y el humo de puro. Daikuo estaba de espaldas, mirando por la ventana. No la saludó. Solo alzó una mano en señal de que cerrara la puerta. —Padre… ¿ocurre algo? Silencio. Luego, su voz cortó el aire como una cuchilla: —Dime, Sayuri. ¿Sabes lo que es la humillación? Ella frunció el ceño. —¿Qué…? El anciano giró lentamente, y en su mano tenía un control remoto. Apuntó a la pantalla del despacho y presionó play. El video empezó a correr. Y Sayuri sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies. Daikuo golpeó el escritorio con el bastón. El video aún estaba en la pantalla. Su hija. Su orgullo. Gemidos y piel y el bastardo francés sobre ella. —Sayuri. Ella estaba de pie frente a él, con el rostro pálido. —Padre… —Cierra la boca. —Su voz era hielo—. Te mandé a la boca del lobo para destruirlo. No para abrirle las piernas. —Yo… no fue… —No me mientas. —Su mirada era un filo—. Fuiste entregada como un arma. Como una bala de plata. Y ahora eres una puta cargando la marca de dos enemigos. Las palabras la atravesaron como cuchillos. —No lo olvides, Sayuri. No fuiste a su cama para gemir su nombre. Fuiste a matarlos. Sayuri bajó la mirada. Sus manos temblaban. —¿Y si ya no sé cuál es mi misión…? Daikuo se inclinó hacia ella. —Entonces yo te lo recuerdo. Tu misión es hacer que Kazuo Arakawa se arrodille. O muera. Sayuri salió de la oficina , se subio al auto con el corazón hecho pedazos, cuando llego a la mansion de kazuo se apoyó contra la pared, respirando como si hubiera corrido una maratón. Una sombra se desprendió de la penumbra. Kazuo. —¿Disfrutando la charla familiar? —su voz era baja, venenosa. Sayuri lo fulminó con la mirada. —¿Qué más quieres, Arakawa? ¿Qué me quede sin alma? Él caminó hasta acorralarla contra la pared. Sus manos a ambos lados de su cabeza, su cuerpo cubriendo el suyo. —No. —Su aliento caliente en su oído—. Voy a devorártela entera. Ella quiso escupirle. En vez de eso, su cuerpo se tensó, el corazón golpeándole como si quisiera romperle las costillas. —Vas a matarme. Kazuo sonrió, una sonrisa de depredador. —O vas a amarme. Su boca rozó la de ella, sin besarla, como una amenaza. —Tú decides cuál viene primero. En la sombra opuesta del pasillo, Renjiro observaba. Sus ojos fríos. Sus manos listas. —Te voy a quitar todo, Arakawa —susurró en francés—. Empezando por ella.
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