Capítulo 2

833 Words
Dos años habían pasado desde aquella mañana maldita en los bosques fronterizos. El invierno había regresado al castillo de los Vareth, trayendo con él un aire de silencio y resignación. Las antorchas apenas iluminaban los muros de piedra, y el sonido del viento se colaba por las rendijas como un suspiro de los muertos. Amara Vareth se encontraba junto a la cama de su padre. El otrora imponente Thierry Vareth, jefe del clan, yacía ahora pálido y débil, con la piel tan delgada que se podía ver el trazo azul de sus venas. Tosía con dificultad, y cada respiración parecía un esfuerzo titánico. —Mandaré traer al médico de la ciudad —dijo Amara, sosteniendo su mano con fuerza—. El doctor Alwyn sabe tratar estas fiebres. No dejaré que esto te consuma, padre. Thierry sonrió con cansancio. —No será necesario, hija. Cuando el doctor llegue… ya no habrá nada que curar. —No digas eso —le rogó Amara, intentando contener las lágrimas—. No te atrevas a rendirte. Ya he perdido a Lothar, no puedo perderte también. El anciano la observó en silencio. Había orgullo en su mirada, pero también tristeza. —Tú eres lo único que me queda de él —susurró—. Pero hay algo más que debo hacer antes de partir… algo que el clan necesita más que mi vida. Amara lo miró, confundida. —¿Qué cosa podría ser más importante que salvarte? Thierry tomó aire con dificultad y murmuró: —Tu matrimonio. El corazón de Amara se detuvo. Se incorporó lentamente, buscando en su rostro algún rastro de broma. —Padre… no es momento de hablar de eso. —Precisamente ahora es cuando debemos hacerlo —respondió él, con voz grave—. Cuando muera, el clan quedará vulnerable. Nadie seguirá a una mujer sola, por fuerte que sea. No lo hagas por ti, hazlo por todos los Vareth. Amara apretó los labios. —No necesito un marido para gobernar. He liderado nuestras tierras durante los últimos dos inviernos. La gente confía en mí. —Confían en tu apellido, no en tu nombre —replicó Thierry, con un tono que no admitía réplica—. Y ese apellido necesita un nuevo escudo que lo respalde. Amara apartó la mirada. —No pienso casarme. No quiero vivir encadenada a un hombre que ni siquiera respeto. Thierry suspiró. Por un momento pareció dudar, pero luego habló con una firmeza que heló el aire. —Te casarás con Rolan Fraser. El nombre cayó como una piedra en el corazón de Amara. —¿Qué has dicho? —preguntó con incredulidad—. ¡Los Fraser son nuestros enemigos! ¡Nos enfrentamos a ellos hace apenas unos años! ¿Cómo puedes pedirme algo así? Thierry la observó con paciencia, como si hubiera esperado esa reacción. —Escúchame bien, hija. Rolan no es el enemigo. Es un hombre que sobrevivió a aquella guerra. Él y sus hombres fueron los únicos que regresaron con honor. Desde entonces, ha mantenido su clan con fuerza y justicia. Y, lo más importante, odia a los Randall tanto como nosotros. Amara negó con la cabeza. —Esto es una locura… ¿aliarnos con quienes alguna vez nos quisieron muertos? —Es la única manera de sobrevivir —contestó Thierry con voz ronca—. Los Randall se han fortalecido con el favor de Ivan Castellane, el duque regente. Si no unimos fuerzas con los Fraser, seremos los siguientes en caer. Tosió con fuerza, llevándose la mano al pecho. Amara corrió a sostenerlo, pero él alzó una mano, deteniéndola. —Escúchame… —susurró—. Si los Fraser ganan, obtendrán la corona del norte. Si nosotros luchamos a su lado, los Vareth empuñarán la espada de ese trono. Es un pacto de hierro… y un futuro para nuestro nombre. Amara lo miró, con el alma desgarrada. Aún podía ver, en su memoria, el rostro de Glen Randall y la sangre de su hermano manchando la nieve. ¿Ahora debía casarse con un hombre al que alguna vez había jurado matar? —Padre… —dijo, apenas en un susurro—. No sé si podré hacerlo. Thierry le tomó la mano y, con su última chispa de fuerza, la apretó. —Tendrás que hacerlo, Amara. No por mí… sino por todos los que ya no están. La vela junto al lecho titiló, y por un instante, el fuego proyectó la sombra de Amara sobre la pared: alta, firme, y sola. Sabía que el destino la estaba arrinconando, y que la promesa que una vez hizo sobre la sangre de su hermano estaba a punto de ser puesta a prueba. Los rumores en las tierras del norte hablaban de Rolan Fraser, el señor de las montañas, como de un hombre tan temido como respetado. Decían que los Randall lo evitaban, que su ejército estaba formado por guerreros que jamás retrocedían. Otros, sin embargo, murmuraban que era tan despiadado como la nieve que cubría sus dominios.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD