ALEXA
Una vez que desayunamos y dejamos los tensos y enloquecedores confines de nuestra suite, me siento un poco más normal. Estar atrapada en un espacio pequeño con la testosterona de Nolan es claramente el problema. Debe ser por eso que tiene tantas amantes.
Es su culpa. Me está cortejando con sus feromonas de mujeriego, así que tal vez le pida al productor que nos de habitaciones separadas de ahora en adelante. Gran plan.
Después de recibir la información del día y filmarla tres veces para fines de contenido, se nos presenta nuestro primer desafío: crear un menú que tome menos de treinta segundos desde el pedido hasta el momento de servir.
–Dios mío– murmura Nolan, con las manos apoyadas en las caderas mientras reflexiona sobre la tarea. Los otros equipos de los camiones de comida están en estados similares de profunda reflexión. Todos somos liberados para comenzar nuestra búsqueda de productos y para maniobrar nuestros camiones hasta el lugar de servicio preestablecido. Tenemos la tarde para planear y debemos estar sirviendo de cinco a seis y media p.m. No parece tiempo suficiente. Nuestro camión no tiene nada salvo el equipo y algunos utensilios básicos para servir como pinzas y espátulas.
Un camarógrafo nos sigue, cada equipo tiene su propio camarógrafo dedicado, ¡sí. Que emoción!, nótese mi sarcasmo.
Mientras nos dirigimos al camión y subimos. Nolan ha estado murmurando para sí mismo todo el tiempo. Miro las cámaras y los micrófonos recién instalados que el equipo de producción instaló a lo largo de la cima del camión de comida. Son para asegurarse de que cada maldición y suspiro nuestro quede documentando.
–Tal vez podríamos hacer algo como empanadas– sugiero finalmente.
–Yo también pensé lo mismo– dice. –pero no creo que tenga tiempo para hacer la masa para las tortillas. Necesitamos demasiadas–
–Probablemente podríamos comprar algunas–
–Estoy pensando…en mantener calientes algunas verduras especialmente sazonadas. Salsa de cacahuate casera– Sus ojos se cierran mientras accede a cualquier reino espiritual que exista para los chefs. –Fideos Ramen–
–Ya tengo hambre– digo.
–Brócoli crujiente– continua.
–Si– digo y luego miro al hombre de la cámara. –Eso te suena bien, ¿verdad? –
–No te dirijas a la cámara– reprende Nolan.
–Lo siento, solo quiero decir…– vuelvo a mirar a la cámara. –No te volveré a mirar–
Nolan se echa a reír, frotándose la frente. –De acuerdo. Ramen elegante. Premezclado en un tazón enorme. Tiempo de servicio: cinco segundos. ¿Te parece un buen plan? –
—¡Estoy de acuerdo con lo que digas, chef Nolan! –
La sonrisa que me dedica al encender el motor hace que esa humedad vuelva a llegar a mis bragas. Me pregunto si el camarógrafo me dejará comprarle las imágenes, en secreto, por supuesto, solo para poder ver esa sonrisa una y otra vez por el resto de mi vida.
El camarógrafo deja de filmar un rato durante el viaje y nos conocemos. Se llama Leonardo y ha estado trabajando en este programa durante los últimos tres años. Él y su esposa se casaron hace cuatro años, y ella es maquilladora para un programa infantil. Son adultos reales y funcionales dentro de la industria del entretenimiento, y estoy impresionada, una parte de mi se pregunta si alguna vez podría pagar el alquiler haciendo algo más que servir mesas.
¿Y si pudiera pagar el alquiler con sedas aéreas?
Una vez que leonardo comience a filmarnos de nuevo, es hora de empezar. No solo debemos comprar la comida que planeamos servir, sino también el resto de los utensilios que la acompañan y que nunca llegamos a comprar con las prisas: bandejas para charcutería, film transparente, cucharones enormes, cucharas. La lista continúa. Fuimos a una tienda de comestibles con descuento que encontré a través de mi GPS, y luego nos dirigimos a la tienda de equipos de restaurante más cercana para abastecernos del resto. Para cuando terminamos con todas esas compras son casi las dos de la tarde y me muero de hambre.
Pero no hay tiempo para descansar, y mucho menos para comer. Nos dirigimos al lugar del desafío, que está ubicado entre los patios y los altos edificios de los Flats en el centro de Green Bay. Es una zona famosa de la ciudad, situada junto al río, donde los puentes cruzan por encima y los almacenes se apoyan contra restaurantes gourmet y aceras de ladrillo.
Es hermoso y áspero al mismo tiempo, y estoy dividida entre ayudar a Nolan a navegar y admirar las vistas mientras serpenteamos por las calles en dirección al río.
–¿Me ayudarás a encontrar el callejón donde se supone que debemos estacionar? – ladra Nolan una vez que me pierdo inspeccionando la parte inferior de un puente cercano.
–Lo siento. Si– me pongo firme. –¿Viste ese puente? –
–Estoy un poco concentrado en la carretera, Alexa–
Leonardo se ríe entre dientes. –Ustedes dos suenan como mi esposa y yo cuando conducimos a un lugar nuevo–
Me sonrojo, pero miro fijamente por la ventana, leonardo no tendrá pruebas eternas de mi vergüenza cuando se trate de hablar de Nolan y de mi como pareja, que Dios me ayude.
–Estamos básicamente casados– murmura Nolan. –Solo esperamos la ceremonia para hacerlo oficial–
Resoplo. –No estoy segura de que ninguno de los dos aparezca–
–Lo harías– me tranquiliza Nolan, y lo fulmino con la mirada, porque tiene razón.
Por fin encontramos nuestra ubicación designada, pero vamos un poco retrasados debido a la cantidad de vueltas que tuvimos que dar alrededor de los Flats, si culpa mía como observadora del puente. Para cuando llegamos a nuestro lugar una acera entre zonas de descanso a la sombra de los árboles, llenas de bancos y lugares pintorescos para detenernos y admirar el río, los nervios se apoderan de nosotros. Nolan a paga el motor y nos miramos.
–¿Estás lista? – me pregunta, y aunque su voz es firme, capto la vacilación en su mirada. Está aterrorizado. Yo también.
–Tan lista como nunca lo estaré– le digo, y luego abro la puerta. Todos salimos al aire húmedo de la tarde. Leonardo se aleja para grabar la camioneta y la escena. Un poco más adelante en la calle, el siguiente camión está llegando a su lugar.
–¿Ves? No somos los últimos– le digo a Nolan.
Se agarra el pelo con el puño, sujetándome con una mirada. –No puedo hacer esto–
–Vamos, Nolan. No nos perdimos en los Flats durante media hora para quejarnos ahora–
Respira hondo y mira hacia atrás al otro camión que maniobra para llegar a su lugar. –De acuerdo. Tienes razón. Hagámoslo, mierda–
Nos ponemos en movimiento. No es exactamente perfecto, porque hay muchos torpezas y palabrotas mientras acomodamos las cosas en la cocina, lo cual, por supuesto, Leonardo documenta completamente. Pero al menos estamos trabajando en equipo. Empieza a preparar la comida mientras intento intuir que recursos necesitaremos en que parte del proceso. Preparo guantes, bandejas para charcutería, cuchillos, mientras Nolan hierve una olla enorme de agua en la estufa de dos quemadores y comienza a partir los ramilletes de brócoli.
De vez en cuando me pide ayuda con alguna tarea: romper los huevos, mezclar esto, tomar, lavar esta cuchara, pero una vez que tiene la comida en marcha, paso a la siguiente tarea importante: hacer el menú.
Durante una de nuestras maratónicas noches de planificación en su apartamento, compramos impulsivamente el menú de pizarra y decidimos que yo sería la creadora oficial del menú. Apoyo el menú en forma de A contra la parte trasera de la camioneta, con mi colección de rotuladores de tiza de color neón alineados a mi lado. Hago elaborados remolinos alrededor del borde, y luego al frente al centro: ¡Agarra mis cacahuates! Tazón de ramen. Frunzo el ceño, mirándolo. No, eso es demasiado directo.
Nolan sale de la camioneta un momento después, pasándose el antebrazo por la frente. –Creo que de alguna manera vamos a tiempo–
Lo miro, señalando el menú. –¿Es esto lo que tenías en mente? Voy a escribir los ingredientes debajo, junto con el precio–
Se queda callado mientras lee, y luego se ríe con ganas. –Me encanta–
Me apresuro a terminar el menú, y cuando he puesto todos los puntos sobre la ies y he cruzado todos los cacahuetes, y lo llevo a la parte delantera de la camioneta.
Un grito ahogado me atraviesa. Me detengo en seco al contemplar… gente. Mucha gente. Como, muchísima gente. Haciendo fila. Delante de nuestra camioneta. Esperando para agarrar mis cacahuetes.
Me cierro la boca con fuerza, tratando de actuar con naturalidad e ignorar a la ansiedad creciente. Tenemos que alimentar a toda esta gente. La cadena hizo su trabajo de informar a medio Wisconsin sobre este programa. Santa madre de Dios. Tan pronto como dejo el menú, algunas personas aplauden y un corto de ¡Ohhh! – resuena en la fila. Me apresuro a volver a la camioneta, mirando entre Nolan y la cantidad de comida que esta cocinando, tratando de hacer los cálculos.
–¿Qué pasa, Alex? – apenas me mira.
–Tenemos…una línea– deja de mover las verduras en la parrilla para mirarme.
–¿Hablas en serio? –
–No miento–
- ¿Cuántas? –
–Como– no soy tan buena calculando el número de personas. Siempre me quedo muy por debajo.
–¿Cincuenta? Digamos entre cincuenta y setenta–
–¡De cincuenta a setenta, mierda! – pasa corriendo junto a mí y sale de la camioneta, cuando regresa un momento después, su cara esta pálida. –Mierda. Mierda. Mierda, mierda–
–Esto es algo bueno– empiezo.
–Necesitamos cocinar más comida–
Regresa a la parrilla con la mandíbula apretada. –¿Puedes lavar el resto de ese brócoli? Dame cuatro mas cebollas. Voy a cambiar la proporción para que dure lo que tenemos.
–Pero el ramen–
–Compramos de más. Esperemos que sea suficiente–
El aire esta tenso mientras comenzamos una segunda ronda de comida inesperada. Tenemos media hora hasta que se abra oficialmente la ventana. Media hora para que la fila siga creciendo. Leonardo sigue apareciendo para filmarnos, y cada vez que lo hace, estamos en silencio y concentrados. No hay drama aquí, solo nos rompemos el trasero trabajando.
Una vez que dan las cinco, una voz a través de un megáfono corta el aire. –¡Holaaa, Green Bay! Estoy bastante segura de que es Hartley. Animando a la multitud. Preparándonos para que nos pateen el trasero. He servido de cincuenta a setenta personas durante un turno de trabajo antes, pero nunca en una avalancha fatal de golpe. Se me revuelven el estómago, cuando Hartley presenta el espectáculo, los camiones y hace que la multitud vitoree. Y luego dice. –¡Camiones, abran las ventanas! –
Nolan se limpia las manos con un paño de cocina blanco. Señala con la barbilla hacia la ventana. –Hazlo, Alex– trago saliva. Empujo. La ventana se abre. Y el mar de gente se abalanza sobre la ventana.
Me pongo en modo de servir porque es todo lo que puedo hacer. Brillantes ¡Hola! Grandes sonrisas, guiños oportunos. Estoy avanzando por la fila tan rápido como puedo, colocando las notas de pedido en una línea ordenada para que Nolan las llame una vez que estén listas.
Héctor, Brian, Angela. Harlow. Missy. Jaret. Siguen viniendo. Un sinfín de caras, un sinfín de dinero entrando.
Estamos sacando estos pedidos en menos de treinta segundos cada uno. Para cuando llegamos al cliente treinta, me doy cuenta de algo. Capto la atención de Nolan mientras sirve otro tazón.
–¿A caso probaste esto? ¿Cómo te quedó? –
El sudor se acumula en sus sienes y me mira fijamente. –No tengo ni puta idea. Mejor no pensar en eso ahora mismo–
Nos abrimos paso por la fila, enviando tazón tras tazón de nuestro elegante ramen de cacahuate. Pero no llegamos al final de la fila. Nos quedamos sin comida a las seis y veinte en punto, con unas quince personas todavía en la fila. Y diez minutos restantes del desafío.
–Lo sentimos mucho, chicos, pero se han agotado las entradas– grito a los invitados restantes. Se oyen gemidos y algunas quejas. Cierro la ventana y entonces solo quedamos Nolan y yo, y las cámaras bien colocadas. Solos, juntos. Nos miramos fijamente durante lo que parece un milenio.
–Nos van a descalificar– empieza Nolan.
–Les dimos un buen servicio a esa fila– digo al mismo tiempo.
Respira hondo. –Hicimos un gran trabajo. pero mierda. no pensé que vendrían muchos–
–Todos lo que podemos hacer es esperar y ver qué pasa–
Caemos en un silencio tenso mientras empezamos a limpiar. Para no saber en qué demonios nos estábamos metiendo, creo que hicimos un gran trabajo. Ganamos casi novecientos dólares en una hora. Nadie se quejó en nuestras caras ni vomitó en el acto. ¿En general? Yo lo llamo un éxito.
Una vez que está todo listo y empacamos, conducimos de regreso al hotel. La ceremonia de eliminación, lo que hacen después de cada desafío para despedirse formalmente de los equipos de los camiones de comida, será mañana, después de que todos hayamos tenido una noche entera para dormir sobre nuestros errores y preocuparnos por aquello que no podemos corregir.
Nolan entra al estacionamiento. Algunos de los otros camiones ya han regresado.
–Esta noche hay una fiesta posterior al desafio, no lo olvides– le digo mientras cierra la camioneta.
–Oh no lo haré. Planeo emborracharme–
–Ojalá hubiéramos podido comer un poco de tu ramen– le digo. –Me muero de hambre–
–La próxima vez- dice, pasando su brazo por encima de mi hombro mientras nos dirigimos al hotel. Ahí está de nuevo, ese toque platónico. Toda la adrenalina y la concentración del desafío se desvanecen bajo su calidez. Dios, es agradable tenerlo a mi lado también al final del día, además de al principio y durante todo el proceso.
–Probé la salsa– añade un momento después. –Estaba jodidamente increíble. Pero eso fue todo. ¿quieres que te haga una quesadilla? – se detiene, volviéndose a medias hacia la camioneta. –Yo te la hago–
–No. amigo. Tenemos servicio a la habitación, ¿recuerdas? –
Excepto que ni siquiera llegamos a las habitaciones. Hartley y Bennett nos conducen hacia el patio de la piscina, donde nos espera una mesa llena de comida y bebidas preparadas. Tomo ensalada de quinoa, lasaña y un puñado de zanahorias, porque puedo. Rematando con una margarita, esta está a punto de ser la mejor cena de la historia. El resto de los concursantes están entrando, tomando comida, consumiéndose en la conversación. Selecciono una mesa y espero a que Nolan se una a mí.
Pero alguien más se une a mi primero. Un tipo pelirrojo del camión llamado “Mantequilla Donnie” donde, por supuesto, cocinan todo con mantequilla.
–Oye. ¿te importa si me uno a ti? – me dedica una sonrisa deslumbrante, una que me hace detenerme con el tenedor a medio camino de la boca. Tiene ondas que se desvanecen hasta los lados afeitados, tatuajes que se extienden más allá del cuello de su camisa y hasta su cuello. También parece corpulento. Como el tipo de hombre que cocina todo con mantequilla y va al gimnasio tres veces al día.
–Para nada. Por favor, hazlo–
Deja el plato y me ofrece la mano. La estrecho con la mano equivocada, todavía con el tenedor a medio camino de la boca.
–Soy Donnie. Eres del camión de ramen, ¿verdad? –
–No solo hacemos ramen…– empiezo.
–Escuché cosas increíbles sobre tu menú de hoy– Empuja la ensalada de papas en su plato.
–Buen trabajo–
–Gracias– Sin embargo, Nolan es quien necesita escuchar esto. –Ojalá hubiera podido probar tu comida. Estábamos tan ocupados…– ¿Por qué no ha llegado Nolan todavía? Lo busco con la mirada en el patio. Para ser solo cinco camiones de comida, hay mucha gente aquí. finalmente lo veo, de pie, cerca de la mesa de comida, con un plato en la mano. Un calor liquido recorre mis venas mientras lo miro. Y luego ese calor se convierte en hielo cuando veo a la rubia que aparece en mi vista, asintiendo atentamente, mirándolo con ojos que dicen. “Follame ahora”
Mierda. Aquí vamos de nuevo. Las conquistas de Nolan pronto se expandirán a un reality show, y todo lo que puedo hacer es sentarme y mirar.