1.Ojalá que tú fueras mi madre
1.Ojalá que tú fueras mi madre
Michelle
El silencio de la casa se sentía extraño. No era el silencio reconfortante de una noche tranquila, sino uno espeso, pesado, como si algo en el aire hubiera cambiado sin que yo pudiera entenderlo del todo.
Ya eran casi las nueve de la noche y después de terminar el trabajo de la casa, me encontraba en la sala, con las piernas cruzadas sobre el sofá y una taza de té tibio entre las manos. Afuera, la lluvia golpeaba suavemente contra los ventanales, y en la televisión, una película sonaba de fondo sin que le prestara atención. Mi mirada iba y venía entre la pantalla del celular y el reloj de la pared. Ryan y Candace ya deberían estar en el hotel, descansando después de la primera jornada de la competencia de patinaje.
En ese momento fue entonces que mi teléfono vibró. Una notificación. Luego otra. Y otra más.
Frunzo el ceño y deslizó el dedo por la pantalla. De pronto, mi respiración se detiene por el impacto de lo que estoy viendo.
Las imágenes estaban allí, en un mensaje anónimo. Tres fotos, cada una más hiriente que la anterior.
La primera: Ryan, con su sonrisa despreocupada, un brazo alrededor de Candace y el otro rodeando la cintura de Blake. Blake. Su ex. La única mujer con la que Ryan siempre me comparó y por quien nunca me sentí segura del todo, a pesar de casarnos y ser la madre de su hija.
La segunda: Candace riendo, abrazando a Blake como si la conociera de toda la vida, como si ella fuera parte de la familia, como si yo no existiera.
La tercera… La tercera era la más cruel. Ryan y Blake juntos, sin Candace entre ellos. La forma en que él la miraba. La cercanía de sus cuerpos.
El celular comienza a temblar en mi mano, y el sonido de la lluvia se convirtió en un murmullo lejano. Un vacío helado se instaló en mi estómago, desplazando el aire de mis pulmones.
Sentí como la traición se filtraba en mi piel, en mis huesos, en cada rincón de mi cuerpo. Mi esposo, mi hija, mi vida… Todo lo que creía sólido se desmoronaba con la facilidad de una mentira bien guardada.
Y entonces, lo supe.
No había margen para la duda. No había explicaciones que justificaran aquello.
Ryan me estaba engañando. Y lo estaba haciendo a plena luz del día; con pleno conocimiento y permiso de mi propia hija. Todo comenzó a encajar en su lugar de pronto.
Mis manos se crisparon alrededor del teléfono. Intento respirar hondo, pero el aire no pasa por mi garganta. Un calor ácido se revuelve en mi estómago, mezclando dolor y rabia en una combinación letal.
Marco el número de Ryan sin pensarlo. Un timbre. Dos. Tres. Nada.
Suspiro, mordiéndome el labio con fuerza. Vuelvo a marcar. Esta vez, él corta la llamada y la furia me sacude por dentro.
"¿En serio, Ryan? ¿Vas a esconderte?"
La lluvia golpea con más fuerza ahora, y me levanto de golpe, caminando de un lado a otro del salón como un animal enjaulado. Mi mente disparaba pensamientos a toda velocidad. ¿Desde cuándo? ¿Cómo pude ser tan ingenua? ¿Cuántas veces me había mirado a los ojos con mentiras en la boca?
Y lo peor de todo: ¿Candace está de acuerdo?
Mi pequeña Candace, que adoraba a su padre, incluso sobre su propia madre. Desde que nació, fueron ellos dos siempre, dejándome de lado.
Vuelvo a mirar mi teléfono para ver si las imágenes se habían ido. No. Las imágenes siguen en mi pantalla, brillando como un recordatorio cruel de mi propia ceguera.
Pero no soy una mujer que se quieta esperando respuestas. Si Ryan pensaba que podía jugar conmigo y salirse con la suya… estaba muy equivocado.
Inspiro profundamente, cierro los ojos por un instante y me obligo a pensar con claridad. No puedo dejarme dominar por la ira. No todavía. Hay algo más que necesito saber.
Tomo el celular con la mano temblorosa y amplío la imagen donde Ryan y Blake sonríen juntos. Observo los detalles: la iluminación, los colores, el fondo. Un enorme cartel con el nombre del evento de patinaje. Un bar decorado con luces cálidas. Personas de fondo…
El reflejo en el espejo detrás de ellos.
Mi pulso se acelera. Ajusto la imagen con dos dedos y allí estaba. Ryan. Pero no sólo Ryan y Blake.
Un segundo después, sentí el golpe seco de la verdad en el pecho.
En el reflejo, lejos de la pose perfecta de la foto, Ryan tenía una mano sobre el muslo de Blake. No de forma casual. No de forma inocente. Un gesto íntimo, una caricia furtiva.
Sentí una náusea profunda subirme a la garganta. La habitación parecía volverse más pequeña, el aire más denso.
La pantalla del celular volvió a iluminarse. Un nuevo mensaje.
"Pensé que deberías saberlo. No es la primera vez."
El número es desconocido.
El celular se resbala de mis manos y cae al suelo con un golpe seco.
Me quedo inmóvil, sintiendo cómo mi mundo entero se fracturaba en mil pedazos.
Pero lo que más me dolió no fue la traición. No fue el engaño, ni siquiera la humillación de descubrirlo a través de un mensaje anónimo.
Lo que más le dolió… fue la certeza de que, en algún momento, había confiado en él con los ojos cerrados. Durante estos diez años a su lado, sirviéndoles como si fuera una criada, me perdí a mi misma. Si, me dejé de lado y los prioricé en mi vida, tratando de conseguir que me incluyeran en su pequeño mundo de dos. Pero por una parte, de Ryan podría haberlo esperado, pues siempre fue claro en sus sentimientos. Se casó por compromiso, a pesar de que yo lo amaba. Pero mi hija… esa niña que llevé en vientre y que amé desde el mismo instante que supe que venía a este mundo. Esa pequeña me odiaba desde el principio. Ahora lo veo claro.
El golpe del celular contra el suelo me saca de mi aturdimiento. Me quedó inmóvil, con las manos crispadas, la respiración entrecortada. La lluvia golpeaba los ventanales con furia, como si el cielo sintiera su rabia y llorara junto conmigo.
"No es la primera vez."
Las palabras del mensaje destrozan lo poco que queda de mi confianza. No es la primera vez. Eso significaba que esto no era un error momentáneo, ni una atracción pasajera. Era algo calculado. Recurrente. Planeado a mis espaldas. Tal vez, todas esas ocasiones en que Candace se negó a que los acompañara. Y eso fue desde hace tres años.
El estómago se me revuelve. Mi mente trata de convencerse de que se trata de un error, pero no…la verdad estaba allí, en la foto, en el reflejo, en la forma en que Ryan evitó contestarle.
Mis piernas se sienten débiles cuando me agacho a recoger el celular. La pantalla tiene una pequeña g****a en la esquina, pero aún funciona. Observo la foto una vez más, y esta vez no puedo evitar que la furia me recorra el cuerpo como una descarga eléctrica y una fuerza extraña me hace poner de pie.
No voy a quedarme allí sentada, ahogándome en el dolor. No voy a ser la mujer que llora en la oscuridad mientras mi marido me humilla a cientos de kilómetros de distancia.
Con los dedos temblorosos, abro mi aplicación de contactos y buscó a Ryan. Mis ojos recorren su nombre, la foto que aún tenía juntos en la pantalla de mi teléfono. Un recuerdo de otra vida.
Esta vez no llamo. Le escribo.
“¿Por qué no me respondes?”
El mensaje fue enviado.
Un minuto pasó. Luego dos.
Nada.
Cada segundo que transcurre alimenta el fuego dentro de mi. No voy a dejar que me ignore esta vez. La última vez.
Busco mi bolso y saco mi abrigo. Si Ryan no va a dar respuestas, yo voy a conseguirlas. En ese momento, mi celular vibra de nuevo.
Un mensaje. De Ryan.
Lo abro con el corazón latiendo con furia.
"No ahora, Michelle. Estamos muy ocupados."
Sus ojos recorrieron esas palabras una y otra vez, incrédula. ¿No ahora?
Suelto una risa irónica. No siento tristeza, sino rabia. Y ni siquiera es contra ellos o la mujer que me abrió los ojos. Miro la foto de nuevo y por primera vez, no hay dolor sino determinación.
Si Ryan pensaba que podía manejar esto a su conveniencia, estaba muy equivocado.
Porque cuando él regrese ya no seré la misma mujer que dejó atrás.
No más.
*****
Salgo directamente hacia el aeropuerto. Tiene que haber un vuelo. Si no es ahora, será mañana a primera hora, pero no voy a moverme de ahí. Necesito llegar y ver con mis propios ojos el engaño, la mentira.
Afortunadamente, me informan que hay un vuelo de última hora con un lugar disponible. No dudo en tomarlo. Tengo dinero. Mis padres me entregaron una cuenta cuando me casé, pues siempre tuvieron dudas sobre mi matrimonio. Sin embargo, con el paso de los años, todo parecía ir bien en mi nuevo hogar.
Ryan nunca fue el hombre más afectuoso, pero me trataba con respeto y cierto cariño. Durante los primeros años, y especialmente después del nacimiento de Candace, se comportó como un buen esposo. Llegué a pensar que finalmente se había dado cuenta de mi amor y que, poco a poco, este lo conmovía. Así que me entregué en cuerpo y alma a nuestra familia.
Sin embargo, tras el nacimiento de nuestra hija, ella se convirtió en el centro de su vida. Se amaron desde el primer instante en que él la sostuvo en el hospital. Solo con él dejaba de llorar. Aunque suene extraño, conmigo parecía inquieta, como si yo no pudiera calmarla. A veces me sentía una mala madre. Tenía apenas diecinueve años y no sabía nada de maternidad. Él, con sus veinticinco, parecía mucho más preparado para el nuevo rol, sin dejar de lado su trabajo como el gran CEO de Industrias Allen.
Todo esto pasa por mi cabeza mientras miro por la ventana del avión, viendo cómo mi ciudad se aleja. Sé que lo que me espera no será agradable, pero necesito verlo con mis propios ojos. ¿Soy masoquista? Tal vez, pero esta será la última vez. Ya les he dado demasiado.
*****
Al llegar a California, decido hospedarme en un lugar cercano al evento. Aún es temprano, así que bajo al restaurante para comer algo. Un café es justo lo que necesito, quiero estar bien despierta y enfocada.
Después de terminar, salgo a caminar un poco. No es la primera vez que vengo aquí; cuando era más joven, solía participar en estas competencias. Amaba el deporte, hasta que quedé embarazada y tuve que dejarlo de lado.
Ahora, al borde de mis treinta años, me pregunto qué habría sido de mí si mi vida hubiera tomado otro rumbo. Tal vez habría llegado a las Nacionales, quizás incluso más lejos. Pero eso ya es solo un "si yo hubiera".
*****
“Bienvenidos al segundo día de competencias en el programa regional de patinaje artístico. Felicidades a todos los que han avanzado; siéntanse orgullosos de sus logros. Solo los mejores están aquí.”
Escucho la voz del presentador y, por un instante, mi mente viaja años atrás, cuando yo también formaba parte de ese grupo de jóvenes nerviosas a punto de salir a la pista. La emoción, la adrenalina, la incertidumbre antes de cada presentación. Hoy, sin embargo, estoy al margen, una espectadora más. Desde la distancia, veo a mi hija preparándose para entrar en escena. Su padre aprieta su hombro con firmeza, infundiéndole ánimo, pero ella busca con la mirada a la mujer que los acompaña. Blake le sonríe con dulzura, como si fuera su propia hija.
Pocas veces me ha permitido ser yo quien la tranquilice, quien la consuele. Pero con esa mujer todo parece tan natural, tan fluido, como si ella fuera la pieza que faltaba en el rompecabezas de mi familia.
¿Me robó a mi esposo y a mi hija? Ahora no estoy segura. Tal vez ellos se entregaron a ella de manera voluntaria. Quizá nunca fueron realmente míos.
Candace entra a la pista a calentar y, en ese momento, Ryan envuelve a Blake con sus brazos y la acerca a su cuerpo. Ella es esbelta, elegante, segura de sí misma. A pesar de tener la misma edad y de haber competido juntas en nuestra época, ella ha sabido mantener su figura. Yo, en cambio, me he descuidado. He subido algo de peso y mis elecciones de vestuario son más discretas, más prácticas. Siempre fui así. Nunca me importó seducir con mi apariencia porque pensaba que el amor se cimentaba en otras cosas. Creía que con entregarme por completo a mi familia, con ser la esposa perfecta, mi matrimonio estaría a salvo. Ingenua de mí.
Me acerco lentamente, procurando no ser notada. Llevo gorra, lentes oscuros y el cabello recogido, como si mi propia presencia fuera un pecado. Me detengo lo suficientemente cerca como para escucharlos. Hablan de cosas intrascendentes, comentarios ligeros, risas cómplices. Pero lo que realmente me hiere no son las palabras, sino los gestos. Ryan no deja de acariciar su cintura, de besar su rostro con ternura, con espontaneidad. Con ella, esos gestos nacen de manera natural. Conmigo, en cambio, siempre habían excusas, evasivas, frialdad.
¿Duele? ¡Por supuesto que duele! No es solo la traición, sino la comparación inevitable. Nadie presenció las veces que fui rechazada cuando yo pedía lo mismo. Pero lo que se suplica no tiene el mismo valor de lo que se entrega voluntariamente.
Por un momento, me obligo a concentrarme en Candace. Debo admitir que es buena, que tal vez heredó mi talento. Ejecuta su rutina con gracia, con fuerza, con una seguridad que yo solía tener. Cuando termina, una lluvia de aplausos la recibe. Su rostro resplandece de felicidad mientras corre a los brazos de su padre. Y de ella.
—¡Estuviste perfecta, cariño!
La dulzura en la voz de Blake me desarma. Candace la abraza, ese gesto que a mí me tiene prohibido.
—Gracias, tía Blake. Gracias por todo lo que me has enseñado. Te quiero mucho... como si fueras mi madre.
Cada palabra es un puñal directo al corazón.
—Papi... deberías pedir el divorcio. Si mi madre no te hace feliz, tal vez es hora de que alguien más lo haga. Yo te apoyo.
Mi mundo se detiene. El aire se vuelve denso, pesado. Mi propia hija suplicando por mi reemplazo.
—No creo que sea tan fácil que tu madre acepte dejar de ser mi esposa —responde Ryan con una calma cruel.
Blake, entonces, me ve. Nos separa la distancia, pero lo noto en su mirada. Me reconoce. Sonríe, como si me desafiara, y besa a Ryan frente a Candace, sin pudor alguno.
—Vamos, cariño. Ella es tu madre, después de todo.
—Sí, lo es... pero quisiera que mi madre fueras tú.
Mi esposo deposita un beso en la frente de su hija y otro en la coronilla de su amante. Las abraza a ambas con la seguridad de un hombre que ha encontrado su lugar. Se ven felices. Se ven completos.
¿Y quién soy yo para impedir que tengan su felicidad absoluta?
Sonrío. Me pongo de pie y les doy una última mirada. No queda nada para mí en este escenario. Si lo que necesitan para ser felices es que yo desaparezca, puedo darles ese regalo.
Doy media vuelta y me marcho.
Sin rencor. Sin lucha. Sin mirar atrás.