Pov: Clementine Reed.
Mi cabeza va a estallar.
— ¡Clementine, tienes que levantarte!
La voz de mi madre me taladra el oído como una alarma insoportable.
Solo a mí se me ocurre volver a esta casa. Estaba quedándome en la casa de mi hermano, pero eso ya no era viable. Su bebé nació hace unos meses, y necesitan privacidad.
Volver a la casa de mis padres fue un error. Su casa, sus reglas. Odio las reglas.
Es como si todo mi cuerpo se rebelara contra la idea de obedecer.
—Clementine, debemos hablar seriamente. No puedo creer lo que hiciste —insiste mi madre desde el pasillo.
No tengo idea de qué habla.
Abro un ojo. El reloj marca las 10:03 a.m. No es tan temprano. Mucha paciencia ha tenido, considerando que esta mujer seguramente está despierta desde las seis.
— Madre, no es hora de despertarme con tus exigencias absurdas —gruño, tapándome la cara con la almohada.
— ¡Todo el mundo está hablando de ti! ¡Maldita sea, Clementine! ¿Tienes idea del desastre que has provocado con tu reputación?
Me obligo a sentarme y me pongo una sudadera encima del pijama. Aún no recuerdo cómo llegué ayer a casa. Iba conduciendo… pero ¿cómo volví?
— ¿De qué estás hablando?
Abro la puerta con desgano.
Mi madre está allí, furiosa, sosteniendo su tablet como si fuera un arma.
— ¡De esto!
Me la pone frente a la cara.
¡ESCÁNDALO EN LA ALTA SOCIEDAD!
La señorita Reed y su noche de deshonra pública
Londres – Sur
Dicen que la pureza es un tesoro.
Pero anoche, Clementine Reed «la hija mimada de una de las familias más conservadoras del país» demostró que ese tesoro era solo una leyenda.
Fuentes confiables aseguran que la joven heredera fue vista en un bar de carretera, ofreciéndose descaradamente a varios hombres, bajo los efectos del alcohol y vistiendo una falda tan corta como su juicio.
“Se sentó junto a mí, cruzó las piernas y dijo que quería irse a un lugar más tranquilo. Era obvio lo que quería”, relató un testigo que prefirió mantenerse en el anonimato. Otro añadió: “Cuando la rechacé, simplemente fue a buscar a otro”.
Incluso el cantinero asegura que la señorita Reed intentó “deshacerse” de lo que ella misma llamó su “molesta virginidad”.
¿Rebeldía o desesperación?
Su reputación, antes intachable, era su mayor moneda de cambio.
¿La noche en que Clementine intentó destruir su “valor”? ¿O simplemente, la primera vez que mostró quién es en realidad?
¡Mierda!
Esto no era lo que quería. Me arruinaron. Me destrozaron. Malditos, ¡qué manera tan rastrera de tergiversar la verdad!
— ¿Qué estabas pensando? —escupe mi madre, como si le diera asco compartir mi sangre.
— ¡No fue como dicen! Yo… yo no me ofrecí a nadie. Solo… —detengo mi explicación—. ¿Qué te importa a ti, mamá? ¡No es tu vida!
— ¡Eres mi hija y no voy a permitir que arruines tu vida! ¡Se terminó, Clementine! O haces lo que te digo, o quedas fuera de esta familia.
La sangre se me hiela.
— ¡No puedes echarme a la calle! ¡No puedes obligarme a casarme! —lanzo decidida a no acatar sus órdenes.
— ¡Clementine, no le grites a tu madre! —mi padre aparece de la nada, con su voz grave y ese tono que usa para imponer silencio.
— ¡Padre, ella…!
— Lo que hiciste es inaceptable. ¿Sabes cuántos mensajes recibimos esta mañana? ¿Sabes el daño que esto causa? Tu madre solo quiere protegerte.
No bajo la cabeza.
Nada de eso es verdad. No tal cual.
— ¿Llaman a esto protección?
Parece condena.
— Por eso, hoy mismo vamos a concretar un compromiso con un hombre que ha accedido a aceptarte a pesar de los rumores.
— ¿¡QUÉ!? ¡¿Cómo que hoy!? —grito, abriendo mis ojos llena de horror.
— No fue una pregunta —responde mi madre con frialdad—. Fue una decisión. Durante la tarde vendrá la familia Holland para hacerlo oficial.
Se marchan, dejándome muda. Como si mi opinión jamás hubiese contado.
Cierro la puerta azotandola, y las lágrimas me brotan sin permiso.
¿Qué les pasa? ¿Por qué diablos hacen esto?
No es justo.
¡No es justo!
A mi hermano nunca lo forzaron a nada. Él puede ser padre sin casarse, puede emborracharse y salir en tabloides y aun así será bienvenido en la cena de Navidad.
Pero yo… yo soy solo un objeto de cambio. Un útero con apellido.
Busco mi teléfono. Quiero llamar a mi primo, a mi hermano. A alguien.
Odio depender de los demás. Odio sentirme como una niña inútil.
Rebusco en mi cartera mi teléfono, entre pañuelos, llaves, un esmalte a medio usar…
Entonces algo cae.
Una tarjeta.
Gris claro. Letras doradas. Un nombre: Jäger.
Y una frase manuscrita en tinta azul, subrayada con fuerza:
“Señorita Reed, si aún desea escapar, llámeme.”
Siento un escalofrío recorrerme el cuerpo.
Ese apellido.
Esa tarjeta.
Esa promesa.
Y por alguna razón…
Siento que esta es mi única salida.