Pov: Clementine Reed.
Dicen que las decisiones desesperadas son las más peligrosas. Yo estoy a punto de tomar una.
Con el teléfono en mi mano me debato entre llamar o desechar la tarjeta que sostengo en la otra.
No voy a obedecer a mis padres. No seré un objeto de cambio.
Me decido por llamar.
Por alguna razón una sensación de temor invade mi cuerpo.
¿Qué estoy haciendo?
Situaciones desesperadas necesitan de decisiones desesperadas.
— Hola…
Expulso el aire que contenía en mis pulmones.
Una voz suave y amable llega a mí desde el otro lado. Me tranquiliza.
— Hola, soy Clementine Reed —musito dubitativa.
— Señorita Reed, me complace su llamado. Temía que perdiera la tarjeta. No fue así, me da gusto —suspiro en un vago intento de relajarme.
Esta no soy yo.
— No recuerdo cuándo me la ha dado.
— Lo supuse. Por ese motivo le dejé un mensaje en la misma.
El apellido no encaja con su voz. Mucho menos la vibra que transmite.
— No tengo idea de quién es usted, señor… ¿Jäger? —resoplo—. Lo único que tengo claro es que necesito escapar.
— Eso noté anoche. Tendré que corregirla, señorita Reed. Mi nombre es Conrad Bauer… abogado del joven heredero Niels Jäger.
¿Conocí a su jefe? ¿Cuándo? No recuerdo haber hablado con nadie así.
— ¿Ayer conocí a su jefe? Disculpe, pero… la tarjeta…
— No tiene de qué preocuparse. La tarjeta dice Jäger, quien se encarga de esto soy yo, señorita Reed.
Siento que es una locura a lo que recurro por pura desesperación.
— Mire, no tengo tiempo para rodeos, ¿qué tiene su jefe para ofrecer? ¿Un castillo?
Ríe con un toque de diversión.
— Ayer mencionó que no quiere casarse con quien su familia impone. Deseaba perder su valiosa pureza. Es usted muy obstinada, señorita Reed.
Tuerzo los ojos.
También soy pendeja. Arruiné todo.
— Un plan mal ejecutado. No soy como usted me ha conocido —advierto, tajante.
— Consideró que le ha ido bien. La he conocido y eso es sin dudas una señal de buena fortuna.
— Es muy amable. Si no le molesta vaya al grano. El tiempo no apremia para mi devastador futuro. Si tiene una solución es momento de lanzarla como bomba. La paciencia no es una virtud que se me haya dado.
— El señor Jäger también necesita una esposa para cumplir objetivos en su…
¿Otra vez con el matrimonio? ¿Acaso nadie sabe escuchar?
— ¿Esposa? Ay, no. No, no y no. Ya lo dije, no quiero casarme. No sé qué parte no le quedó clara.
— No cuelgue, escuche la propuesta completa. No mintió cuando advirtió acerca de su acotada paciencia.
— Créame. No mentí. Está exprimiendo las últimas gotas.
— El señor Jäger necesita una esposa. Sin embargo, no una convencional. Solo será una fachada, hay mucho dinero en juego, señorita Reed.
Eso despierta mi interés.
— ¿Mucho dinero? ¿Cuánto es “mucho”? Necesito números o, al menos, una cifra decente.
— Si usted acepta será recompensada monetariamente.
Curvo mis cejas, confusa y pensativa.
— Hablamos de mucho dinero, que por ser esposa del señor Jäger, le pertenecería. Una herencia que solo puede adquirir si contrae matrimonio y el tiempo tampoco apremia al señor Jäger.
Herencia. Ahora todo cuadra un poco más. Así que eso mueve esta propuesta tentadora y precipitada.
— No tengo interés…
Aún así no pretendo casarme.
— Un matrimonio por contrato. Eso es lo que ofrece el señor. Sin amor, sin contacto físico. Solo negocios.
Afirma seguro, como si habláramos del clima. Muy normal. Un matrimonio por contrato.
Lo dice con tanta ligereza que no parece que hablamos de una unión legal con un gran peso en esta podrida sociedad.
— Si usted logra vivir en la mansión Jäger hasta que llegue la boda. Luego de ella, será libre.
Alzo una ceja.
— ¿Libre? Claro, después de venderme como ganado. Muy libertario.
— Es una firma en un papel. Una vez oficializada la boda, no tendrá más obligaciones con el heredero Jäger
Suena muy sencillo.
— Así de fácil… —susurro—. ¿Y cuál es la trampa? Siempre hay una.
— Sí, señorita Reed. Así de sencillo es esto: sin embargo, ninguna señorita hasta el momento ha logrado soportar la convivencia en la mansión Jäger.
Ahí está la trampa.
— Ya diga la trampa, Bauer.
— Lo adjudico a la falta de carácter. Eso no es un problema con usted, claro está. Tiene una personalidad especial.
Frunzo el ceño.
No es una mentira, soy efusiva, terca y hablo tanto que es imposible no escucharme.
Tontas debiluchas. Ellas no lo lograron. Yo sí podré.
Dinero, libertad. ¿Qué más podría pedir?
— No habría sexo. Nada de responsabilidad afectiva. Solo hasta que llegue la boda finjo ser la esposa modelo y fin. ¿Ese es mi trabajo? Luego me dan una parte de la herencia —declaro, con firmeza. Segura de lo que pretendo.
— Lo ha expresado a la perfección. Si acepta, hoy mismo podemos reunirnos para la firma del contrato.
Esta es mi salvación. Como si estuviera hecho para mí.
Ahora veremos quién se casa con ese tal Holland. Tendrás que meterte tu propuesta de matrimonio donde mejor te quepa, madre.
— En caso de no estar interesada necesito que en este momento lo decida. Este misma propuesta puede ser dada a otra joven y dado el caso expiraría para usted.
No hay nada que pensar.
Quiero libertad. Necesito escapar de esta vida y sus estúpidas exigencias.
Prefiero tener el control de lo que hago, si voy a atarme que sea a algo que me dé frutos después.
— Acepto. Infórmele al señor Jäger que tiene prometida nueva.
— Le enviaré los por menores de nuestra reunión para la firma del contrato.
Quizá sea guapo. O un asesino. En este punto, da igual.
— ¿Ahí veré a mi esposo falso?
— No le recomiendo usar ese término. El señor Jäger es su prometido, señorita Reed. No puede ver al señor hasta después de firmar el contrato.
— ¿No firmará él también? ¿No se supone ambos lo haremos?
— El señor no necesita estar presente para firmar. Usted es quien acepta las condiciones y por consiguiente él acepta cumplir con lo prometido. Puede firmar desde la comodidad de su casa. Si no tiene dudas…
— ¿La reunión será con usted?
— Sí, señorita Reed.
— Firmaremos y será efectivo.
— Así es. ¿Tiene más dudas?
— Miles. Sin embargo, esto suena mejor que prometerme con quienes mis padres imponen. Al menos su jefe me ofrece dinero y libertad.
Aprende, madre.
— Si ya no tiene dudas colgaré.
— Adiós, señor Bauer. Lo de ayer, no era yo misma, no vaya a creer que soy así de...
Colgó.
Quizás hablé mucho.
Genial. Ahora parezco inestable y desesperada.
Una notificación me alerta y llega un mensaje.
“Se solicita sea puntual. No se permiten retrasos”
Debajo adjunta una dirección.
Genial. Me voy a casar con alguien que no conozco, por una herencia que no es mía.
Si esto es una trampa… más vale que me paguen caro por caer en ella.