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Entro a la habitación como un torbellino y enciendo la luz con la mano temblando. La bombilla explota la oscuridad y el cuarto se vuelve un escenario demasiado íntimo para mi drama: la cama compartida con Viktoria, las paredes con posters de proyectos de diseño que nunca terminé, la mesita con la lámpara y el montón de cosas de mi hermana perfectamente ordenadas. Ella está lista para dormir, con la camiseta grande y el pelo enredado en un moño; cuando la luz la golpea, parpadea como si fuera un animal sorprendido.
—¿Qué haces? —gruñe, medio dormida, sentándose de golpe.
Ni modo. No puedo ni fingir calma. Voy al clóset, abro a empujones y saco el bolso más grande que tengo. Es ese bolso tosco, de lona, que usaba cuando estudiaba y que ahora está manchado de café. Lo tiro sobre
