Yo bajé la cabeza, mordiéndome el labio para que no se escapara esa sonrisa idiota que quería salir. —No es sonrisa —murmuré, apenas audible—. Es… risa nerviosa. Alina se levantó del sillón en ese instante. Y no caminó, no. Se deslizó hacia mí, como si la sala le quedara demasiado chica, como si cada paso estuviera coreografiado para dejarme sin aire. Se detuvo justo frente a mí, tan cerca que pude ver cada peca diminuta en su piel, los reflejos verdes de sus ojos que parecían observar más de lo que yo quería mostrar. —Entonces ríete, Isabella —susurró, inclinándose un poco hacia mí—. Pero mírame a los ojos cuando lo hagas. Tragué saliva. Mi risa salió, cortita, torpe, como un gemido disfrazado de humor. —Esto… esto es un asalto psicológico —dije, levantando las manos en señal de rend

