Yo levanté las cejas, crucé los brazos y bufé. —Bueno, considerando que la mayoría de los hombres son medio inútiles en esas cosas… pues sí, claro. Alina soltó una carcajada breve, suave, que la hizo aún más atractiva. Sus ojos verdes brillaron con picardía. —Me gusta cómo piensas. Directa. Yo me mordí el labio sin querer. Maldición. ¿Por qué me estaba gustando que me dijera eso? Ella se inclinó un poco hacia adelante, apoyando el codo en la rodilla, y levantó el juguete a la altura de su cara. —Aunque… ¿sabes qué es lo mejor? Que nunca te contradice, nunca se cansa, nunca llega demasiado rápido… —y mientras lo decía, lo balanceaba en el aire como si me estuviera hipnotizando. Yo me crucé de brazos más fuerte, intentando aparentar seguridad. —Sí, claro, una maravilla tecnológic

