Asentí, segura de mi réplica, pero antes de que pudiera añadir nada, me vino a la mente una imagen ridícula: yo, tumbada en mi cama la noche anterior, con las sábanas revueltas, la ropa encima, en un lío de confusión y hastío. Era cierto: me había quedado en la casa, vestida y alborotada, dándole vueltas a todo. Eso, pensé, lo confundiría más si lo soltaba sin filtro.
Él me miró con una mezcla de incredulidad y algo que sonaba a decepción. Respiró hondo y dio un paso atrás.
—No lo puedo creer —murmuró—. Pensé que… pensé que esa noche era para conocernos mejor, para compartir algo distinto. No sabía que la detestabas tanto, ¿por qué? Deja de mentir. Ella no pudo hacer eso.
—¡Pues lo hizo! —le corté, y mi voz se elevó sin que pudiera controlarlo—. Canceló. Y mamá me tapó con una excusa ba
