—Isabella —dijo él, y su mano subió hasta mi mejilla, con una delicadeza que me desarmó—. No sabes cuánto te extrañé. No sabes lo que me costó no buscarte antes.
—No digas eso —le respondí, apretando los ojos otra vez—. No digas eso, no conmigo. Tú tienes tu vida. Tienes a Alejandra. Y yo… yo no quiero ser parte de este juego.
Él bajó la frente hasta casi tocar la mía. Su respiración se mezcló con la mía.
—Esto no es un juego —susurró—. No para mí.
Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en mis oídos. Mis manos temblaban en su pecho, mis dedos rozando la tela dura de su camisa. Quería empujarlo, pero no lo hacía. Quería insultarlo, pero las palabras se me quedaban en la lengua. Era un caos.
—Déjame ir —dije al fin, con la voz más débil de lo que esperaba.
Pero él no me soltó
