CAPITULO 02

1105 Words
Mi dedo se movió para tocar su barbilla. Ella no se encogió esta vez. Se quedó quieta, su mirada fija en mis ojos. El silencio entre nosotros era el de una tormenta a punto de estallar. Y yo, estaba listo para ser el relámpago. —Y ahora, mi pequeña, es hora de que me cuentes tu historia— dije, mis ojos brillaban con una promesa peligrosa. — O yo te diré la mía. Y créeme, no querrás escuchar la mía. Porque mi historia, mi amor, es el infierno. Me levanté, el sonido de mi piel contra el suelo era un murmullo oscuro. Ella permaneció en el suelo, su barbilla aún en alto, sus ojos un reflejo de los míos. El silencio era una cuerda tensa entre nosotros, y yo sabía que, a mi más mínimo movimiento, se rompería. Me dirigí hacia la sala, y con un solo movimiento, encendí la chimenea. El crepitar de la madera y el calor del fuego llenaron el aire, y la habitación se iluminó con una luz anaranjada. Dejé que ella me viera, no a un demonio, sino a un hombre que podía encender un fuego. Y vi en sus ojos que no lo entendía. Regresé a ella, y esta vez, me agaché a su lado. Mi mano se movió para tocar su rostro, y ella cerró los ojos, esperando mi golpe. Pero no lo di. En cambio, le aparté un mechón de pelo mojado de su rostro. Mi corazón, que había estado inmóvil durante tanto tiempo, dio un vuelco al sentir su piel. — No te tengo miedo— susurró, sus palabras eran una mentira que yo sabía que era verdad. Y en ese momento, supe que ella era especial. — Deberías— le respondí, mi voz era un murmullo peligroso. — Mi amor, yo soy tu peor pesadilla. Soy el monstruo que vino a buscarte en la oscuridad. Le tomé la mano, y la llevé conmigo hacia la chimenea. El calor del fuego nos envolvió, y yo la obligué a sentarse. El fuego crepitaba, el sonido era el único en la noche. Y yo supe que esta era nuestra oportunidad. Ella, la presa, y yo, el depredador. Y la única pregunta que quedaba por responder era: ¿quién se rompería primero? Ella se sentó en el suelo, la luz del fuego danzando en sus ojos, reflejando las llamas. Su cuerpo temblaba ligeramente, no de frío, sino de la tormenta que se agitaba en su interior. Me senté frente a ella, las rodillas cerca de las suyas, el calor de mi cuerpo una amenaza silenciosa. — No te vayas a dormir— susurré, mi voz apenas audible. — Quiero que me mires. Quiero que veas el fuego, y que sepas que yo soy el fuego. Ella levantó la barbilla, y me miró directamente a los ojos. No había miedo, no había odio. Solo una curiosidad ardiente que me hacía querer quemarla viva. — ¿Qué quieres de mí? — preguntó, su voz era un hilo de seda. Mi sonrisa era un depredador. — Quiero tu secreto. El que te hizo esconderte en ese callejón. El que te hizo llorar en silencio. Quiero la verdad, mi amor. Y cuando me la des, te daré la mía. La razón por la que soy un monstruo. La razón por la que te elegí a ti. Ella se quedó en silencio, sus ojos fijos en los míos. El fuego crepitaba, el sonido era un eco de mi corazón. Y yo supe que, en esa habitación, con el fuego y la oscuridad, ella me daría lo que yo quería. O se rompería. — No me mientas— dije, mi voz era un veneno. — Porque la verdad es la única moneda que acepto. Y si me mientes, te castigaré de la peor manera. Ella tragó saliva, y el sonido fue un murmullo en la oscuridad. —No te romperé. Te usaré para mi beneficio. Y te haré un monstruo igual que yo. El fuego proyectaba sombras en su rostro, y vi una lágrima solitaria deslizarse por su mejilla. Pero no era por miedo a mí. Era por la historia que ella estaba a punto de contarme. Ella no dijo nada. Sus labios se apretaron en una línea delgada y obstinada, y por un instante, el desafío que había brillado en el callejón regresó a sus ojos. Había algo en ella, una tenacidad que yo no había visto en mis otras presas. Las demás se derrumbaban, se rompían, se convertían en arcilla en mis manos. En cambio, ella. Ella era de piedra. Me incliné más cerca, el olor a lluvia y a tierra húmeda se intensificó. —No me hagas usar la fuerza— susurré, la amenaza no era una pregunta. —No quiero romperte. Todavía. Solo quiero tu secreto. La mirada en sus ojos cambió. El desafío se desvaneció, reemplazado por una desesperación que me hizo vibrar. Ella sabía que no tenía otra opción. Y yo sabía que había ganado. —Lo perdí— susurró, sus palabras eran apenas un suspiro. Su confesión llego llenando cada espacio de mi vital cuerpo, parecía un obsequio de noche buena. Mis labios se curvaron en una sonrisa. Era más que un secreto, era una confesión. Era la verdad que yo había estado buscando. La razón de su dolor, de su culpa. —Dímelo — ordené, mi voz era la de un depredador. —Dime todo. El cómo. El porqué. La historia completa. Ella cerró los ojos, y una lágrima se deslizó por su mejilla. Pero no era una lágrima de dolor. Era una lágrima de liberación. Y yo supe que, a partir de ese momento, su vida y la mía estarían irremediablemente entrelazadas. Ella, mi presa. Yo, su castigo. Y el infierno que ambos habíamos creado, la única razón para vivir. El fuego crepitaba, el único testigo de nuestra confesión. El último rastro de su inocencia se había extinguido en sus ojos, reemplazado por la cruda y dolorosa verdad. Yo había conseguido lo que quería. Tenía su secreto. Y ahora, tenía a mi presa. Me incliné más cerca, mi aliento chocando contra su rostro. —Gracias— susurré, mi voz era un ronroneo de pura satisfacción. —Ahora, mi amor, es mi turno de contarte mi historia. Ella no dijo nada. Sus ojos, antes un reflejo de la luz, ahora eran un abismo de oscuridad. Y yo supe que mi historia, la que yo había mantenido oculta durante tanto tiempo, sería la única que la mantendría conmigo. La única que la ataría a este monstruo, a este infierno. Y yo, no tenía ninguna intención de dejarla ir.
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