CAPITULO 10

671 Words
El toque de su piel era como el acero pulido, frío y fuerte, una promesa de dominio. Cuando entrelacé mis dedos con los suyos, un escalofrío me recorrió la espina dorsal, una mezcla de terror y una perversa excitación. Él tenía razón: mi vida ya no era mía, y en algún rincón retorcido de mi alma, una parte de mí se regocijaba. Él me había visto, la verdadera yo, y en lugar de huir, me había aceptado. O tal vez, me había reclamado. Azrael me guio fuera del comedor y, por primera vez, me di cuenta de que no sabía nada de esta casa. Era una fortaleza de lujo y sombra, un laberinto de pasillos silenciosos y puertas cerradas. El hombre que nos había servido el café permanecía en las sombras, una estatua de lealtad absoluta. Su presencia era un recordatorio constante de que Azrael no estaba solo; su poder se extendía mucho más allá de la mansión. Me llevó a una puerta tallada en roble oscuro y la abrió con un gesto amplio, como si presentara un reino. Era una biblioteca. Pero no una cualquiera. Estaba llena de libros encuadernados en cuero, mapas antiguos, y artefactos que parecían sacados de un museo. Un enorme globo terráqueo de latón se alzaba en una esquina, y una chimenea de piedra tallada creaba un ambiente íntimo y peligroso. —Aquí es donde se guarda el conocimiento— dijo Azrael, su voz grave y suave. —El conocimiento es poder. Y el poder es la única verdad que importa. Me soltó la mano y se dirigió a una de las estanterías. Sus dedos se deslizaron por los lomos de los libros, un gesto que denotaba una intimidad profunda con su colección. Me quedé en la puerta, sintiéndome una intrusa en un mundo que no me pertenecía, pero que me había reclamado. —Zahria— murmuró, sin voltearse. —Dime la verdad. ¿Qué viste en ese lugar? La pregunta me tomó por sorpresa. No se refería al sótano. Se refería a mi pasado, al secreto que me había atormentado. —Vi… el resultado de la ambición— susurré, la voz casi un hilo. —La destrucción que puede causar una sola mentira. Se volteó, su mirada un pozo sin fondo. —No. No solo eso. Viste el poder que hay en el control, en la manipulación. Viste lo que una persona puede hacer cuando tiene la información correcta. Y te gustó. Mis ojos se abrieron de par en par. La acusación era brutal y dolorosamente precisa. En el centro de mi trauma, había una verdad que me avergonzaba admitir: en el caos, en la destrucción, había sentido un poder terrible. La capacidad de arruinar una vida con una sola palabra. La misma capacidad que Azrael había usado contra mí. —No es verdad— dije, pero la mentira sonó hueca incluso para mí. Se acercó a mí, su presencia imponente. —Mientes. Y yo lo sé. Vi la chispa en tus ojos cuando me confesaste. Esa misma chispa que vi en el espejo cuando me di cuenta de que tenía a mi enemigo a mi merced. Eres como yo, Zahria. Has probado el poder del abismo y ahora, el abismo te ha reclamado a ti. Me acorraló contra la puerta, sus manos a cada lado de mi cabeza, bloqueando cualquier escape. Su aliento era una ráfaga caliente en mi rostro. —No vamos a huir de la oscuridad— susurró. —Vamos a abrazarla. Juntos. Vamos a hacerla nuestra. Sus labios encontraron los míos de nuevo, pero esta vez, el beso no fue un reclamo, sino una promesa. Una promesa de infierno, de reinar en las sombras, de un amor retorcido y perverso. Mis manos se levantaron, no para empujarlo, sino para aferrarse a su camisa, mi cuerpo respondiendo a la química oscura que nos unía. En la biblioteca, en el corazón de su fortaleza, dos almas rotas se unían en un pacto de sangre y sombras. Dos monstruos. Perfectos. Uno para el otro.
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