Charlotte observó la puerta del baño cerrarse tras Reinaldo, sintiendo como si su corazón quisiera salirse de su pecho. Su reflejo en el espejo le devolvió la mirada de una mujer con los labios hinchados y enrojecidos, el cuello enrojecido por la pasión reciente. Con dedos temblorosos, intentó arreglarse el cabello, pasando sus manos por los mechones desordenados en un intento fútil de parecer presentable. «¡Ay no, no debí haberlo provocado! ¡Me pasé de zorra!» Tragando saliva, sintiendo la garganta seca, Charlotte se acercó a la mesita de noche y tomó la pequeña campana de plata que le dieron para indicarles que estaba despierta y la agitó. Aquel sonido suave pero claro le anunció a Anna que podía entrar. Con pasos vacilantes, Charlotte se dirigió a la puerta. Cada paso parecía eterno

