El silencio sepulcral del pasillo, roto únicamente por la presencia solitaria de Alexander, fue súbitamente interrumpido por el suave zumbido mecánico del ascensor al iniciar su ascenso. Para cualquier otro, habría sido un sonido insignificante, pero para Alexander, resonaba como el eco ensordecedor de una oportunidad perdida, amplificado por el vacío del corredor y el tumulto de sus pensamientos. Su rostro, normalmente una máscara de control y encanto, ahora era un lienzo donde se pintaba una amalgama de emociones contradictorias. El ceño fruncido marcaba profundos surcos en su frente, mientras sus ojos, de un azul intenso ahora oscurecido por la frustración, se clavaban en los números digitales sobre la puerta del elevador con una fijación casi maniática. ―Mmmm, seguro... esa mujer ent

