3.

906 Words
3. Pero todos sabemos que las mentiras tienen patas cortas. Eso es lo que pasó con mamá, porque luego de un tiempo descubrió que el duque de Saint Peter, el hombre que tanto amaba era el responsable de la destrucción de todo el territorio de Benicia. Mi mamá, enloquecida por aquello, fue a comprobarlo por sus propios ojos. Y así vio que, donde un día hubo grandes praderas, y flores silvestres de todos los colores, y cientos de gorrioncillos revoloteando, ya no quedaba más que cenizas. El ejército del rey Salomón había arrasado con todo. Ante sus ojos vieron que el valle de Benicia era solo tierras muertas, y así, sin quererlo mi madre se había convertido en la última hechicera de luz, que quedaba con vida. Mi madre no podía concebir, que la tiranía del rey Salomón, y la de mi padre habían causado la destrucción de lo único que ella tenía, hasta que, claro, nací yo, pero de mí, hablaremos más adelante. Por otra parte, la destrucción, o limpieza del territorio de Benicia, trajo muchos beneficios para el reino, y para mi padre, porque ante los ojos del rey, Benicia era considerada como una piedra en el zapato, un estorbo que debía sacarse de una, no importaba el costo, si la gente que vivía allí no aceptaban las leyes del reino, lo mejor era borrarlos del mapa. Que mi padre, el duque de Saint Peter se haya encargado de arrasar con todo, significaba un gran éxito, y él, recibió como retribución, grandes riquezas de la parte del rey, y el flamante y deseado por muchos, el título de Gran Legislador, un gran triunfo para mi padre que, aunque poseía el título de duque, provenía de una casta baja, hecho que a la mayoría de la gente que rodeaban al rey, no agradaba, y que poco a poco se encargaron de hacer correr la voz de que la mujer —es decir, Sonya de Benicia, mi madre— era una poderosa bruja, y que ella era la responsable de que el pequeño príncipe se cayera del caballo y muriese al instante. Claro que mi padre, al traerse consigo a mi madre, había tenido que lidiar con toda clase de burlas a su espalda y difamaciones en contra de la mujer que amaba, pero mi padre, el flamante Gran Legislador, contaba con la simpatía y benevolencia del rey, sabía lidiar con todo aquello, y siempre salía bien librado de todas esas acusaciones, y se pavoneaba ante sus enemigos. Por ese entonces, aún llevaba a mi madre con él, a las fiestas que daba el rey. La belleza de mi madre era codiciada en secreto por muchos de los enemigos, y amistades de mi padre. De todas formas, ese nuevo título que mi padre ostentaba, solo era un papel, y eso quedó evidente cuando, a los pocos meses, el rey, llevado por las dudas y la paranoia, que avivaron en él, los enemigos de mi padre, lo destinó a una nueva misión. —Mi querido Gran Legislador, necesito una vez más de tus servicios… —Estoy para eso, su alteza. —Oh, no se trata de aniquilar otro pueblo de pecadores, te lo aseguro, pero es una misión que requerirá tiempo y paciencia —el rey le señaló el mapa del mundo. Y le mostró un punto lejano de todas las ciudades que él conocía. Era un lugar apartado de toda civilización, en el confín del mundo. Mi padre ya se las había visto venir. —Eso queda en la frontera, su alteza —señaló mi padre. —Exactamente ahí, necesito que te encargues de abrir cientos de minas para el reino. Tengo información de que esa zona es rica en oro. —Eso he oído, su alteza. —Tu misión es abrir camino hacia ellas, y hacer que esa abandonada ciudad sea próspera. De esa forma, El Gran Legislador de Saint Peter, y Sonya de Benicia, seguidos de un gran séquito de sirvientes y tropas, emprendieron su largo viaje que duró varios meses, privados de lujo y de buen alimento, y cuando llegaron a su nuevo destino; la ciudad de Valdivia, se vieron rodeados de tierras áridas y sin vida. Sonya vio que ahí la gente era miserable, los pocos infantes que andaban por ahí, estaban sedientos. Como no había llovido en meses, las reservas naturales de agua se habían secado, y pronto morirían de la peor forma. Entonces, mi madre, usando sus conocimientos encontró varios pozos de agua dulce, de los cuales todos se abastecieron. Y lo mismo ocurría con la comida, al no haber vegetación, no había animales, mi madre, hizo uso de sus poderes, y donde había solo arena creció una planta de trigo, luego otra, y en un abrir de ojos, el Gran Legislador y toda la gente, se vio ante hectáreas de plantaciones. Las mujeres se reunían en torno a mi madre y entre todas, comenzaron a moler el trigo, y a amasar el pan. Al poco tiempo, la ciudad abandonada y apartada, comenzó a verse diferente. Los niños engordaban, las mujeres se embarazaban, y los hombres se ponían a disposición de mi padre, el Gran Legislador del rey. Sin perder el tiempo, mi padre hizo construir un hermoso y ostentoso palacio para mi madre, ella me decía que esa era la mejor época de su nueva vida, junto a mi padre. Hasta que un hecho dio paso a la oscuridad.
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