2.

1033 Words
Lo que recuerdo es que logré escabullirme de Ciridiam –la ciudad en la que me tuvieron cautiva— me escapé luego de robarle a un ministro tan estúpido como cerdo, unas cuántas monedas y un sello sagrado, que a decir verdad, no debe valer nada de nada. Pero ahora mismo me dirijo al sur, o debería decir, en cuánto consiga ponerme en pie, me pondré de camino hacia allá. Nunca iré al norte. Siempre al sur, en busca de algo nuevo, porque todo en Ciridiam es tan perverso y ruin… Ahora que lo pienso, me divertiría verle la cara de vergüenza a mi padre en esta situación, si tan solo siguiera con vida, seguramente pensaría igual que esas ratas, que me gané el destierro o algo mucho peor. Estoy segura que él habría sido el primero en pedir mi muerte… y eso me hace sentir que hice bien en mandarlo para el otro mundo, como dice la gente —permíteme que te sea sincera— Se lo merecía. Mi mamá fue la única persona en este mundo que se merecía lo mejor, pero ella ya ha partido a un mundo mejor; aún puedo recordar esa conversación que tuvimos antes de que la maldad de este mundo se le viniera encima, con tanta ferocidad y lo inevitable ocurriese. Recuerdo como si fuera hoy, cuánto le gustaba arreglarme el pelo rebelde, y aunque era algo imposible de conseguir no se daba por vencida. Ella me decía: —Lo primero en lo que tienes que pensar es en ti, porque primero estas tú, y segundo estas tú. Nadie ni nada vale la pena hija, solo tú. —Pero y ¿tú? —En mí no pienses nunca hija. Vete sin dar vuelta atrás. Le falle, porque he tardado en irme y no pude salvarla, como yo quería. No la pude liberar de control y dominio que mi padre ejercía sobre ella. —Dirígete siempre hacia al sur; nunca elijas, por ningún motivo el norte —me había dicho, ella, esa vez. En esa época me dedicaba a hurtar a cualquiera que se deje, si se me atravesaba un ingenuo o un ebrio, me daba igual que sea un tipo millonario que no creía que el mundo le podía dar una cachetada, pues ahí entraba yo para demostrarle lo cruel que es este maldito mundo, sobre todo con los que no tienen nada en la vida, y con los que tenían la apariencia diferente, como yo. Ahora me doy cuenta que no me he presentado como debe ser; pero antes de decirte el nombre con el que he sido bautizada, permíteme que te hable sobre quién era mi buena madre. Ahora que te quedaste a escucharme quiero confiarte mi verdad. Mi madre era una hermosa muchacha, que traía el pelo caoba suelto y que le caía a cada lado, como ondas de cascadas. Sus rostro era ovalado y por donde la mirasen, era perfecta. Procedía de Benicia, un agradable valle, algo aislado del mundo, Benicia contaba en sus ríos y minas, con abundante oro. Benicia ahora es una ciudad que no existe más. El nombre de mi madre era Sonya, era la hija mayor de la hechicera de luz . Recuerdo que me contaba que, antes de enamorarse de mi padre, vivía muy feliz, junto a su familia, y amigos, que vivían en armonía con la naturaleza. Hasta que llegaron las lluvias y con ellas llegaron nuevos invitados; unos enviados del rey Salomón. Ese grupo de diplomáticos estaba encabezado por el duque de Saint Peter —el que en el futuro llegaría a ser mi padre— y venían con la ridícula invitación a convertirse por las buenas, a su religión. Lo que no les dijeron en ese momento era que estaban ahí para que fuera por las malas, si se daba el caso. En fin, cuando mi futura madre, Sonya de Benicia y el duque de Saint Peter se conocieron, y surgió el amor entre ellos. Ninguno de los que acompañaban en la misión, se esperaría que en ese lugar tan recóndito del mundo, el duque de Saint Peter se fuera a enamorar a primera vista de mi madre; es decir, de la hija de la primera hechicera de Luz. Como mi futuro padre, el duque de Saint Peter, tenía mucha presión del rey, por conseguir sus cometidos, al ver que mi madre podría ser de ayuda para su labor, la convenció para que hablara con su gente a favor de la invitación del rey, que no era otra cosa más que una invitación a aceptar a su Dios, como el único Dios del mundo. Aunque mi madre sabía que eso no era cierto, sabía que los dioses abundaban en la tierra y a veces andaban en las calles, a lado de la gente, y se hacían pasar por ellos, pero mi madre, por el amor que le tenía, aceptó ayudarle de todas formas, e intercedió a su favor. Nadie quería escuchar el pedido del rey, y mi madre, aunque no era mucho consiguió tener una asamblea para tratar el tema. Al ver que había fallado en su misión, el duque de Saint Peter, comenzó a hablarle de irse a vivir con él. —Te prometo, amor mío, que si vienes a vivir conmigo, seré el hombre más feliz sobre esta tierra, no habrá nada que no pueda hacer por vos, porque te pertenezco, mi corazón es tuyo. —¿Y qué será de tu misión? —Eso ya no importa más, amor mío. Ven conmigo, seremos felices juntos. Sonya estaba enceguecida por las palabras engatusadoras de mi padre, y por el amor, tanto que no escuchaba las palabras ni los consejos de los que la amaban y estimaban de verdad, así que solo escuchó a su corazón y decidió marcharse con el hombre que amaba. Aunque yo no la culpo, mi padre era un rubio guapo, tenía una mirada imponente, y sus ojos, era como si el cielo te vieran a través de ellos. —Te juro, amado mío, que te amaré por siempre, haré siempre lo que me pidas —le dijo mi madre, sin saber que esas palabras le pesarían para siempre.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD