Tampoco tenía Sabrina mucha experiencia en pollas, tonteó en el instituto con un chico, nada, cuatro besos, algún restregón por una teta y poco más. En bachillerato, tuvo, lo que podríamos llamar su primera relación, en realidad fueron cuatro meses, suficientes para perder la virginidad con él, eso sí. Después, hasta que no empezó a salir con el zoquete drogata, pues algunos aquí te pillo aquí te mato, con algún chico que le gustaba cuando salía por ahí con su amiga Carly. Es decir, que la relación, o, la mala relación que tuvo con el zoquete, fue su segundo noviazgo, más o menos, del primero, su padre ni se enteró, del segundo sí, porque le interesaba a ella para tocarle los cojones. Después de dejar al drogata, volvió a no interesarse por nadie, algún lio del momento, como el de aquel chico que follaba como un conejo y nada más.
Por lo que estaba viendo y calculando, Sabrina pensó que aquella polla iba a ser la más grande que se había follado. Con una sonrisa volvió a metérsela en la boca, hizo disfrutar de gusto a Carlos un rato más. Hasta que él, empujándola suavemente por los hombros la estiró en la cama, le agarró una pierna levantándosela, besándole desde la pantorrilla hasta la ingle, le levantó la otra y se las abrió. Sabrina quedó totalmente expuesta, con las piernas muy abiertas, y el coño también. Carlos fue moviendo la lengua, de la ingle al inicio del chichi por abajo, y de allí fue lamiendo suavemente hasta arriba, hasta sacar la lengua por el inicio de la rajita. A Sabrina le dio un espasmo el cuerpo, gimió y automáticamente una mano la posó en la cabeza de Carlos. El volvió a lamérselo desde arriba hasta abajo, y lo fue repitiendo, eran lametazos suaves, seguidos, sin interrupciones, de una punta a la otra del coño, ahora por un lado, ahora por el otro, ahora por el centro, per encima de los labios. Llevaba un buen rato, Sabrina metía sus dedos entre el cabello de Carlos, como si le hiciera un masaje craneal, él no estaba muy pendiente de eso, estaba demasiado ocupado comiéndose aquel coño que le encantaba, le encantaba su tamaño, su color, sus labios, su olor, comerse sus flujos, todo, no quería parar de hacerlo. Además hacía gemir a Sabrina, que voz más sensual tiene cuando gime, es preciosa y encima me pone a cien escucharla, pensaba Carlos.
Sabrina también pensaba entre gemido y gemido, como pudo equivocarse tanto con Carlos, nunca se imaginó que le pudiera comer el coño de aquella manera, con tanta paciencia, dándole el gustito justo, podía estar horas así. Estiró suavemente de la cabeza de Carlos, este lo entendió a la primera, la ayudó a meter el cuerpo más adentro de la cama, a colocarse bien, a abrir las piernas, él se fue situando en medio, avanzando su cuerpo, hasta darle un cálido beso en los labios, se volvieron a sonreír, había llegado el momento.
—¿Necesitaremos un condón?— Preguntó casi susurrando Carlos.
—¿Los has traído?— Preguntó interesada Sabrina en voz baja.
—Por supuesto, no iba a romper esta magia por no tener un puñetero condón.
—Que chico más apañado, está en todo, pero puedes estar tranquilo, hace años que tomo la píldora.
Carlos se agarró la polla, Sabrina pensó, a ver si es hábil y encuentra el agujerito. No tuvo que esperar mucho para tener la respuesta, él, mirándole a los ojos acertó metiéndole la puntita, Sabrina pensaba ¡Joder con Carlitos! Me la ha metido a la primera.
Y así era, la estaba penetrando lentamente, Sabrina notaba como se le dilataba el coño, como aquella polla se abría paso abriéndoselo, deslizándose en su interior, llenándola completamente, notó que le llegó muy adentro. Entre la excitación del momento, la sorpresa por el tamaño de la polla de Carlos y lo bien que él la estaba usando, a Sabrina le salió un grito de la garganta de gusto que asustó a las vacas del prado.
No se podía creer como se la estaba follando Carlos, parecía que sabía cómo tenía que moverse para provocarle el mayor placer del mundo, ella le ayudaba moviendo su cintura, acompañándolo en cada suave empujón. Lo iba notando, le subía, el coño se le mojaba, en la cara notaba el calorcito, los ojos no podía mantenerlos abiertos, se le cerraban o se le ponían en blanco. Se iba a correr, estaba a punto, se agarró con fuerza a la espalda de Carlos, él viéndolo le acariciaba la cara, sin dejar de penetrarla, sin dejar de follársela. Sabrina se abandonó, el orgasmo pudo con ella, se corrió, gimió, gritó, levantó las manos de la espalda de Carlos y las dejó caer con fuerza en el culo, agarrándoselo como si no hubiera un mañana. Él con paciencia, fue moviéndose lentamente, alargándole un orgasmo que Sabrina estaba gozando muchísimo. Finalmente ella se fue relajando, él le sacó la polla del coño con delicadeza y se estiró a su lado.
—Sabrina, creo que tendrías que saber algo, no creo que sea importante pero… será mejor que lo sepas.
—¿Ahora? ¿Me lo tienes que decir ahora precisamente?
—Sí, seguramente te lo tendría que haber dicho antes pero… no sabía cómo decírtelo.
—Dímelo de una vez, no me hagas esper…
—Soy más joven que tú.— Dijo Carlos sin dejarle acabar la frase.
—¿Cómo?— Preguntó Sabrina extrañada.
—Supongo que como estudiamos el mismo curso, tú debes pensar que tenemos la misma edad, pero la verdad es que mi hermana y yo, cuando éramos pequeños nos dijeron que éramos superdotados, el caso es que hicimos dos cursos a la vez un par de veces.
—¿Qué me estás diciendo Carlos?
—Pues eso, que tengo dos años menos que tú.
—¿Y me lo dices ahora cabrito?
—Bueno… como no sabía si te afectaría o no… he preferido decírtelo con los hechos consumados.
—¿Hechos consumados? Con hechos consumados quieres decir una vez follados ¿No? Eres un cabroncete tío ¿Y si para mí es algo importante? ¿Y si me sintiera una asalta cunas por eso?
—¡Coño Sabrina! Que somos adultos y solo son dos años, además, creo que te he demostrado mi madurez…
—¿Tú madurez? ¿Cuándo? ¿Follando? Bueno… en eso tengo que reconocer que no me puedo quejar.
—¿Te ha gustado? Si lo prefieres de otra manera, espero que me lo digas, supongo que te tendré que ir conociendo mejor, para saber qué es lo que te gusta básicamente.— Se interesaba por ella Carlos.
—Quieres callarte de una vez, mira que te pones pesadito ¡Eh!— Le reprochaba riendo Sabrina.
Al mismo tiempo ella estaba encantada de que Carlos se preocupara tanto. Nunca nadie se había preocupado de cómo darle placer, otra cosa era lo de la edad, tampoco se había planteado antes que su pareja fuera mayor o menor que ella, qué más daba, lo importante eran los sentimientos y la complicidad.
—Lo siento cariño, yo solo quería que te encontraras cómoda y te lo pasaras bien.— Insistía Carlos.
—Carlos, escúchame, me he encontrado cómoda y me lo he pasado muy bien, de verdad.
—Perdona, dirás que te lo estás pasando, porque esto no ha acabado.
—¡Ah! ¿Aun hay más?— Preguntaba de cachondeo Sabrina.
—Empieza tu segundo asalto cariño.