El puto reloj parecía una condena. Fernando sintió cómo la presión le martillaba la cabeza mientras manejaba por calles vacías, lejos del ruido y las cámaras que ya olfateaban la sangre en Vértice. Sabía que esa reunión era un salto al fuego, una danza con demonios de traje y corbata que sólo odiaban perder. Pero no había otra opción. “Esto es mierda vieja, pero necesaria”, se dijo mientras llegaba a un edificio que parecía anodino, un escondite sofisticado hundido entre oficinas de la zona financiera. La entrada era discreta, sin luces que llamaran la atención, ni recepcionistas sonrientes. Solo un portón n***o y una placa oxidada que decía “Centro de Negocios Privados”. Adentro, la atmósfera apretaba. Las paredes respiraban secretos corruptos y humo de cigarro barato. La luz era baja,

