La luz cruda del amanecer se colaba por las ventanas de la oficina casi vacía. Sofía estaba sentada frente a la pantalla, los ojos clavados en una maraña de datos que no paraba de crecer. Su mente giraba a toda velocidad, cargada con la información que ahora pesaba como una maldita losa: el traidor estaba identificado, el golpe estaba listo para ser lanzado, pero las consecuencias podían ser una puta guerra legal que los jodiera a todos. El teléfono vibró en la mesa con un sonido áspero. Era Damián. Sofía levantó la mirada, respiró hondo y la respuesta fue directa, sin cortes ni esas pelotas vueltas ni medias tintas. —Damián, tenemos que hablar —dijo, su voz firme, cargada de urgencia. —¿Qué mierda pasa ahora, Sofía? —contestó Damián al otro lado, una mezcla de cansancio y desconfianz

