Al lado de Damián la paranoia no era menor. La traición de Ricardo había destapado una caja de mierda incontrolable. No podían confiar en nadie, y la desconfianza era un cáncer que devoraba la poca unidad que quedaba.
—Ellos están jugando con mucha ventaja —dijo un viejo lobo, el veterano Tomás, con la voz áspera—. Si quieren librar esta guerra, la primera batalla es limpiar del puto terreno.
—¿A qué te refieres?, ¿Y eso qué significa? —preguntó alguien con una mezcla de miedo y esperanza.
—Que tenemos que cortar cabezas —respondió Damián sin pestañear—. Que nadie se salva porque pensábamos que era de los nuestros. La manada primero, la mierda después.
Un silencio pesado tomó la habitación, la convicción de ese sacrificio era real, dolorosa, y necesaria.
En medio de ese caos, Fernando
