Mientras tanto, Damián apretaba los dientes en su escondite. —Esta manada puede caer, pero no por cobardes —se juró—. Mi cruzada no es solo orgullo, es supervivencia. Y si tengo que quebrar los lazos más fuertes para salvarlos, lo haré sin dudar. El amanecer comenzó a transformar las sombras, y con él, la expectativa de un enfrentamiento no solo físico, sino ideológico. La manada estaba rota, sí, pero todavía latía con esa fuerza jodida que nace de la necesidad de no rendirse. Fernando, caminando entre ambos bandos sin ser parte directo de la guerra principal, sabía que la línea era fina, y que una palabra equivocada podía incendiar todo. En su mente, solo había una certeza: la guerra legal, esa asamblea de enfrentamientos y votos y traiciones, sería solo el principio de un derramamie

