La ciudad seguía en llamas, pero esta vez no eran solo las calles las que ardían. La batalla se había movido al terreno más insidioso: el puto corazón de Vértice, donde las familias y las lealtades se retorcían como víboras envenenadas. Allí estaba Sofía, atrapada en el jodido ojo del huracán, mirando a los ojos a Damián —al hombre que no solo era su enemigo, sino parte de su historia, de su sangre, de esa mierda que nadie quiere admitir pero que pesa como una condena.
La oficina de Damián, ahora un escenario cargado de tensiones y secretos, olía a whisky y a desesperación contenida. Sofía entró con la ropa arrugada, el cabello alborotado, pero con los ojos encendidos de una determinación que no admitía joderse ni un segundo más. El puto silencio los envolvía. Damián la miró con ese maldi
