Lucas sabía que estaba jodido. No era cuestión de suerte ni de mala estrella, sino la puta consecuencia de jugar con fuego durante demasiado tiempo. Había tensado la cuerda hasta que esta casi reventaba, y ahora mismo, con la sombra del infierno pisándole los talones, sólo le quedaba un as bajo la manga —una última ficha para voltear el juego o morir en el intento. La noche caía densa sobre las calles de Vértice Global, y en un rincón oscuro de un bar de mala muerte, Lucas apretó el puto teléfono con la mano temblorosa. No había margen para errores: la llamada que estaba a punto de hacer podría ser su condena o su salvación. La voz que saldría del otro lado era la que decidiría el destino de Clara, de Fernando… de toda la mierda que se había armado en este maldito tablero. —¿Vas a hablar

