Las luces seguían apagadas en toda la sede de Vértice, y el silencio era insoportable, casi un puto faro de alarma en medio de la tormenta. Fernando y su equipo se movían como sombras, conscientes de que la cada puta hora sin comunicación era una herida abierta que sangraba directo al corazón del imperio.
Martín estaba en una esquina, golpeando el muro con la mano derecha, intentando descargar toda la frustración que tenía adentro.
—Maldita sea, ¿no hay con qué mierda pelear? —gritó sin pensar—. Se nos cagaron en la cara. Nos dejaron sin voz, sin poder mover ni una ficha. Esto es como estar maniatados y a punto de que nos hagan mierda.
Laura, sin dejar de mover los dedos sobre su computadora portátil de emergencia, soltó un bufido de indignación.
—Lo peor no es que nos cortaron la luz
