Los aliados inseguros caían uno por uno, desertaban o se vendían, y la alianza que quedaba era la de los que tenían convicción férrea y resistencia para un combate a muerte.
Una tarde, Sofía y Fernando estuvieron en la sala de crisis, frente a un tablero que mostraba la red corrupta que estaban tratando de desmantelar. Los puntos de apoyo, los vínculos que se iban pudriendo, y esa línea central que rompió el banco.
—¿Cuánto falta para el punto de quiebre? —preguntó Sofía, con la mirada fija y la respiración corta.
Fernando señaló una línea entre territorios casi olvidados, unos fondos que nadie casi miraba pero que tenían la plata necesaria para mover un ejército silencioso.
—Ahí, justo ahí —dijo, sin apartar los ojos del tablero—. Cuando logremos sacar a esos hijos de puta de sus cómo
