Nancy Gutiérrez estaba hecha una furia. Rebuznaba colérica y golpeaba una y otra vez su escritorio.
-¿Cómo pueden matar así, a un oficial, a plena luz del día, en su casa? No me cabe en la cabeza-, chillaba con furia. Su secretaria seguía de pie, sin decir palabra pasando su lapicero entre los dedos.
-¿La oficial Navarro sabe algo, oyó algo?-, preguntó la fiscal.
-No, señora, el ministro Pérez la hizo salir y cuando se reencontró con Gonzales, solo le dijo que ya lo tenían cogido del cuello-, detalló Techi.
-Qué idiota, ¿por qué diablos Gonzales no le dijo nada a Navarro?-, reclamó furiosa Gutiérrez.
-Quería el crédito para él solito-, especuló la secretaria.
-Y ahora está muerto, se fue con sus créditos y logros al otro mundo, qué idiota-, masculló finalmente la fiscal.
Después de un rato, sin decir palabra, Gutiérrez miró a Techi resoluta.
-Necesito hablar con Macedo, ya, ya, ya, antes que sea demasiado tarde-, ordenó.
Cuando su secretaria dejó su oficina, Gutiérrez se meció en su sillón, disgustada. -Qué idiota-, volvió a repetir por enésima vez.
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La reunión de los inversores fue bastante tensa, con gritos, insultos y hasta agresiones. -Hay mucho dinero en juego-, dijo furioso uno de ellos. Otro recordó que además del dinero invertido estaba la posibilidad de irse todos a la cárcel.
-Estamos jugando con fuego, dijo mirando a sus colegas con cara de pocos amigos, la fiscal nos respira a la nuca. Hay muchas evidencias que han ido recopilando y estamos arrinconados contra la pared-
Ibarra escuchaba atentamente a todos, sin decir palabra. Degustaba su cigarrillo con calma, dejando que su rostro quede oculto entre las profusas balotas de humo.
-Yo vine aquí porque me dijeron que iba a ganar 100 millones de soles, hasta ahora solo he visto un puñado de monedas-, reclamó uno de los inversores que había conseguido una licitación del tratamiento de agua en un recóndito pueblo de la serranía y gozaba de mucha reputación en el grupo.
-En un canal de televisión denunciaron a mi empresa de haber interrumpido la construcción de la carretera entre Palpa y la sierra, Ibarra me dijo que no preocupara pero los informes son cada vez más comprometedores y me acosan día y noche. Contraloría me sigue la huellas. Han conseguido los contratos, la firmas, los montos y también hay declaraciones del sindicato de obreros-, resumió un hombre de pelo crespo, corbata y ceño fruncido.
Todos estaban sulfurados, furiosos y pedían que la fiscalía y los medios de comunicación dejaran de presionarlos y mortificarlos.
-La comisión de fiscalización del congreso me ha citado porque dicen que el negocio que inicié con una constructora para el nuevo estadio de Apurímac es incompatible-, sostuvo el ministro Pérez.
-La solución es que se limpie la fiscalía, hay que destituir a Nancy Gutiérrez y poner a Arnoldo Rengifo, él es de los nuestros. De acuerdo a la meritocracia le corresponde ocupar el lugar esa peste que nos está haciendo la vida imposible y a cuadritos-, precisó el mismo sujeto con cara de pocos amigos que seguía aumentando el tono de sus palabras, cada vez más disgustado y eufórico. Su mirada asustaba y su voz era tétrica y amenazante.
-Tienes que llamar a la jueza suprema-, pidió Pérez a Ibarra. El presidente exhaló más humo y no contestó. Siguió chupando su cigarrillo con deleite.
-Dijiste, también, que te ibas a encargar del tal Macedo. El tiene las pruebas incriminatorias del ascenso irregular de los mandos militares-, reclamó el jefe de la policía.
-Yo pensé que ya estaba muerto-, disparó furioso Pérez.
-Está vivito y coleando-, subrayó el hombre intimidante.
-Yo voy a seguir invirtiendo y esperando ganar muchos millones, sin embargo veo mucha inacción de parte de Ibarra-, subrayó con cólera, el tipo crespo.
Se desató un largo silencio, todos miraban a la figura que estaba escondida tras la humareda del cigarrillo. Luego un barullo leve, como si tosiera o quizás sonriera maquiavélicamente.
-Paciencia, amigos. Estamos ganando buen dinero, ya, es obvio que mucha gente se sienta afectada o desconfíe o nos tenga envidia o celos, pero vamos por buen camino, recolectando bastante dinero para nuestros bolsillos. Sé que ustedes ya han enviado fuertes remesas de dinero a las Islas Caimán ¿o me las van a negar?-, dijo Ibarra con suma calma, desafiándolos con la mirada.
El silencio se hizo aún más nebuloso.
-Todo lo sé. Lo que ganan, lo que invierten, lo que pierden y lo que mandan a las Islas Caimán. A mí nadie me hace tonto-, siguió hablando Ibarra sin sobresaltarse, pese a que le ponía larga tilde a sus palabras.
-Macedo ya fue, no se preocupen. Nancy Gutiérrez, también. Es cuestión de tiempo que uno muera y la otra se vaya. Los congresistas son pura bulla y perro que ladra no muerde. Nuestra gente enquistada en el congreso los calla-, detalló con confianza.
Ibarra se puso de pie, tiró el cigarro, lo pisoteó, se acomodó la correa de su pantalón, cerró su saco, alisó aún más su pelo n***o encanecido a los lados y musitó mientras iba a la puerta de su despacho privado. -Sigan tranquilos, muchachos. Aún tenemos mucho dinero que llevarnos de las arcas del país rumbo a nuestros bolsillos-, y pegó el portazo.
Los inversores, como los apodó la fiscalía, quedaron murmurando, convencidos que tras la sombra de Ibarra no habría peligro alguno.
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Viviana había escuchado algunas veces de la reencarnación, en películas, incluso en el curso de Religión, en el colegio, cuando estaba en primaria. Es más, su padre vivía temeroso de eso. Pensaba que si volvía a la vida podía ser un pato, una gallina, quizás una cucaracha. Y eso le aterraba.
Esa tarde que, por primera vez, pasearon por Surco viejo, su papá tocó el tema. Degustaba un churro, saboreándolo relajado. -A veces pienso que ya he pasado por aquí-, decía a su esposa. Viviana se interesó.
-Seguro venías de chico con el abuelo-, dijo ella, tratando de seguirle la conversación.
-No, no, primera vez que vengo por acá-, respondió resoluto su papá. Viviana se extrañó.
-Entonces ¿cómo puedes pensar que estuviste por aquí?-
-Quizás en mi vida anterior-, subrayó su padre.
-¿Crees que todo el mundo tuvo una vida anterior?-, insistió Vivi.
-Eso dicen-
-Yo creo que antes fui una princesa árabe. Me gusta mucho averiguar sobre esas culturas, los persas, los faraones-, intervino su mamá.
-Una vida anterior...-, intentó reflexionar Viviana. Eso le parecía extraño. Sabía de la reencarnación pero jamás lo había tomado en serio. En el colegio se reía de los chicos diciendo que iban a nacer mil veces.
-Los apaches decían que si mueres en batalla, vuelves a nacer mil veces-, recordó Vivi que le dijo su padre cuando, aún pequeñita, la mecía en sus rodillas. Eso lo evocaba clarito y siempre que veía una película western en el YouTube o buscando en el Internet, recordaba sus palabras.
-¿Por qué piensas que hay vida después de la muerte, papá?-, dijo ella intrigada.
-No sé. Creo que cuando uno muere vuelve a nacer, no creo que se apague el televisor para siempre. Lo que me da miedo es nacer siendo un pato o una gallina-, insistió una ves más el padre reflejando su temor en la mirada.
La mamá cambió de tema, mientras se perdían por una angosta callejuela de Surco viejo.
Pero Viviana había quedado muy interesada con el tema. Por la noche buscó en el Google todo sobre la reencarnación, vidas pasadas, recuerdos, también vivencias de personas, de haber estado en lugares, casas que no conocieron jamás. Y eran muchas, cada una más inquietante que otra. Se fue asustando. Sintió su corazón acelerándose como un bólido. Llamó a Betty.
-¿Alguna vez has estado en un sitio que antes no conocías pero que recuerdas perfectamente-, preguntó a su amiga.
-Ay, muchas veces. Figúrate que una vez fuimos a una playa que yo recordaba, por la caleta y los rompeolas. Y mi mamá me dijo que era la primera vez que veníamos. Fue algo loco-, contestó ella entusiasmada por el tema.
Eso le aterró a Viviana.
-¿Y si mis pesadillas son de mi vida anterior?-, preguntó sumida en un inédito pavor trepándole al pecho.
-Tarada, ya sabía que me ibas a tocar ese tema-, protestó Betty.
-En serio, ¿qué piensas?-
-Ay, es difícil, ¿por qué te matarían antes?-, echó a reír su amiga, pero Viviana estaba muy seria. Empezó a apuntar sus pesadillas en su bloc de notas de su PC y le dijo a Betty. -Me asesinaron. En me vida pasada me mató esa mujer-
Las dos amigas quedaron en silencio.