Capítulo 5

1470 Words
Helena encendió un cigarrillo y buscó en su correo la carpeta que le había mandado Ibarra, con toda la información detallada de Mauro Macedo. Allí estaba, le dio click y empezó a revisar las fotos del abogado y a examinar su rostro, tratando de adivinar su carácter y su forma de ser. Se detuvo un momento en sus ojos y le pareció romántico. Sonrió, cruzó sus piernas y subió su minifalda más allá del medio muslo. Había una foto de Macedo en la playa, le que le gustó, se entretuvo mirando su pecho velludo y sus brazos gruesos, carnosos. Sintió curiosidad lo que sentiría frotando su piel áspera con la de ella, eso la excitó. También contempló su trusa que llevaba en la fotografía. -Wow, exclamó, muy interesante- Entró al file con sus datos personales y descubrió que era divorciado, sin hijos, amante de la cerveza y que le gustaba apostar a los caballos, jugar fulbito con los amigos y que era infaltable en fiestas y jaranas de callejón. -Bohemio-, dijo chupando el cigarrillo con deleite mientras acariciaba sus pantimedias con afán, imaginándolo bailando pegaditos una salsa romántica. Estaba intrigada, era verdad. Macedo le parecía un hombre atractivo, muy guapo y seductor, con buen cuerpo y que sería capaz de hacerla delirar, como a ella le gusta. Echó humo y pensó en estar en la cama con él, dejando que la saboree y disfrute de sus curvas. Su pezones se fueron emancipando en su blusa y sentía las nalgas duras. A Helena, además, le gustaba que le dijeran cosas bonitas cuando estaba a merced de un hombre, era su debilidad. Leyó que en su juventud, en la universidad, había ganado, varias veces, los premios de poesía en los juegos florales. Eso bastó para que dejara caer sus piernas y abrirlas por instinto. Se sintió sexy y sensual, con mucho fuego en las venas, retratando en su mente a Macedo, haciéndole el amor, con efervescencia y pasión, revolcándose en la cama, diciéndole que era hermosa y un manjar exquisito. -¿Qué peligroso puede ser un hombre así?-, se preguntó divertida. Acarició sus muslos con afán, disfrutando de las sedas de sus pantimedias, su exquisita suavidad y dejando que el fuego invadiera sus venas, con deleite y encono. Macedo no había resuelto casos importante, tampoco, y eso la desilusionó mucho. Intentó buscar en su semblanza algún mérito y no había, apenas casos sin importancia, juicios de alimentos, uno que otro divorcio y un cambio de nombre de un sujeto que sus padres le habían puesto Juan Queso Marticorena. -Qué loco-, murmuró riéndose. Luego volvió a con centrarse en la foto de Macedo y volvió a sentir su piel erizándose en un santiamén, su corazón revoloteando en el pecho y sus muslos frotándose con insistencia. Había un número. Deseó escuchar su voz. -¿Aló?-, dijo él y Helena sintió un escozor que le corría por la espalda y por sus piernas. Le gustó mucho esa picazón y mordió sus labios con deseos y vehemencia. Sus pezones ya no cabían en su blusa. -¿Está José?-, preguntó por preguntar. Macedo caviló, seguramente le gustó su vocecita dulce, inquietante, sensual, hasta deseable. -No señorita, soy Mauro, ¿qué busca?- Helena volaba en fiebre, tenía las piernas abiertas y se jalaba sus cabellos con locura. -No, no, me dieron mal el número, lo siento-, dijo ella pero Macedo la interrumpió. -Qué lástima, por su voz deduzco que usted es linda y espléndida-, le dijo audaz y antojadizo. Ella, azorada, enrojecida, convertida en tomate, cerró la llamada y empezó a transpirar. Su corazón, esta vez, era un caballo desbocado corriendo a todos lados entre sus senos. -Hummmmm, ¡hombres!-, dijo ella sofocada. No pasaron ni tres días cuando Helena volvió a llamar a Macedo. Esta vez lo hizo desde la cama, totalmente desnuda, hecha una antorcha por los deseos de ser poseída por ese extraño sujeto. -Por lo que veo, sigue buscando a José-, bromeó él. -En realidad quería hablar con usted-, dijo ella, pasando la lengua por los labios, acariciando sus curvas, yendo y viniendo por sus piernas, sus senos y su vientre. -Usted dirá señorita-, se entusiasmó Macedo. -Quiero todos los bienes de mi ex marido-, inventó ella. -Uy, señorita, se excusó Macedo, estoy en un caso muy importante en el que estoy abocando todo mi tiempo- Helena lo sabía, pero fue una buena excusa no solo para volver a excitarse al máximo, sino también para tender un puente hacia él, como le había encomendado su jefe. Se sintió triunfadora. -¡Oh! Lástima, espero que termine rápido ese caso-, lamentó Helena. -Sí, de todas maneras, dijo él, ¿cómo se llama usted?- -Helena con hache. Helena Bravo- -Qué lindo nombre, imagino en una hermosa mujer-, intentó ser galante Macedo. Ella se sentía quemar todita, presa de la excitación. -Muy hermosa-, musitó sexy, haciendo chirriar sus dientes. Oyó los suspiros de Macedo. -¿Podríamos vernos?-, preguntó él. -Veremos-, respondió Helena y colgó. Luego se metió debajo de las sábanas, rendida a las llamas que brotaban en su cuerpo, querido aplacarlas con el extinguidor de sus máximos deseos. ***** La fiscal encargó, entonces, al oficial César Gonzales tratar de averiguar más sobre los negocios ilícitos de la organización criminal enquistada en el mando del país. Su tarea debía ser estrictamente encubierto, en calidad de fisgón, tratando de aproximarse, lo más posible a esos negocios turbios. Lo primero que hizo Gonzales fue presentarse como un inversor, interesado en una obra de carretera que unía dos pueblos distantes en la serranía del país. Al Ministerio de Transportes y Comunicaciones le interesó el proyecto que dejó en mesa de partes. Le respondieron que debía entrevistarse con el ministro Pérez en su despacho. Gonzales fue acompañado de una secretaria y llevó los USB para mostrar los planos y lo ambicioso que era construir una carretera que atravesara, incluso, parte de los Andes. -El primer tramo demandará una inversión de 160 millones de soles-, detalló entusiasmado Gonzales. Las imágenes en tercera dimensión y que incluyó hologramas, no pareció interesarle, en absoluto a Pérez. Es más, jugueteaba con sus lentes abriendo y cerrando las orejas una y otra vez. Después de su exposición, Pérez pidió a la señorita que se retire y quedó a solas con Gonzales. -Es un buen proyecto, le dijo el ministro, pero no vale 160 millones de soles, sino 200 millones de soles- Gonzales no entendió. -El presupuesto está hecho con exactitud, señor ministro-, respondió rebuscando sus documentos. -No me entiendes, insistió Pérez, vale 200 millones. Los 40 millones que quedarán de superfluo será para nosotros, así de fácil- El oficial encubierto sonrió largo. -Ajá, ya le capto- -Ustedes invertirán una suma, nosotros otra cantidad y al final las utilidades, para el bolsillo-, detalló una vez más riéndose. Gonzales quedó en retornar la semana siguiente con los contratos de exclusividad. -Tenemos un buen trato-, dijo contento Pérez. Pero más contento estaba Gonzales que le dijo a la chica, también una policía encubierta, "los tenemos cogidos del cuello". Sin embargo, inteligencia ya había dado con la verdadera identidad de Gonzales. -Es policía-, subrayó uno de los hackers a Pérez. El ministro arrugó la boca furioso y llamó a Helena. -César Gonzales, pero debe ser ahora mismo-, enfatizó y colgó. ***** Gonzales tenía todo listo, el audio, el video y el pre contrato, que incluso había fotocopiado, todo para llevarle a la fiscal Gutiérrez y actuar de inmediato, cuando alguien tocó a la puerta. Se sorprendió porque no esperaba a nadie. Jaló con cautela la cortina y vio a una mujer esperando en la puerta. Se empinó para verla bien y le gustó sus piernas largas y bien torneadas y las nalgas prominentes, luciéndose esplendorosa en el apretado jean. Picado por la curiosidad, abrió la puerta. -Hola señor, molesto su tiempo para hacerle una rápida encuesta-, dijo la chica con una larga y apetitosa sonrisa, dibujándose sensual en su boquita chiquita, enmarcada entre sus cabellos deliciosamente revueltos. Gonzales la hizo pasar. -Encantado, señorita, usted dirá- La chica no se sentó y por el contrario, abrió un cartapacio y extrajo un block. -¿Cómo desearía morir señor, de un balazo al corazón o una puñalada abriéndole la garganta?-, dijo siempre con su risita pícara a flor de labios. El oficial reaccionó tarde. Un disparo certero de la pistola con silenciador que había debajo del block, le perforó la garganta, igual a una mantequilla, y cayó al piso en medio de un inmenso charco de sangre. La chica cogió los documentos, el USB, y cargó con todo lo que pudiera encontrar en la mesita de centro. También el celular de Gonzales. Miró divertida el cadáver. -Gracias por su tiempo, señor- Al salir y trancar la puerta, sacó su celular y llamó. -Habla Helena, el trabajo está hecho-
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