Morales se entretuvo mirando los diarios de la mañana, colgados en alambres y sujetos por ganchos. Sonrió al ver el titular enorme del medio donde trabajaba: "Mafia en Palacio tambalea".
Sobó sus manos emocionado y estiró aún más la sonrisa. Lo que necesitaba era las pruebas. Ya tenía delineado todo lo que debía hacer en la tarde. Haría la central con la información general Zevallos. En la web del diario subiría los audios que le había prometido Macedo y además mandaría un flash al programa de Beto en el cable. "Todo está fríamente calculado", bromeó a sí mismo, echando caminar por la delgaducha pero transitada callejuela, rumbo a la redacción. Había peleado tanto con sus jefes de que había una corrupción de poder, enfrentar la terquedad de la mesa, rivalizar con puñaleros y envidiosos, asalariados de la mafia enquistada en el ejecutivo, que saberse vencedor le daba satisfacción, alegría y placer a la vez. Se prometió no tener compasión con nadie y hasta hablar con el dueño del diario para que purgue a esos elementos nocivos de la redacción. Eso se dijo.
Pero Morales estaba siendo vigilado. El no lo sabía. Caminaba sin prisa, tarareando canciones, meneándose a los lados, saludando a los amigos que habían terminado su turno y a las señoras que vendían menú a los chicos de talleres. Se detuvo en la puerta conversando con el redactor de la noche. Y se iba a su domicilio.
Fue entonces que dos hombres se vinieron corriendo por la estrecha calle, empujando, abriéndose paso, mirando fijamente a Morales. Al oír las maldiciones y el ajetreo, el periodista volteó a ver qué pasaba. Y los vio a esos sujetos aproximarse. Tuvo terror, pero fue lo único que hizo. Tres balazos le dieron, de frente, en el corazón, tumbándolo al suelo, en un mar de sangre. Los sujetos siguieron corriendo y se perdieron en la otra esquina.
Todos se agacharon, aullaron asustados y corrieron de prisa para ponerse a salvo. En un santiamén, la callejuela quedó desierta. Solo había una figura pincelada en la mañana gris que envolvía Lima, un dibujo grotesco, manchado, pintarrajeado en la vereda, inerte y vacío. Era Morales. Se quedó solo, tendido en medio del charco sanguinolento, con una larga sonrisa esculpida en los labios.
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Viviana acordó pasarla esa noche con Jonathan en una hostal, después de la práctica de atletismo en la Videna, para tratar de olvidar aquella pesadilla que la venía asolando todas las noches. Se fueron tomados de la mano, riéndose, bromeando y disfrutando de sus besos. Su enamorado estaba dispuesto a hacerla olvidar de sus angustias y pensaba que una noche de intenso sexo haría el milagro. Ella aceptó encantada. En realidad, estaba enloquecida por él. Le gustaba sus brazos, su estatura, enorme como un edificio y que era además, dócil, encantador y hasta romántico en muchas cosas. Le disgustaba, también, su yoísmo, pero sabía que Jonathan la adoraba. Y eso le bastaba. Se entregó a él encantada y dejó que disfrute de la tersura de su piel, de sus vastos campos, de sinuosas curvas y altas montañas. El, agradecido, se deleitó con ella, se empalagó de su deífico sabor, conquistó, nuevamente, su rincones y mordió, como lobo hambriento sus carnes. Dejó huella de su pasión en sus debilidades y disfrutó complacido de sus íntimos secretos, bebiendo, como loco de su elixir que brotaba seducida a él.
Vivi disfrutó como loca que la hicieran suya, que Jonathan llegara a recónditos lugares de su ser, y que lamiera su cuerpo como un delicioso helado. Ella ardió como una antorcha en los brazos de su amado, se volvió una tea incontrolable de fuego, quemándose con sus besos, sus caricias, sus mordidas y el torrente que invadió su cuerpo cuando fueron uno solo bajo el encanto de la noche.
En realidad, a eso habían venido. Ella quería sentirse viva otra vez, llena de placer, disfrutar de su sensualidad y sentirse sexy y erótica a la vez, en los brazos de Jonathan. Y le gustó ser así, pletórica de encantos para que él se alimentara vivamente de su belleza. Fue demasiado sensual en sus brazos, descubrió nuevas pasiones y emociones en esa noche estrella y supo, también, que él estaba pletórico igualmente de erotismo puro y genial.
Los dos quedaron convertidos en pasión, en un genuino sentimiento de amor y dulzura y transformaron su sexo en una antorcha rutilante que despedía chispas románticas y pasionales.
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Techi llevó su café a la fiscal. Ella estaba inquieta, nerviosa, trataba de serenarse escuchando música de un USB pero era difícil. Aguardaba noticias con ansiedad. Su secretaria trató de tranquilizarla.
-Esperemos que consigan la información que queremos-, intentó animarla.
La muerte del periodista Morales, acribillado a balazos, había sido el pretexto perfecto de Nancy Gutiérrez para mandar un equipo de fiscales a Palacio de Gobierno. Conseguir la orden juez fue difícil, pero habían muchas coincidencias y a la desaparición, sin dejar rastro, de generales de las fuerzas armadas, se sumaban, ahora, asesinatos a plena luz del día. Y todos los casos se vinculaban, como eslabones, al escándalo de los ascensos para dominar las tres armas del país. La fiscal, sin embargo, temía que de no encontrar nada, el caso podría convertirse en un boomerang y afrontar una denuncia penal o constitucional.
-Vuelve a llamar a Bruno-, le dijo a su secretaria.
La diligencia, sin embargo, tomaba tiempo. El juez había permitido únicamente revisar computadoras y el libro de visitas, pero Gutiérrez quería declaraciones, interrogatorios, documentos y CDs. Incautar gavetas y hasta escritorios. Entonces Terrazas debía ser cauto y no excederse ni cruzar límites. Eso le dijo por el celular.
-Tenemos indicios, Nancy, pero no debemos apresurarnos-, respondió después de un rato.
Gutiérrez se comunicó con el jefe de Morales. Le había prometido la información de su muerte.
-Tengo el informe de las cámaras de seguridad. Fueron tres sujetos. Salieron huyendo de prisa. Usaron revólveres. Las cámaras no ayudan a identificarlos. La policía me ha prometido resultados en los testigos, pero parece que estamos entrampados en un callejón sin salida-, le detalló.
El periodista también se había comprometido con brindarle información. -Morales se comunicó con un tal Macedo. Tuvieron varias reuniones. Tengo un número-, le dijo.
La fiscal pensó en ese nombre que empezó a taladrearle la cabeza. Llamó a su secretaria que era, en realidad, su brazo derecho. -Techi, tengo un sujeto, Macedo ¿dónde lo he oído?-
Ella tenía un disco duro por cabeza, un solo click le bastaba para recordar nombres, fechas, datos, todo. No tardó ni un segundo en responder.
-Es un abogado que tuvo contactos con el general Zevallos-
Una lucecita se prendió delante de los ojos de Nancy Gutiérrez. -Techi, escucha, reúne toda la información que puedas de ese abogado, contáctalo y tráelo aquí-
-De inmediato, señora-
Gutiérrez essanchó su sonrisa, cruzó las piernas y se meció en su silla. Chupó su lapicero contenta. -El cerco se estrecha-, dijo contenta y recién probó su café.
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Su entrenadora le dijo a Viviana que si no mejoraba sus tiempos, no sería considerada para el Sudamericano de atletismo, que era, en realidad, el sueño dorado de ella. Además, sus padres la presionaban para que esté en el equipo. -Quiero ver a mi hija campeona-, le había dicho una tarde cuando practicaba en la Videna. Eso la presionaba bastante. A las pesadillas que tenía en forma constante, ahora sufría la tensión de estar en la selección que participaría en el certamen.
-Mi vida es un desastre-, le dijo a Betty, esperando clases de historia política en la universidad. Viviana por lo menos no iba mal en sus cursos. -Lo bueno que mis notas son en azul-, comentó contenta. Pero no esperaba que la profesora le entregara su examen mensual con un rojo grandote.
-¿Qué pasó, señorita Rodríguez? Usted era la mejor en mi clase-, le dijo seria la profesora.
Vivi era la más sorprendida. -Yo estudié mucho, creo que se ha equivocado-, protestó.
-Eso pensé yo también pero revisé todo una y otra vez y realmente estuviste desastrosa-, contentó la profesora, haciendo correr sus lentes hasta la punta de la nariz.
Eso no lo esperaba Viviana. Ahora estaba realmente al borde del abismo.
En la competencia del sábado, se interesó en hacer un buen tiempo. Había estado entrenado en el parque cerca a su casa. Se levantaba a las 6 de la mañana y salía correr con su perro "Marciano", incluso hasta un par de horas. Por las noches, antes de dormir hacía pesas y gimnasia. Se sentía en buena forma.
-¡Competidoras!-, anunciaron los parlantes.
Jonathan que se alistaba para el salto alto, le hizo un gesto positivo a la distancia.
Viviana se concentró. Se relajó. Prometió hacer las cosas bien. tensó sus piernas. Y al sonar el pistoletazo, salió como una centella, avanzando raudamente, superando a sus contrincantes y dejando atrás las vallas con la habilidad de un canguro. Lo logró. Venció con absoluta facilidad y estampó un buen registro. Su entrenadora quedó contenta.
-Esa es mi campeona-, le dijo.
Vivi se puso muy contenta y era un hecho, con su magnífico registro que estaría en la selección.
En cambio Jonathan fracasó en sus tres intentos y su convocatoria peligraba.
-Tú tienes la culpa, le bromeó su enamorado, no me concentré por pensar en tí-
-Si no lo dijeras tú que eres el hombre más egoísta del mundo, te lo hubiera creído-, respondió ella también riéndose.
Esa vez la pesadilla le dejó un nuevo cabo suelto. Ella llegó conduciendo un auto a la oficina y pudo ver parte de la calle por donde iba. Le pareció conocida, pero el auto fue muy de prisa en su sueño, como un relámpago. También contó los disparos. Fueron tres balazos. Y otra vez, al ver la sangre en sus manos, se despertó horrorizada.
En el Google buscó calle de Lima y repasó la que había visto en su pesadilla: una callejuela larga, poco transitada, estrecha y de casas pequeñas, no más de dos pisos, incluso las edficaciones se veían viejas, pero no logró nada. Eran miles y miles de paredes.
Con Betty decidieron ir por las calles más viejas de Lima, empezando por La Victoria. Fue una mala idea. Una moto lineal pasó cerca de ellas y le arrebató su celular a Vivi. Ella gritó, pidió ayuda pero el sujeto se perdió por una esquina, haciendo zumbar su motocicleta.
-¡Allí tenía mis apuntes para el examen!-, maldijo Viviana cuando presentó la denuncia.
-Tiene que estar más atenta, señorita-, la resondró el policía que la atendió.
Y ese lunes, otra vez la profesora de historia política le entregó el nuevo examen con otro rojo enorme.
Viviana solo pudo enterrar su cara en sus manos, presa de la frustración.
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Bruno Terrazas había encontrado serios indicios de corrupción en el Ministerio de Vivienda gracias a la intervención en Palacio de Gobierno. Se habían adjudicado inversiones millonarias en obras que apenas habían avanzado un 10 por ciento y que se habían convertido en elefantes blancos. Con sorpresa descubrió que las citadas obras fueron refrendadas por el mismo Ibarra, incluso, en la web de transparencias encontró que el gerente principal del consorcio Buen Horizonte, que se comprometió de realizar las obras, tuvo hasta 50 visitas a palacio y permanecía en sus instalaciones hasta tres o cuatro horas. Coincidía incluso con la presencia del ministro de esa cartera.
-Es demasiado sospechoso-, le dijo Terrazas a Nancy Gutiérrez que aprobó se abriera una carpeta fiscal y se inicie las investigaciones sobre las licitaciones y adjudicaciones.
Ibarra montó en cólera cuando se enteró de la apertura de la carpeta fiscal.
-Ese maldito hijo de perra está metiendo las narices en donde no le conviene-, advirtió tirando su cigarrillo al piso, manchando la alfombra roja de su despacho. Timbró a su secretario. -Terrazas se ha convertido en un problema-, masculló enfadado.
Esa tarde, cuando llegó a su casa, en Surco, Bruno Terrazas se sirvió un vaso de limonada helada y se dispuso a leer todos los diarios que había traído, enrollados, de la fiscalía cuando percibió un zumbido, como la de un abejorro sobrevolando cerca. Primero pensó en una moto, luego en un carro y se convenció que el rugido estaba dando vueltas por su casa. Abrió la ventana con preocupación y miró el cielo despejado y límpido, sin nubes, con un sol radiante que se resistía a marcharse. Entonces divisó al drone que flotaba arriba de su domicilio igual si estuviera buscando alguna rendija para espiar.
Alarmado, Terrazas de inmediato llamó a la fiscal. -Un drone está vigilándome-, reportó visiblemente ofuscado.
Gutiérrez mandó una patrulla que llegó a los pocos minutos. Los oficiales se desplazaron y constataron la presencia del drone. Mientras unos trataban de atraparlo otros peinaron la zona en busca de los que lo estaban operando.
-Es un drone de corta distancia-, dijo uno de los expertos.
Sin embargo el drone emprendió una rápida huida, desapareciendo a los pocos minutos, haciéndose, literalmente humo.
-Un maldito drone no puede desaparecer, ni que fuera un ovni-, reclamó Terrazas. Pero era verdad, por más buscaron no lo hallaron. Se había ido, quizás, a la estratósfera.
Eso no le hizo gracia a Terrazas. Denunció la presencia del drone a todos los medios de comunicación y reveló lo que había descubierto en el Ministerio de Vivienda y que se le había abierto una carpeta fiscal al presidente Ibarra.
-Debes calmarte-, le pidió Gutiérrez, meciéndose en su sillón, pero Terrazas estaba hecho una furia.
-¿Creen que me van amedrentar? Ellos no saben con quién se meten-, disparó furioso.
La guerra entre Terrazas e Ibarra se trasladó al congreso, luego que la comisión de fiscalización recibió una demanda contra el fiscal por haber favorecido, supuestamente, a una mafia acusada de corrupción en el Callao. Según el documento, había facilitado que los implicados obtengan su libertad.
-Me limpio el trasero con esa demanda-, ladró furioso Terrazas, cuando recibió la carpeta de acusación. A Nancy Gutiérrez le hizo gracia sus cóleras. -Pareces un cavernícola, cálmate-, echó a reír.
El drone había despertado al gigante, en realidad. Terrazas empezó a ahondar sus investigaciones. Se encerró en sus oficinas días enteros navegando por internet, chequeando contratos, viendo los libros de visitas a palacios, las adjudicaciones de obras y hasta los viajes del mandatario a provincias. Así descubrió que las licitaciones giraban en tan solo un puñado de empresarios. Entre todos, sumaban ganancias hasta por 500 millones de dólares. Los llamó "los inversores".
-Ganan las licitaciones ofreciendo millones por las obras pero solo gastan sencillo y el estado recompensa con bolsones de dinero-, detalló Terrazas en un programa nocturno dominical. Fue la gota que rebasó el vaso de la paciencia de Ibarra.
-Maldito, está caminando en mi campo. Y en mi cancha mando yo-, explotó. Marcó un número en su celular y dijo serio y resoluto.
-Apunta: Bruno Terrazas-
Le había hecho la cruz.